La marranita guerrillera

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Muchos exguerrilleros de las Farc-EP, hombres y mujeres, tuvimos muchas mascotas en la guerra: cusumbos, loros, pavas, gallinazos, dantas, manaos, tigrillos, guacamayas, micos, osos perezosos, chivos, perros, gatos, culebras, gallinetas, gavilanes, gallinas, pollos, zorros, ardillas y pericos. Esta es la historia de Esther, nuestra mascota

Rubín Morro

La vida guerrillera está llena de episodios, unos grandes momentos que por lo general se quedan en el imaginario y los llevamos a cuento, hasta que los escribimos, porque ellos marcaron una huella. Hay otros que, sin ser grandes para la historia, hicieron parte de nuestras vidas, estuvieron a nuestro lado, dedicamos buena parte a ellos y hasta compartimos con ellos momentos inolvidables. Las mascotas en la guerrilla hicieron parte de nuestra familia, de nuestro hábitat.

Cerdita con manchas negras

Esta vez nos ocuparemos de Esther. Llegamos una tarde a la finca de un señor colono en las riberas del río Tamaná, jurisdicción de San José del Palmar, departamento del Chocó. Una señora blanca, bajita, de unos 45 años, tenía dos niños flacos y desnutridos, con una barriga enorme, llena de parásitos. Nuestro enfermero les suministró algunos medicamentos. El dueño de la casa -como llaman por ahí, “el señor de la casa”-, era un negro alto, desdentado, analfabeta, pero muy hábil para hacer cuentas. Tenía dos mujeres en la misma finca. Solo que en casas separadas en los extremos de su propiedad; allí tenía la otra mujer y dos niños más, esta era una joven mujer, analfabeta también. El hombre dormía tres días con una señora y luego tres días con la otra compañera. Esa es la cultura en estas tierras de la Colombia olvidada.

La única propiedad que tenían era una marrana negra recién parida. Tenía 12 cochinitos. Todos bonitos, menos una cerdita negra con manchas negras. Era la más bonita de color, pero la más flaca. Siempre, cuando la mamá marrana abría la zona de alimentación, la marranita negra se quedaba sin teta y cuando todos sus hermanitos se llenaban, se pegaba de la teta y ya no había leche en aquellos arrugados y largos pezones.

De pronto una guerrillera le dijo al compañero, “Véndame esa marranita, la flaquita”. El compañero sin vacilar le respondió, “Llévesela, se la regalo, de todos modos, se morirá, porque está muy flaca”. Inmediatamente dijo la guerrillera: “Le pondré por nombre Esther”. Al día siguiente marcharía con nosotros en un canasto; al comienzo chillaba. Ya era “guerrillera”. Marchamos ese día, nos encaletamos ocho días. Le consiguieron tetero y leche, la desparasitaron, hasta champú le consiguieron.

Una guerrillera más

Esther pronto abandonaría el tetero y ya comía de la rancha general, la gran novedad era que solo comía comida caliente, no trasnochada y menos fría. A la guerrillera le tocaba lavarle la vasija todos los días. A medida que crecía, su comportamiento era más raro. Pronto se enseñó cuando mandaban el personal a bañarse, ella se iba también, se paraba en el centro de la quebrada y hasta que no la bañaban con jabón no se venía de la quebrada. Cuando no le paraban bolas, mordía suavemente la pantorrilla de alguien, como diciéndole báñame, camarada.

Esther se amañaba mucho en mi caleta, me tocaba hacerla alta para que ella entrara sin levantarme la cama. Cuando estaba yo en al aula, me buscaba y se echaba al lado mío. Cuando salíamos al descanso y refrigerio, era la primera que llegaba al vajillero. Tenia su vajilla especial para ella. Cuando terminaba se quedaba ahí para que le sirvieran más. Es que Esther tenía su presupuesto normal y más porque se comía una libra ella sola, cuando normalmente esa cantidad era para tres guerrilleros.

Un romance porcino

Esther se volvía más compleja en su conducta, cuando alguien la espantaba o le pegaba por cansona, esperaba que el dueño se fuera, se iba para la rancha, se revolcaba en un pantanero y luego se le subía a la cama y le volvía el tendido un verdadero desorden. A medida que fue creciendo, también lo hacían su pelaje negro y su manchón blanco. Marchaba con nosotros al comienzo rápido, pasaba ríos crecidos, árboles caídos, obstáculos. Cuando se engordó, ya no caminaba rápido, se cansaba, se echaba en las quebradas, nos tocaba empujarla en los pequeños relieves de terreno. Se fue convirtiendo en un problema para los guerrilleros.

Un día pasamos por la población civil y se “enamoró” de un cerdo flaco, feo y lleno de peladuras. Así perdía Esther su virginidad en medio de la selva y bajo unos cacaotales florecidos. Este romance porcino la llevó a un embarazo indeseado. Hasta chistes hicimos con este caso y llamamos el enfermero para decirle que había olvidado el control de la planificación con Esther. Lo único cierto es que ya la cochinita era la señora cerdita.

En medio de un enfrentamiento

Estando preñada, se desprendió una piedra en plena marcha y le golpeó una pierna. No pudo caminar más. Nos tocó parar la marcha y el enfermero le entablilló la pierna. A los dos días pudo caminar. Dejamos unos muchachos que se quedaran con Esther, llegaron al campamento a las 18:00 horas en medio de un gran aguacero. En una ocasión la picaron las avispas, nos tocó buscarla porque del susto se disgregó y temíamos que se la comiera un tigre o la mordiera una culebra.

Iniciaba una operación militar en el año 2007. Esther preñada, ya era una situación bien compleja. Hubo propuestas de sacrificarla y comérnosla, pero todos los guerrilleros votaron en contra. Se quedaba la dueña de Esther con ella, siempre llegaban por la tarde a los campamentos. Le tocó al comando resolver y evacuarla para la población mientras paría y luego de su parto volvería a las filas. Buscamos un compañero que la recibiera. Al comienzo se venía de donde la dejamos para el campamento, hasta que nos alejamos, llegó el Ejército y ella los confundió con los guerrilleros.

Cuando pasó el operativo, fuimos a buscar a Esther, el compañero nos dijo que un día Esther se había ido para donde estaban los soldados y que no había regresado. Inmediatamente mandamos a buscarla, los guerrilleros regresaron a las dos horas, en dicha misión iba la guerrillera que la crió, venía llorando y con las lágrimas a todo vapor nos contó que solo habían encontrado el pelaje negro y blanco de Esther. El Ejército se la había comido. Solo nos quedaron las fotos -que aún conservo- que tomé cuando tenía cinco meses.

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