Manuel Antonio Velandia Mora
Recién he entreabierto mis ojos, el día está algo gris y me espera la trajina continua de todos los días. Como un zombi me levanto y me dirijo a la ducha, dejo que el agua fría se deposite en un balde, eso del ahorro energético lo hago inconscientemente, y cuando el agua tibia toca mi piel sé que ya es hora de iniciar el rápido ritual cotidiano… de pronto me encuentro jugueteando con el agua, observando el recorrido de la espuma sobre mi cuerpo.
No soy consciente del tiempo, pero lo estoy siendo de mi propio cuerpo; enjabono una y otra vez la esponja, acaricio más que restregar mi cuello, mi espalda, mis nalgas, mis piernas; me detengo en mis genitales que se yerguen para agradecer mi inocente juego, los baño con diferentes ritmos y todo mi ser entra en sintonía.
Ya no me baño, ahora me descubro, me redescubro a mí mismo. Me permito quererme, acariciarme, sentirme y saberme nuevo. El agua corre y ahora es algo más fría, pero no importa, esa otra temperatura adquiere un sentido diferente, una sensación distinta me invade; el agua fría ya no es una tortura es un reencuentro con mis juegos infantiles.
Salgo de la ducha y retomo el rito de re-conocerme al sentir la suavidad de la toalla en cada uno de mis pliegues.
Por momentos o quizás por mucho tiempo olvidamos que toda la extensión de nuestra piel es un instrumento para el placer, que nuestros poros son fuentes de erotismo y que la sensualidad es algo natural, que incluso los niños descubren en sus juegos infantiles. La sensualidad es la atracción que desde nuestra emocionalidad reconoce como atractiva y estimulante una parte del otro o/y de sí mismo.
Hemos aprendido el temor al cuerpo, el rechazo a éste. El cuerpo ha pasado a ser algo sucio e incluso algo pecaminoso.

Me sorprende recordar mi reencuentro con mi cuerpo. Sucedió en 2007, recién llegado a España; estaba en las duchas de la piscina en un centro recreacional de la ciudad. Me bañaba desnudo cuando de pronto sentí unos niños jugando tras de mí, tendrían no más de cinco años. Seguí bañándome de espaldas a ellos esperando a que salieran del influjo del agua, pero ellos parecían estar ensimismados y ser poco conscientes de que el tiempo pasaba.
Luego de mucho jabonarme y repetir el proceso una y otra vez me dije a mi mismo que no tenía prisa y podía quedarme otro rato. Tenía miedo de voltearme y presentarme desnudo, de frente, ante ellos. También divagué sobre la educación sexual y la libertad que existe en algunos países para la vivencia del cuerpo y la sexualidad. Recordé que hacía pocos días había reflexionado igualmente al respecto, al ver a cientos de mujeres haciendo topless en la playa aprovechando el penetrante sol a pesar de que apenas estaba terminado el invierno.
En medio de mis pensamientos entraron dos hombres a la ducha, estaban igualmente desnudos y no reparan en mí y menos en los chicos. Entonces me di cuenta que el problema con el cuerpo no era suyo sino mío, que el miedo al cuerpo lo he aprendido yo y no ellos. Recordé una frase ya olvidada de mi madre “Dios también ve debajo de las camas”, me dijo cuando tenía cinco años y me encontró jugando con niños y niñas de nuestro vecindario, bajo la cama.
Recapacité sobre cómo “inocentes frases” pueden tener tanto peso en nuestra educación o más correctamente en nuestra “edu-castración” sexual; mi madre era mucho más abierta y respetuosa de lo que pudiera imaginarse para una mujer de su edad. No creo que ella tuviera la intención de hacerme infeliz, gracias a la vida no lo he sido; pero al fin de cuentas ella es el resultado de la ignorancia de nuestros abuela y abuelo. Ignorancia que también suelen tener los maestros, maestras y otras personas a quienes se deja el cuidado de los niños y niñas.
Padres y madres deberían preguntarse con mucha profundidad y responderse con mucha seriedad sobre cómo quieren que sea la vida sexual de sus hijos(as). Paternar y maternar no debe ser el resultado del azar, se ha repetido reiteradamente, sino el compromiso que emerge de una decisión que tiene que ver con el futuro que queremos construir para las personas que amamos.
Cuando logramos descubrir que toda nuestra piel es objeto y sujeto de sensaciones entonces comprendemos que nuestro cuerpo puede ser aprendido o re-aprendido por la vista, el tacto, el gusto, el olfato, el oído e incluso el corazón; que en su integridad puede y debe ser apropiado como algo muy nuestro, que no hay parte de él que deba escapársenos y que solo amándonos y sabiéndonos a nosotros(as) mismos(as) podremos amar y recorrer el cuerpo de la persona que amamos.
Regalarse un tiempo para sí mismo(a) suele pensarse como un acto egoísta; sin embargo, únicamente en la medida en que tengamos mucho de nosotros(as) mismos(as) tendremos mucho para dar; tal vez por ello vale la pena recordar que el cuerpo es un territorio de paz porque con el construimos el diálogo. El cuerpo no tiene por qué ser un espacio de desencuentro sino un medio por y en el cual nuestra(s) pareja(s) nos encuentre(n). Solo aquel/la que se ha encontrado así mismo(a) re-conoce las rutas, los entresijos, los atajos para guiar a la persona que ama en la caricia.
El machismo ha dado sentidos, explicaciones y vivencias al cuerpo. No hay diferencias entre hombres y mujeres porque no es verdad que ellas sean emocionales y los hombres racionales; los más recientes estudios sobre el cerebro así lo constatan: somos seres emocionales que piensan, aun cuando muchos(as) en realidad sean seres que actúan y luego piensan.
Una buena educación sexual se inicia en la más temprana edad y tiene que ver tanto con hombres como con mujeres, con aprender que si tenemos seis sentidos (sí, el corazón también lo es) es porque podemos sentir con todos ellos. No olvidemos que las sensaciones aprendidas en los primeros meses de nuestra existencia perduran para toda la vida y determinan cómo nos relacionaremos con nosotros(as) mismos(as) y con los(as) demás.
Nunca es tarde para aprender, aun cuando es verdad que cuando estamos llenos de taras mentales amarse y amar es un poco más complicado; también es cierto que si ponemos de nuestra parte podremos descubrir que somos mucho más sensuales y placenteros de lo que creíamos. Para quien el cuerpo es tan solo el espacio en el que se habita muy seguramente aprenderlo no le sea importante, pero explorar nuestra mente, cuerpo y sexualidad sea esa chispa que le falta a nuestra existencia.