Si algo ha caracterizado a las obras más críticas del séptimo arte ha sido dibujar una línea quebrada. Ahí están Godard, Buñuel y Raúl Ruiz. ¿Qué caracteriza a este arte? Resistencia
Juan Guillermo Ramírez
Como una pieza que cabe bien en un rompecabezas, el binarismo es el nuevo ismo. Dentro de su lógica lo blanco es blanco, lo negro es negro. Lo malo malo y lo bueno bueno. Los sanos sanos y los locos locos. La división entre dos fronteras que están opuestas, construida a partir de los resabios iluministas y autovalidados en un principio de verdad, Kant ha dado su parte. Una grieta en la pared blanca donde somos escritos día a día. Si algo puede caracterizar al arte de la modernidad es justamente eso: una traición, un abandono, un salirse.
Si hay alguna imagen para esto es la imagen del traidor que lleva un cuchillo bajo la mano y traiciona al que alguna vez perteneció. Un correr, no como el correr de Forrest Gump, un hacer por hacer, un accionar por accionar, sin detención; sino más bien un correr como el de Antoine Doinel al final de Los 400 golpes de Truffaut; es decir, huyendo en plano secuencia en dirección al mar y ahí una detención absoluta.
Si algo ha caracterizado a las obras más críticas de esta modernidad ha sido dibujar una línea quebrada. Ahí están Godard, Buñuel, Raúl Ruiz. ¿Qué caracteriza a este arte? Resistencia. Resistir como el acto de un arte que asiste al fin de su propia utopía, pero que a la vez celebra su momento, su luz fugaz. Resistencia como una detención y fuga, el huir de ese estado de contención, pero a la vez enrostrar al propio sujeto su escisión fundante.
Un escapar del rostro, buscando multiplicidades que refieran a eso: un instante fugaz de todo relacionado con todo. Escapando de lo humano. ¿Por qué la experiencia estética hoy múltiple, debe referir a un reflejo simbólico de sí mismo? Sería el arte como un lugar de libertad asociativa, de experiencia con lo múltiple. La obra es autónoma, y sus lecturas deben escapar, huir de su linealidad interpretativa.
Imágenes e información
¿Cómo dar nombre escapando de la banalidad audiovisual que intenta acabar con cualquier indicio del horror? Dictadura hoy es eso: una palabra. Por cada programa al respecto en la televisión, por cada nombre a una imagen, queda fuera un inasible. Por cada representación posible, un murmullo. Debajo de los muros pareciera siempre esperar su infrahistoria; el pequeño ruido que se le tiende a escapar a cada nuevo discurso.
Los cuerpos pasean en el zapping televisivo y a un botón se tendrá a un periodista dando un análisis político internacional, un programa de atrocidades grabadas o una película mal traducida. Cada programa es cada programa, cada imagen es cada imagen.
¿Cómo filmar desde un principio estético de resistencia? Ante la simplificación discursiva del audiovisual, pareciera que lo que nos salva es la complejidad de la experiencia. Pensar en sus resquicios, los objetos. Ahí se sitúa el pensamiento que busca una crítica. Una mirada oblicua que da nombre y se reniega. La única forma de pensar el horror es no mostrándolo. La máquina hará de cada suceso una experiencia banal. ¿Qué nos queda, por ejemplo, de una película como la Batalla de Chile de Patricio Guzmán? ¿o de Diálogos de exiliados de Raoul Ruiz? Un forzado acto de conexión con unas figuras apenas reconocibles. Un cómo viste, como habla, como se ve. Si la imagen es flujo de información, sólo es posible representar otorgando un corte, una detención.
No podemos representar como ellos representan, no podemos representar linealmente en un contexto donde todo apunta a un sometimiento, un olvido mayor. No podemos representar ni decir linealmente, en un contexto que se encarga de transformar todo en un objeto más dentro del discurso totalizador. Una estética resistente del horror representa sabiendo lo ficcional de sí mismo y, a sabiendas de su propio fracaso, traspasa a la realidad el único arte posible.
La estética del horror
En el cine, como en la vida, cada detalle es un viaje. ¿Cuál es la estética del horror? Es aquella que vemos día a día. Guardias y casetas de seguridad. Gente entrando a centros comerciales como única entretención. Un salir a caminar, comprar el pan. ¿Cuál es la estética cinematográfica del horror? Qué se oía. Cómo estaba el cielo. Como mirábamos. Un cuerpo que ha registrado en su superficie los sucesos, sus intentos por definirlo. En palabras de Michel Foucault: “la procedencia que se enraíza en el cuerpo. Que se inscribe en el sistema nervioso, en el aparato digestivo. Mala respiración, mala alimentación, cuerpo débil y abatido”.
La estética del horror habita en los modos de subsistencia, en la experiencia de los cuerpos. ¿Qué técnicas usamos para comunicarnos? ¿cómo decimos lo que decimos? ¿qué dejamos fuera y que dejamos dentro? ¿qué vemos cuando vemos televisión? ¿cómo son los rostros? ¿los ojos? El cine como terapia, denuncia, belleza, objetivación. El detalle. El rincón de una pared que esconde un tapiz, un lápiz gastado. Una comisura en los labios, un pequeño gesto de alguien que mira hacia el lado. Todo es indicio, rastro de un esto ha sido, esto es, un ha terminado siendo, instante fugaz de un proceso. Todo relacionado con todo.
La imagen es descarnada, indesmentible, abrumadora, pero indefinible, fantasmagórica. Los cuerpos aparecen como fantasmas. La máquina del cine, de los fantasmas es correlato de la máquina de desaparecer gente. El desaparecimiento es filmado, retornado como en la mejor de las pesadillas. Aún retumban las imágenes vistas.
En este panorama situamos al cine crítico hoy; cine conspiratorio como un esfuerzo consciente y colectivo por descifrar el lugar en el que estamos y los paisajes y formas a las que nos enfrentamos en este siglo cuyas abominaciones se intensifican debido a su ocultación e impersonalidad burocrática. Una verdad a 24 cuadros por segundo disuelta, irremontable. Miles de espejos que refractan, hacen oblicuo su proceso (director-cámara-proyección-espectador), pero hay algo que innegablemente ahí está, lo descarnado es su fuerza.
Planos y silencios
Un detalle que ocurre detrás, un gesto. Plano detalle, zoom in, zoom out. El cine es pura experiencia, un saber mínimo pero necesario que se entrega entre nuestro parpadeo a 24 cuadros por segundo. Es espera, aburrimiento leve. El cine desde su pregunta abierta es un fenómeno de aprehensión, donde el espectador es puesto al centro, partícipe de su propia desaparición. ¿Cómo vemos el cine? ¿Cómo vemos las cosas? ¿Cómo vemos el mundo? ¿Cómo nos hacemos desaparecer en la ciudad? Siempre en los modos, siempre habitando en el rabillo del ojo.
En el cine, en el plano detalle, habrá un argumento posible para atacar los deseos de totalización. Desde su silencio el cine, acusa, espera y resguarda. Singulariza cuando hay que pluralizar. Niega su interpretación cuando hay que reducir. El cine seduce momentos, lugares, objetos: cuerpos, espacios y trayectos. El espectador se disuelve, hace parte de los flujos, establece su línea de fuga. Aún si la utopía del cine ha muerto, su recuerdo parece vigente. Cine máquina-máquina de los ojos-máquina del cuerpo, recuperando el cuerpo al pensamiento, pensamiento físico de patadas de Bruce Lee, la risa dislocada que produce Charles Chaplin. Siempre fuera de la línea, de la palabra, haciéndose pequeño en la hoja que cae de un árbol o en el paseo en bicicleta. Cada día distinto al otro, cada instante uno nuevo.
Cine-vida, cinefilia-cinematografía o la resistencia del pensamiento más allá de sus divisiones. Mientras afuera llueve plomo.