José Ramón Llanos
Es necesario que el Gobierno de Iván Duque reconozca que es incapaz de evitar las semanales masacres perpetradas en varias regiones del país. Tampoco es capaz de minimizar los efectos de la pandemia.
Estamos en un momento trágico del país: Paramilitares altamente eficaces en su acción asesina y un Gobierno altamente ineficaz, por lo cual facilita la ejecución de los planes genocidas de los enemigos de la convivencia.
Por tanto, el país afronta el más grave reto del presente siglo, una pandemia de índole política-social: una serie de asesinatos mediante múltiples masacres semanales, que el Gobierno ha tratado de disminuirles impacto e importancia enmascarándolas con el calificativo de homicidios múltiples. Los miembros del Centro Democrático siempre intentan mimetizar los más graves delitos perpetrados durante sus gobiernos, ocultándolos con denominaciones impropias: Álvaro Uribe rebautizó los crímenes de Estado, denominándolos falsos positivos.
Pero más grave que ese asunto de nominaciones es el hecho que tanto el presidente Duque como su ministro de Defensa, ante su incapacidad -¿o complicidad?- para evitar esos asesinatos que tienen aterrados a las comunidades donde se presentan con más frecuencia, se limitan a ofrecer recompensas y calificaciones absurdas mediante gritos. La última de esas calificaciones la hizo el ministro Holmes Trujillo, con voz estentórea, expresó su solución: “Maldito narcotráfico”. Y adobó el diagnóstico con la inútil y única estrategia que tiene el Gobierno para combatir las masacres: las recompensas. Una prueba más de que solo hay una posibilidad de evitar que se imponga en el país el cogobierno de los autores intelectuales del genocidio y la impotencia de Iván Duque: su renuncia.
Como si lo anterior fuera asunto menor, tenemos la sumatoria de entuertos de igual entidad al anterior y de consecuencias nefastas: el pésimo manejo del covid-19. Desde el mes de marzo se identificaron las falencias y pésimas soluciones gubernamentales de la pandemia, los gremios económicos le impusieron la agenda: mantener el acceso de los turistas extranjeros e ignorar las orientaciones de la Organización Mundial de la Salud. Por esa razón ni cerró el acceso de los viajeros del exterior ni se les exigió pruebas del covid-19.
Las consecuencias de privilegiar los intereses de los gremios económicos y subvalorar la vida humana, la están pagando los colombianos: 40 mil muertos y más de un millón de infectados. Y ante la negativa de decretar el confinamiento, como ya lo hizo Europa, nos espera y un año nuevo trágico. De luto, además, por las órdenes macabras de los paramilitares
En medio de esta calamidad suprema ha surgido una solución mediata pero efectiva, el referendo revocatorio que nos librará de Duque y del Centro Democrático y posicionará ventajosamente a las fuerzas progresistas para instaurar la democracia real en el país y eliminar las fuerzas derechistas que tanto daño le han causado a este pueblo. No desfallezcamos, que es ahora o nunca.
La pandemia ha develado muchas falencias y carencias del sistema de Gobierno -que no democracia- colombiano. El confinamiento también ha propiciado reflexionar sobre toda la polémica en torno a la finalización del conflicto social-armado y los compromisos asumidos por los diferentes firmantes del Acuerdo Final de Paz. Incluso ha sido posible confrontar como han actuado los partidos tradicionales colombianos en relación con los períodos posviolencias en la historia del siglo XX.
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