La cólera de los corderos 3ª parte: enjambrar

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Foto Randy Colas.

Lucas Restrepo – Especial para VOZ
@Lucas_Restrepo 

El pasado 13 de abril pasado se cumplió la vigésima segunda jornada de movilizaciones o “actos” de los Chalecos Amarillos (GJ) en Francia. El declive de la movilización nacional es evidente, aun cuando en ciudades como Burdeos y Tolosa la dinámica se sostiene. Si bien la forma de expresión más llamativa del movimiento es el “Acto”, sus acciones van desde la tomas de rond-points, la “liberación” de peajes, el sabotaje de las cámaras de velocidad y, más recientemente, los actos de protesta contra la violencia policial. Las redes de coordinación han planteado la necesidad de madurar tácticamente el movimiento por medio de la realización de asambleas regionales. Ahora bien: ¿cuál es la especificidad de los GJ? Podría decirse que dos trazos los definen: en primer lugar, el encuentro de mundos separados por la atemporalidad del neoliberalismo. En segundo lugar, el movimiento de “enjambre” que se manifiesta sobre todo en las principales vías de circulación o el lugares significativos del poder.

Encontrarse

El chaleco o peto amarillo se convirtió en el símbolo del movimiento por una razón meramente circunstancial. Según el estricto Código de la ruta francés, todo conductor de vehículo particular deberá portar un equipamiento que incluye: un triángulo de pre-señalización, un kit de emergencias y un peto de seguridad reflectivo. Este último elemento debe ser portado cada vez que el conductor se vea obligado de detener el vehículo y descender sobre una autopista, ruta nacional o departamental. El incumplimiento de esta norma acarrea una multa de 375 €. Pues bien, teniendo en cuenta que las primeras movilizaciones se convocaron en las rutas nacionales, era entonces obligatorio portar el chaleco que hoy simboliza este movimiento.

Según Liberación, los primeros brotes del movimiento, casi espontáneos y simultáneos, consistieron en coordinaciones de tres o cuatro personas de diferentes ocupaciones (conductores, mecánicos, vendedores, etc.), para definir acciones vecinales contra el aumento del costo de vida y de la movilidad. Este último tema es especialmente sensible: una multiplicidad de factores ha producido la expulsión de las clases populares de los centros urbanos, generando una alta dependencia del automóvil y de la gasolina. Las primeras acciones programadas a lo largo del 2018 consistieron en peticiones tipo “Change” contra el aumento de los precios del combustible. La decisión de Macron de trasladar el costo de la “transición ecológica” pactada en la COP21 a los consumidores, fue la gota que rebosó la copa. Las peticiones terminaron convertidas en dispositivos de coordinación de acciones directas como bloqueos de rutas nacionales, ocupación de rond-points, operaciones tortuga en los cruces peatonales y, finalmente, los “actos” en las principales ciudades.

Los “actos” o tomas de capitales realizadas todos los sábados desde hace 22 semanas se concretaron desde diversas plataformas en Facebook y WhatsApp. Entre tanto, de una semana a otra, grupos de GJ en las regiones ocupaban regularmente las glorietas que comunican las vías nacionales y departamentales con las autopistas, creando así una dinámica de encuentros que terminaría reconstituyendo varaderas comunidades. Hay que resaltar dichas convocatorias han generado una territorialidad de la movilización diferente a la propuesta por sindicatos, partidos políticos y grupos izquierdistas, puesto que estos privilegian sitios simbólicos de las luchas, como por ejemplo las plazas de La Bastilla, República o Nación en París. De su parte,  los GJ ha decidido privilegiar puntos simbólicamente relacionados al poder imperial o económico francés, con el objetivo claro de bloquear el funcionamiento del capital: Campos Elíseos, Arco del triunfo, plaza de Trocadero, Asamblea Nacional. Sin embargo, lo más significativo de esas tácticas, fue que el movimiento se convirtió en un punto de reencuentros y de lucha contra el aislamiento, la soledad, la depresión y el individualismo. De repente, de esas regiones aisladas y empobrecidas, nacía una dinámica que, desde la lucha contra la precarización, podía imaginarse un nuevo avenir basado en gestos solidarios.

Represión

Después de largos años la protesta social y la huelga habían sido integradas al funcionamiento regular de la política interior francesa. A partir del año 2003 se acelera el reformismo seguritario, de marcado corte racista que, después de la declaración del estado de excepción en 2014 y su extensión ad infinitum, terminará por convertirse en un medio de control de la oposición no parlamentaria. La historiadora Mathilde Larrère muestra cómo la violencia policial hoy en Francia no busca prevenir las violencias callejeras sino disuadir a los grupos pacifistas o a los no organizados de unirse a las manifestaciones. Ello se ha expresado con particular brutalidad en este movimiento: más de mil heridos, más de doscientos mutilados y 800 detenidos son el balance de una acción policial que hoy tiene alarmada a la ONU. Frente a esa represión, los GJ terminaron por adoptar una bandera histórica de las organizaciones barriales racializadas: contra la violencia policial[1].

Enjambrar     

La marca del movimiento es el nomadismo. Si bien los GJ son personas comunes y corrientes, con vivienda fija y empleo o dueños de empresas, sus tácticas de lucha revelan un tipo de movilidad que permite ocupar más fácilmente centros de poder que se han revelado sensibles, como por ejemplo el célebre “triángulo de oro” de París o las puertas de entrada al gran mercado de Rungis.  Pero además, es un movimiento irrecuperable: sin carnet de militancia, sin liderazgos únicos, decididamente anti-burocrático y desprovisto de banderas ideológicas, los GJ sacan de su contacto directo con el cotidiano toda su fuerza. Sus reivindicaciones podrían parecer disparatadas. Empero, indican realidades específicas que han logrado ganar un espacio de visibilidad. El más bello ejemplo es tal vez aquel punto del pliego de peticiones[2] que pide la ampliación de la ayuda al servicio de “babysiter” hasta los 10 años del menor, ubicada entre la exigencia de la salida de la Unión Europea y la aumentación de recursos para los servicios psiquiátricos. Ello no quita que el corazón de su pliego lo define tres grandes preocupaciones: el acelerado empobrecimiento de las clases populares francesas, la injusticia fiscal y la ruptura entre la sociedad civil y sus instancias de representación. Un nuevo movimiento no centralizado, no burocrático, con tendencia al nomadismo y fundado en gestos de solidaridad, comienza apenas a ver el día en Francia y a extenderse por toda Europa. Es probable que el proceso se apague. Sin embargo, este escenario de politización ha dejado ya un rastro que, más temprano que tarde, será retomado por otras luchas.

[1] En este vínculo se puede firmar la petición de amnistía en favor de los cientos de ciudadanos condenados a prisión por el sólo hecho de manifestar: https://amnistiegj.fr/

[2] En este vínculo se pude votar por el pliego de peticiones de los GJ https://revendicationsgiletsjaunes.fr/