Carlos A. Lozano Guillén
@carloslozanogui
Contrario a lo que dice la representante uribista María Fernanda Cabal, acostumbrada a expresar todo tipo de tonterías, como calificar la Masacre de Las Bananeras de mito inventado por los comunistas, numerosos académicos e historiadores dicen que “fue una masacre horrible del Estado”, un acto de terrorismo estatal perpetrado por el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez, entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928.
Aun no se conoce con precisión el número de víctimas. Mientras el gobierno de Abadía Méndez reportó “apenas 47 muertos” y el embajador de Estados Unidos en la época, Jefferson Caffery, registró mil; historiadores y académicos reconocen “varios miles de muertos” y Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, en la magistral crónica de este triste acontecimiento, en su obra cumbre “Cien años de soledad”, señala que fueron tres mil con su estilo literario narrativo y elegante, conocido como “realismo mágico”, que no es simple ficción o mito, sino una especie de “ficción realista”. Es la verdad histórica, contada de forma mágica y literaria, pero es la realidad real a la luz de hechos y acontecimientos que existieron, muchas veces ignorados o tergiversados. Escribió el genial escritor: José Arcadio Segundo (hablando con una señora a la que encontró después de la masacre, nota de C.L.) no habló mientras no terminó de tomar el café.
-Debían ser como tres mil- murmuró
-¿Qué?
-Los muertos –aclaró él-. Debían ser todos los que estaban en la estación. La mujer lo midió con una mirada de lástima. “Aquí no ha habido muertos”, dijo. “desde los tiempos de su tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo”. ¡Qué bello texto! Traído a la actualidad, interpretado a la luz del realismo mágico, se podría decir que aquella señora era María Fernanda Cabal en su vida anterior, no cambió para nada.
Tres mil muertos
Pero en la realidad los muertos pudieron ser los tres mil, porque la matanza fue en la noche del 5 al 6 de diciembre de 1928. Habían fracasado los intentos de negociación. El gobierno se negó a conversar; la United Fruit Company aunque escuchó a los trabajadores con la mediación de unos inspectores de trabajo, se negó a firmar el acuerdo porque sus representantes alegaron que ellos habían suscrito la concesión con el Gobierno Nacional y era este el que tenía que firmar. Algo macondiano protagonizado por yanquis y criollos.
El general Carlos Cortés Vargas, a quien desde Bogotá le ordenaron trasladarse de Barranquilla a Ciénaga, Magdalena, cerca de Santa Marta, donde estaban las instalaciones de la compañía bananera transnacional, no vaciló en llegar en horas de la madrugada a los campamentos de los trabajadores, donde esperaban respuesta de si se iba a “firmar el acuerdo por el que fuera”, ordenó disparar a mansalva contra personas inermes y en estado de indefensión. Fueron sorprendidos por las tropas del Estado, que actuaron esgrimiendo la “Ley Heroica”, aprobada por el Congreso de la República, de mayoría conservadora, el 30 de octubre de 1928. Poco antes de la huelga bananera, iniciada el 13 de noviembre del mismo año. Los muertos fueron muchos, acribillados por las balas de los miembros del ejército, el General Cortés Vargas ordenó sacarlos y fueron subidos a los vagones del ferrocarril y se los llevaron con dirección al mar. Seguramente allí fueron lanzados a las aguas para que jamás fueran encontrados los cuerpos. Solo se exhibieron nueve cadáveres, pero días después las fuentes oficiales reconocerían que “apenas fueron 47 los muertos”.
La “Ley Heroica”
La “Ley Heroica”, esperpento anticomunista y antisocial, fue una ley de orden público que prohibía la “lucha de clases” y la propaganda de las demandas sindicales, sociales y populares, tuvo sus antecedentes en la “ley de los caballos”, adoptada en 1888, durante la larga etapa de la “regeneración” conservadora, en el gobierno de Rafael Núñez, de la cual se recuerda, además de la “ley de los caballos”, la nefasta Constitución autoritaria, confesional y antidemocrática de 1886, que fue remplazada por la Carta de 1991 y que algunas mentes retardatarias añoran con pasión. Es dable anotar, que en la segunda mitad del siglo XX, el “estatuto de seguridad” del gobierno de Julio César Turbay Ayala y la “seguridad democrática” de Álvaro Uribe Vélez, tuvieron su inspiración en la “ley de los caballos” y la “ley heroica”.
Según el historiador Jorge Orlando Melo, la “ley heroica” fue la respuesta represiva del gobierno de Abadía Méndez, para impedir la movilización obrera y popular a raíz de la crisis económica mundial, con efectos en el país por los fuertes lazos de dependencia con el imperialismo de Estados Unidos, y que condujo a la depresión planetaria de los años 30. La contradicción con las empresas imperialistas en Colombia era evidente, en 1927 fue la huelga de los trabajadores de la Tropical Oil Company. También fue enfilada a contrarrestar la influencia de la Revolución de Octubre y del socialismo que lograba numerosos adherentes entre los obreros y la intelectualidad. La exitosa gira nacional de María Cano, “La Flor del Trabajo”, en 1927, desató temores en el gobierno reaccionario y conservador, así como en “liberales tibios”.
La “Ley Heroica” fue instrumento represivo para enfrentar las movilizaciones de los trabajadores porque como suele ser en el capitalismo, las crisis siempre quiere descargarse en los hombros del pueblo. Inclusive, caída la hegemonía conservadora, en 1930, el gobierno liberal de Enrique Olaya Herrera persiguió a los comunistas desde su fundación en el mismo año y también aplicó las medidas totalitarias de orden público. Sin embargo, hay que reconocer que en 1934, durante el gobierno de la “Revolución en Marcha” de Alfonso López Pumarejo, en otra huelga de los trabajadores bananeros del Magdalena, este obligó a la United Fruit Company a firmar la Convención Laboral en que le reconocía importantes derechos a los trabajadores. Con la Segunda Guerra Mundial y sus efectos en la economía, la United Fruit Company decidió abandonar a Colombia y Centro América, pero esa es otra historia.
Las razones de la huelga
El 12 de noviembre de 1928 estalló la huelga de 25 mil trabajadores de la empresa bananera United Fruit Company, conocida por la explotación del recurso no solo en Colombia sino también en Centro América. Era una de las transnacionales más consentida por el gobierno de los Estados Unidos, casi un símbolo de su política imperial. Cuando se hizo inminente la huelga, la Casa Blanca le advirtió al gobierno colombiano, que si no protegía los intereses de esta empresa se haría necesaria la intervención de los “marines” estadounidenses.
La United Fruit Company imponía sus propias leyes y normas laborales, ignorando las disposiciones nacionales. Lo mismo que hacen todavía las transnacionales que explotan nuestros recursos, saquean las riquezas y deterioran el medio ambiente. No quiso negociar nada con los trabajadores, porque como no tenían contrato laboral decía con cinismo, “no tenemos trabajadores”, por lo tanto se atenían a las decisiones gubernamentales. El gobierno prefirió apoyarse en la “Ley Heroica” y, bajo normas de estado de sitio, eliminó el derecho de huelga y le dio tratamiento militar. El general Carlos Cortés Vargas fue designado jefe civil y militar con poderes plenos para restablecer el orden público. Lo hizo a sangre y fuego.
La situación de los trabajadores era lamentable. No tenían siquiera un contrato de trabajo, el tratamiento era indigno, no existían casi derechos sociales, ni atención a la salud ni a otras obligaciones legales. Dice Gabo en “Cien años de Soledad”: “Los médicos de la compañía no examinaban a los enfermos sino que los hacían pararse en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la lengua una píldora del color de la piedra lipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento. Era una terapéutica tan generalizada que los niños se ponían en la fila varias veces, y en vez de tragarse las píldoras se las llevaban a sus casas para señalar con ellas los números cantados en el juego de lotería”. Los obreros vivían hacinados. “Las condiciones eran de iniquidad en el trabajo”. Soportaban hasta la corrupción y los desafueros antiéticos de los administradores de la compañía.
Fueron poderosas razones humanas las que justificaron la realización de la huelga, no aceptadas por gobernantes inhumanos y vendidos a los intereses extranjeros y de las potencias imperiales. Fue lo que contó en su crónica sobre el tema, Carlos Arango Zuluaga, periodista de VOZ Proletaria, que fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1979.
Esa ola de crímenes y represiones, incluyendo el asesinato del estudiante Gonzalo Bravo Pérez, el 8 de junio de 1929, llevó al fin de la hegemonía conservadora en 1930.