¿Cuál es la histeria con Santrich?

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Momento en el que la bancada de la Alianza Verde protesta por la presencia de Santrich en la plenaria de la Cámara de Representantes.

El estilo retador y la estética provocadora del excomandante de la FARC le han hecho objeto de feroces ataques. La visceral hostilidad contra su figura se explica por el desafío que plantea al lenguaje político convencional en Colombia

Roberto Amorebieta
@amorebieta7 

El episodio de la captura, liberación y posterior posesión como representante a la Cámara de Jesús Santrich ha desatado una ola de histeria. Los más genuinos exponentes de la ultraderecha, los opinadores de oficio de los principales medios de comunicación e incluso muchos analistas biempensantes que un día sí y otro también llaman ingenuamente a poner fin a la polarización, se han hecho eco de la indignación por el devenir de los acontecimientos.

Hace dos semanas, se corría el riesgo de que el presidente Iván Duque declarase el estado de conmoción interior y extraditase administrativamente a Santrich a los Estados Unidos. Hecho que, por supuesto, pondría en un grave riesgo la existencia misma del proceso de paz. Hoy, el excomandante y dirigente del partido FARC no solo está en el país y gozando de la libertad, sino que se sienta en un escaño de la Cámara de Representantes.

A Santrich le han dicho de todo. Los congresistas de la extrema derecha le exigieron de forma airada y agresiva que se retirara del recinto de la Cámara porque está sub júdice, es decir, porque pesa sobre él una acusación penal. Olvidaron en su pataleta, por supuesto, que contra su jefe Álvaro Uribe están abiertas más de 200 acusaciones penales en la Comisión de Acusación.

El episodio vergonzoso

El presidente Duque, quien cada día se esfuerza sin éxito en convencer al país de que realmente cree lo que dice, en una actitud que se pasa por la faja el debido proceso y roza el Código Penal, lo llamó “mafioso”. Pero el más bochornoso episodio lo protagonizó la bancada de la Alianza Verde con una puesta en escena en pleno recinto de la Cámara en la que los congresistas exhibieron unos cartelitos con la infantil frase “Sí a la paz, no a Santrich”. Vaya paradoja, la frase no pudo ser leída por el propio Santrich porque, como se sabe, es casi ciego.

El episodio es bochornoso porque se supone que ese partido, si bien ideológicamente se ubica en el centro derecha liberal, siempre se ha mostrado comprometido con la implementación del Acuerdo de Paz. No es coherente que un partido político que se ha declarado en oposición al gobierno, que ha llevado la vocería cuando se ha defendido la aprobación de la ley reglamentaria de la JEP y que ha tenido que padecer la estigmatización por parte de la ultraderecha, se sume al bullicio orquestado por el sector político que más les aborrece.

Lo más decepcionante fueron los trinos de Juanita Goebertus, quien en el pasado ya ha exhibido cierto uribismo vergonzante, y el papel de Inti Asprilla como vocero de la bancada en el pueril acto simbólico en la Cámara. Es increíble que el hijo de un exguerrillero, que en vida se alzó en armas, hizo la paz y luego haciendo política ocupó curules en corporaciones públicas, se declare “indignado” por la presencia de Santrich en el Congreso.

El delito de leso imperio

Lo más interesante de todo esto, más allá del ruido de las declaraciones, el fragor de las redes sociales o los ingenuos actos simbólicos, es lo que se halla en el fondo de la indignación contra Santrich. ¿Por qué les molesta tanto? Por un lado está, por supuesto, su acusación por narcotráfico, delito no de lesa humanidad sino de leso imperio en palabras de Antonio Caballero, es decir, un delito que lesiona la esencia misma del poder del imperio porque es él quien ha impuesto la prohibición del tráfico de drogas.

Por eso los jefes paramilitares fueron extraditados en 2008 para responder por delitos de narcotráfico, embolatando la posibilidad de que sus víctimas fueran reparadas en el país. Es más grave, según esa lógica, traficar narcóticos hacia Estados Unidos que cometer masacres, desplazamientos y torturas en Colombia. Por ello se considera muy grave que la liberación de Santrich y su no extradición haya entorpecido un proceso penal en un país aliado.

Para ellos no importa si el delito por el que se acusa a Santrich no existe en Colombia, si el entrampamiento realizado por la DEA fue ilegal o si la Fiscalía manipuló las pruebas. Santrich debe ser extraditado y si es culpable, lo establecerá debidamente la justicia estadounidense.

El estilo Trichi

Por otro lado, está la línea de argumentación que acusa a Santrich de ser cínico, arrogante y retador. “Descarado”, lo llamó el presidente Duque. Y es que sus formas parecen no encajar con el estilo tradicional de la política colombiana. El excomandante dice lo que piensa, no se avergüenza de lo que ha sido, le gusta la confrontación de ideas porque puede sacar de casillas a sus contradictores y ponerles en evidencia. Se ríe, hace bromas, utiliza metáforas, recita poemas, se burla de la solemnidad.

El politólogo Francisco Gutiérrez Sanín dice que una de las características que hacen único al sistema político colombiano es la combinación de un estilo dialéctico “centrista”, diplomático, casi zalamero, con un uso de la violencia política como método predilecto de resolución de diferencias.

El estilo de Santrich es imperdonable porque rompe con ese lenguaje por dos razones. Primero, no ha ejercido la violencia de forma soterrada como muchos políticos. Al contrario, él ha hecho la guerra abiertamente y ahora está decidido a hacer la paz. Es un hombre que viene del conflicto y pone en evidencia con su propio testimonio vital que la violencia ha sido determinante en la historia política del país.

Y segundo, su lenguaje estético no corresponde a las formas convencionales de la política colombiana. Calza abarcas, luce siempre de blanco y lleva una kufiya palestina alrededor del cuello, que sumada a las gafas oscuras que ocultan sus ojos le dan un aire misterioso y enigmático que desconcierta a sus opositores. Trata de tú a todos sus interlocutores, hace con sus dedos la señal de la victoria cuando por fin se sienta en su escaño como congresista, en fin, no cumple con las formas exigidas por el establecimiento a quienes han dejado las armas y se han reincorporado: Sumisión, humildad y arrepentimiento. No, Santrich –o “Trichi”, como le llama su gente en la FARC– tiene un estilo diferente, irreverente y atrevido. Por eso no le soportan. Les molesta, les irrita y les parece estridente.

Quizás, quizás, quizás

Parafraseando al propio Santrich, “quizás” el problema no sea él. “Quizás” el problema no sea la acusación en su contra, ni su estilo confrontativo y provocador, ni su estética popular y transgresora. “Quizás” el problema se halle en el propio sistema político –no solo en el uribismo—y en especial en los sectores que, sin ser uribistas, reproducen la cultura política de la exclusión y la intolerancia.

Si bien es claro que el Acuerdo de Paz no fue la revolución y que lo convenido allí es apenas un primer paso, también es cierto que parte de los cambios que se están provocando desde su firma también tienen que ver con la superación de ese estilo hipócrita y lambón que ha caracterizado al debate político en Colombia. Digámonos las cosas de frente. Si los de siempre ven a Santrich fuera de lugar, “quizás” son ellos quienes ya están fuera de lugar.