Con un lenguaje fresco y con plena sinceridad, el autor, analiza la participación de la izquierda comunista al lado del presidente Gustavo Petro, ubica puntos de encuentro como la paz total y también de distancias. Reconoce una nueva acción política no visualizadas antes por las izquierdas por parte del presidente de los colombianos
Guillermo Linero
El mundo siempre ha estado dividido entre dos ideologías, en correspondencia con una simple regla de opuestos que ocurre tanto en hechos de la naturaleza como en las actividades de los humanos. Algo tan lógico como la existencia del día y la noche, o como la dualidad entre el llamado idealismo y el materialismo, dos tendencias opuestas que implican el desarrollo de líneas políticas paralelas. Si bien en la naturaleza los opuestos suelen ser complementarios, en el contexto de la cognición -que es de efectos filosóficos y políticos- suelen ocurrir en términos de repulsa.
Las izquierdas comunistas.
Acá en Colombia, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a la pugna entre dos bandos políticos aparentemente irreconciliables. De hecho, desde los tiempos de la fundación de nuestra república, bajo la égida de Bolívar y Santander, reconocemos dos tendencias políticas en contradicción: el centralismo y el federalismo, de las cuales devendría luego, en los siglos XIX y XX, un continuo conflicto entre liberales y conservadores.
Tanto los conservadores, dados a creer que no todos somos iguales, como los liberales, dados a defender la pluralidad, tuvieron largos periodos de mandato dictatorial. Rivalidad que se extinguiría, a partir de cuando se consolidaron los modelos políticos comunistas y socialistas -hoy denominados de izquierda- que se opondrían por igual a liberales y conservadores -hoy denominados de derecha-.
Con el llamado Frente Nacional -dictadura bipartidista que duró de 1958 a 1974- dichos partidos tradicionales optaron por unirse en una sola fuerza de derecha y de extrema derecha, con el propósito de cerrarles las puertas al comunismo y al socialismo, pues la balanza política se inclinaba cada vez más hacia ellos, como ya había ocurrido en el mundo entero.
Las izquierdas comunistas y socialistas, desarrolladas tras la llegada al poder de Lenin (con la revolución rusa de 1917), terminarían replicándose en países como China (en 1949), Laos (en 1953), Corea del Norte (en 1950) y Vietnam (en 1955) y; en el caso de Latinoamérica, en países como Cuba (en 1959) y Nicaragua (en 1979) que eligieron -como Lenin y Mao Tse Tung lo habían planificado- el centro de interés en la defensa de los derechos de los trabajadores y de los campesinos. Esto último, aferrándose al entendimiento de que la lucha contra el oponente debía ser un acto revolucionario basado en la lucha armada.
Pactar la paz y construir la democracia.
Lo cierto es que los movimientos de izquierda, igual en Europa como en Latinoamérica y gracias al desarrollo de una conciencia popular, pudieron acceder al poder al descontar las luchas armadas y apostarles a las contiendas electorales. De tal suerte, en Venezuela, por ejemplo, tras el intento fallido de golpe de Estado por parte del comandante Hugo Chávez, la izquierda venezolana -el llamado socialismo del siglo XXI- alcanzaría el poder en 1998, precisamente participando de la contienda electoral establecida por sus oponentes de derecha.
De ahí en adelante esa sería la estrategia a seguir, pues al tiempo que fracasaban los intentos de acceder al poder por medio de revoluciones armadas, se consolidaban -gracias a los movimientos sociales organizados civilmente- las fuerzas de la izquierda que accedieron al poder pacíficamente, pero sin abandonar los principios sentados por Lenin y Mao Tse Tung; es decir, teniendo como objetivo el desarrollo de gobiernos en favor de los pueblos y en contraposición a los gobiernos defensores a ultranza de la concentración del poder en manos de minorías privilegiadas, que sólo buscan el desarrollo del individualismo y la defensa de la propiedad privada.
En consecuencia, lógica, estos nuevos gobiernos de izquierda, al desmontar la lucha armada y aceptar los mecanismos de acceso al poder, instituidos por los tradicionales gobiernos de derecha, se vieron sujetos a gobernar con constituciones y modelos institucionales de corte conservador; es decir, reticentes a las ideas fundadas en el privilegio de las clases populares.
Con todo, eso no sería un obstáculo para las opciones de cambio político drástico, sino un lastre para el desmonte de las inequidades. De hecho, los gobiernos de izquierda encontraron como resistencia vicios extrapolíticos, soportados en conductas delincuenciales que van más allá del natural egoísmo -propio de la mentalidad conservadora o de derecha- como la corrupción y la persecución criminal a sus oponentes. Una situación que ha dificultado la puesta en marcha de sus programas en el corto tiempo de los periodos de gobierno establecidos por el esquema de las democracias.
Aunque ya no hicieran uso del poder de las armas, estos nuevos gobiernos de izquierda también se vieron avocados a prácticas de purga política que implicaba el desmonte de las clases políticas empresariales, forjadas en la inequidad y soportadas en privilegios non sanctos. En tal suerte, estos movimientos de izquierda -que no el liderado por el cubano Fidel Castro, que se mantendría en el poder durante cincuenta años, ni tampoco por el nicaragüense Daniel Ortega, que desde el año 2007 se aferra al poder usando los mecanismos antidemocráticos característicos de los gobiernos de derecha.
La izquierda del presidente Petro.
En el caso de Colombia, y por eso el protagonismo internacional de Gustavo Petro -el primer presidente de izquierda en nuestro país-, se ha distanciado de los modelos de la izquierda tradicional, al dar prioridad, no únicamente a la persecución de los corruptos, sino también abanderando nuevos cometidos como, por ejemplo, la necesidad de transformar una economía basada en la extracción del petróleo y el carbón, por una de energías limpias; y en el desmonte de una tradición de gobiernos que descontaban los derechos humanos.
En efecto, el presidente Petro ha dado prioridad, además de los derechos humanos, desmontando las prácticas criminales típicas de los gobiernos opresivos y de las revoluciones violentas para tumbar gobiernos de derecha. Tal postura, le ha posicionado en una situación de sensatez, tan verdadera que los países dados a las estrategias imperialistas enemigas de los movimientos de izquierda no han podido oponerse a sus ideas, e incluso lo están acompañando. No en vano, el Time le ha incluido -por su servicio a la humanidad- entre los cien personajes más influyentes del momento.
Ese reconocimiento y respaldo no lo tuvieron ni Fidel Castro ni Lula Da Silva, y menos lo han tenido los presidentes de Nicaragua y Venezuela, que tienen un perfil más dictatorial -aunque debemos reconocer, en el caso de Venezuela, el derecho que tiene a resistirse, mientras estos mismos países poderosos que hoy apoyan a Petro, le opriman miserablemente con bloqueos económicos.
Hay que decir, en beneficio de la claridad, que el presidente Gustavo Petro se ha desligado del rótulo de las izquierdas comprometidas con las típicas ideas de los socialistas y de los comunistas, al propiciar situaciones de acción política -no visualizadas antes por las izquierdas- como el rechazo a las guerras y a los conflictos civiles, que propicia un esquema incluyente cuya bandera es la paz total.
No obstante, el presidente Gustavo Petro -de ahí la esencia izquierdista de su propuesta de gobierno- no ha descuidado el principio común a todas las izquierdas, como es la certeza política de que el mandato no es de los gobernantes, sino de los pueblos. Pese a ello, como no les ocurre a Ortega y a Maduro, presidentes -hoy estigmatizados internacionalmente- a Petro apenas se le oponen los connacionales herederos de la barbarie, pues sin ella no tienen la menor opción de volver al poder.