Roberto Amorebieta
@amorebieta7
En Colombia hemos visto numerosas cortinas de humo en los últimos años. Por ejemplo, la noticia del niño Luis Santiago, asesinado por orden de su padre, que fue utilizada para tapar la noticia de los falsos positivos de Soacha en 2008. O la detención de Jesús Santrich, en sí misma un espectáculo noticioso, ocurrida el mismo día en que la primera ministra de Noruega estaba de visita en Colombia preguntando por el derroche y la corrupción en el uso de los dineros destinados a la paz, donados entre otros por ese país. O la última que vimos, el video de Gustavo Petro recibiendo dinero en efectivo, lanzada en pleno debate contra el Fiscal General en el Congreso.
Ocurre que las cortinas de humo se hacen cada vez más sofisticadas al punto de que son cada vez más difíciles de identificar y contrarrestar. Es lo que sucede con el presidente Iván Duque. Su apariencia infantil y vacía, la aparente ausencia de liderazgo en el Gobierno y la falta de respuestas convincentes a los problemas del país, no son algo que le esté saliendo mal a las clases dominantes. No es algo que esté por fuera del libreto. Ni siquiera el llamado de Álvaro Uribe a “enderezar” es un reconocimiento de que las cosas deben cambiar.
Todo lo contrario. Asistimos a la puesta en marcha de la estrategia más elaborada de manipulación ideológica de los últimos años en Colombia, donde los sectores dominantes tiene claro que la confrontación armada que se usó para frenar las aspiraciones populares y democráticas debe continuar, pero esta vez con la memoria y el relato histórico como botín de guerra. Esa estrategia tiene, como uno de sus principales elementos, una cortina de humo permanente que se llama Iván Duque.
El subpresidente y los gringos
Por ello vale la pena detenernos en lo ocurrido a raíz del comentario zalamero de Iván Duque en la visita del secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo a Cartagena el pasado 2 de enero, y la avalancha de comentarios burlescos que se registró en las redes sociales. Vale decir que el episodio dio para toda suerte de comentarios, memes, publicaciones y noticias falsas, destacándose como unas de las más ingeniosas las intervenciones sobre obras clásicas de pintores estadounidenses como Percy Moran, Gilbert Stuart o John Trumbull.
Lo que sí quedó claro es la enorme creatividad de los usuarios de internet que no tardaron en inundar las redes con divertidas piezas que hacían mofa del servil error histórico de Duque y de las patéticas respuestas que en su defensa hicieron miembros del gobierno como la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez.
Lo que no se dijo y nadie comentó en medios ni en redes sociales (y aquí es donde comienza a operar la cortina de humo permanente) fue el verdadero motivo de la visita de Pompeo a Cartagena. El secretario de Estado de los Estados Unidos vino a afinar los detalles de la cada vez más inminente intervención militar en Venezuela. Y no es paranoia.
Durante veinte años el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados como Colombia y España (y ahora Brasil) han intentado de todas las maneras posibles derrocar el gobierno de ese país y frenar el proceso bolivariano: Llevaron a cabo un golpe de Estado en 2002 que falló gracias al entusiasmo y la valentía popular que restableció el orden constitucional y al presidente Chávez en el poder, hicieron un paro petrolero que casi destruye la economía en 2003, sabotearon las elecciones parlamentarias en 2005, han sometido al país a toda suerte de sanciones económicas y financieras con el fin aislarlo y generar desabastecimiento, han adelantado la más feroz campaña mediática contra el proceso bolivariano desde 1999, han organizado grupos de revoltosos que se mezclan hábilmente en las legítimas manifestaciones de la oposición y provocan la respuesta de las fuerzas de seguridad para que los medios las divulguen, han linchado públicamente y quemado vivos a miembros del chavismo, han atentado contra el Tribunal Supremo y contra el propio presidente Maduro, en fin. Lo único que les falta es la intervención militar.
Las consecuencias de la intervención
Hace un par de meses se habló del tema para medir el pulso de la opinión y no les fue del todo mal. El presidente estadounidense Donald Trump dijo que su gobierno no descartaba ninguna opción con Venezuela, incluyendo la militar. El embajador colombiano en los Estados Unidos, Francisco Santos, como haciendo eco a la voz del amo, salió a medios a decir que “todas las opciones debían considerarse”.
Los medios colombianos hicieron entusiastas análisis sobre la rápida victoria sobre las tropas venezolanas y el fácil derrocamiento de la “dictadura”. Todos se engolosinaron con la posibilidad de una intervención rápida, quirúrgica, con muertos ajenos y sin pagar mayor costo porque, según ellos, la fruta estaba madura y solo bastaba con sacudir el árbol un poco.
No obstante, a pesar del optimismo que se quiere inyectar en la opinión frente a la posibilidad de una triunfante guerra con Venezuela, es importante aclarar varias cosas a las mentes calenturientas. Primero, ninguna guerra de “restablecimiento de la democracia” ha servido para cosa diferente a destruir los países, convertirlos en focos de violencia y garantizar el acceso al petróleo de las potencias occidentales.
Incluso, el modelo R2P (responsabilidad de proteger) que se aplica en crisis humanitarias como las de Somalia o Haití, ha dado mayores resultados. Segundo, frente al entusiasmo infantil de que en tres días se pueda derrocar a Nicolás Maduro, hay que advertir que lo que sí tendremos a los tres días de intervención militar es una emergencia humanitaria de millones de venezolanos intentando salir del país, muchos de ellos, hacia Colombia. Tercero, Estados Unidos no pondrá lo muertos. Los ejércitos de Colombia, Brasil, Panamá y Guyana se encargarán del trabajo sucio mientras los oficiales estadounidenses observarán el teatro de la guerra desde salones con aire acondicionado y pantallas de transmisión de video en tiempo real.
Paz y autodeterminación
Una intervención militar en Venezuela sería un desastre para la humanidad en general y para los países limítrofes como Colombia, en particular. Estamos cerca de una situación muy grave pero mientras tanto nos divertimos diseñando memes y burlándonos de Iván Duque. Allí es donde no podemos equivocarnos. Mientras el presidente cumple su papel de bufón que nos avergüenza todas las semanas con su última liviandad, las clases dominantes encabezadas por Álvaro Uribe, Germán Vargas Lleras y Luis Carlos Sarmiento Ángulo nos implementan, sin que nos demos cuenta, la agenda más retardataria de que hayamos tenido noticia junto con la amenaza de una intervención militar en Venezuela.
Es deber de los demócratas y los comunistas defender la paz y la autodeterminación de los pueblos como valores innegociables. No debemos dejarnos distraer por las bobadas de Duque y sí atender a lo que realmente está sucediendo en lo externo y en lo interno. Es decir, hay que defender el derecho de las y los venezolanos a decidir el futuro de su país y oponernos a cualquier intento por cambiar violentamente el gobierno, y mientras tanto acompañar las movilizaciones ciudadanas por el cambio que ya se ven venir.
Hoy estamos exigiendo la renuncia del Fiscal General, mañana iremos por más, por el poder popular, por la democracia y el socialismo. Sin distracciones, sin payasadas.