Luego de un largo y turbulento proceso contra la discriminación, las recientes producciones cinematográficas realizadas en Nuestra América construyen nuevas representaciones en torno a la población LGBTIQ+. ¿Cuál es el proceso que está transformando la industria en la región?
Andrés Enrique Alarcón
El cine siempre tuvo un gran papel en la formación de las diversas representaciones de géneros y sexualidades, así como en la de otros grupos considerados minorías o segmentos vulnerables de las sociedades. Proyectar un personaje que difícilmente encontramos como protagonista de grandes historias es darle -y por consecuencia a todo lo que él representa- una oportunidad de ser visto, escuchado, promoviéndose una reacción y en el mejor de los casos una reflexión en el público.
La palabra en inglés queer es lo que se puede entender como un “vocablo paraguas”. Es decir, engloba diferentes identidades sexuales: gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, asexuales, y muchas otras. Y cuando hablamos de un cine queer, nos referimos a un arte que contesta todo el control institucional normativo impuesto a las diferentes sexualidades y géneros.
Representación estereotipada
Si hoy la idea es intentar la igualdad real en el mundo de las imágenes, contribuyendo a un debate inclusivo y denunciando las violencias abiertas y simbólicas, pero en todo caso continuas contra personas LGBTIQ+, en el cine esto se construyó y se reinventó encima de un concepto extremadamente estereotipado con relación a ellas.
Las primeras representaciones de estos personajes eran exageradas, de un tono burlón, siempre encuadrando a este público en categorías cómicas y bizarras (de ahí la palabra queer, raro en inglés). Esto se veía claro en su caracterización, sus gestos y sus historias.
Pues bien, sin entrar en mayores niveles de detalle, nuestras sociedades latinoamericanas tienen una formación socio-cultural con rasgos de religiosidad muy elevadas, principalmente la cristiana católica. Esto no lo explica todo, pero describe muchas cosas.
Primeros trabajos cinematográficos
Haciendo un recorrido por la historia, los primeros países donde hay registros de apariciones de personajes homosexuales en sus películas son Brasil y Argentina. El guion de O Menino e o Vento (1967), dirigida por el brasileño Carlos Hugo Christensen, consagró a dos protagonistas que actuaron como supuesta pareja en una trama que se convirtió en uno de los marcos iniciales de una idea de cine queer en América Latina. Ya en Argentina, Alba Mujica e Isabel Sarli protagonizaron una de las primeras representaciones de lesbianismo en pantalla, en Fuego (1969) de Armando Bó.
Después de estos pasos iniciales, otros países empezaron a tocar el tema. Entre las décadas de los setenta y noventa el cine mexicano introduce personajes homosexuales en sus películas, pero siempre de una manera exageradamente estereotipada: en general hombres de gestos y ropas femeninas. La imagen reforzaba la idea que los gays eran diferentes de “lo normal”, y que respondían a un patrón comportamental único y prefijado en el imaginario popular. Eso se puede ver de manera clara en Modisto de Señoras (1969), película de René Cardona Jr., en la cual el personaje interpretado por el actor Mauricio Garcés se hace pasar por homosexual para estar próximo de las mujeres.
Aunque Brasil y Argentina caminaban a pasos lentos, la verdad es que lo hacían un poco más rápidamente que otros. En Brasil, El beso de la mujer araña (1985) de Héctor Babenco llevó a los protagonistas gays Luis Molina y Valentín Arregui al festival de Cannes de aquel año. En Argentina, la película Otra historia de amor (1986) quebraba paradigmas: fue la primera vez que una película gay se estrenó en la televisión. Pero la censura impuesta a las escenas finales, en las cuales la pareja homosexual tiene un final feliz, obligó a la comunidad homosexual de Argentina a emitir un comunicado de repudio: «Hay mentalidades que no pueden soportar que se vea masivamente un film donde los homosexuales no pagan con sufrimiento su condición».
Símbolos de resistencia y coraje
Con la explosión del SIDA en todo el mundo, a mediados de la década del ochenta, la imagen de los gays pasó a estar aún más comprometida. Eran en la época, asociados a personas súper sexualizadas, depravadas y portadoras de una enfermedad que la ignorancia les apuntaba como propiamente suya. Las luchas por un esclarecimiento acerca del tema y la disociación de la imagen de los homosexuales a la enfermedad fue algo constante, no solamente en las calles, sino también en las pantallas.
Fue en este contexto de lucha que se despertó una nueva mirada al cine queer. Las personas LGBTIQ+ consiguieron demostrar la falta de sentido de esa estereotipación y que era necesario producir cine reflejando la pluralidad de las identidades de género en los múltiplos contextos en que se desarrolla la vida humana.
En esa nueva etapa de hacer cine algunas producciones latinoamericanas fueron importantes símbolos de resistencia y coraje, como el filme cubano Fresa y Chocolate (1993) de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío; El callejón de los milagros (1995) del mexicano Jorge Fons y la argentina Plata Quemada (2000) de Marcelo Piñeyro.
No se lo digas a nadie (1998) película de Francisco José Lombardi, fue la precursora al tratar de la homosexualidad en el cine peruano. Hasta finales del siglo XX no hay registros de personajes LGBTIQ+ en películas peruanas y lo mismo pasa con Venezuela y Ecuador, países que desafortunadamente cuentan con poquísimos títulos cinematográficos que abordan el tema.
Nuevo momento del cine queer
En el siglo XXI las cosas empezaron a cambiar. Discusiones sobre identidad de género se tornaron mucho más abiertas, contribuyendo a que la apuesta en personajes que representan minorías fuera más natural. Brasil fue uno de los países que tuvo un gran crecimiento de rodajes de películas enfocadas en personajes LGBTIQ+.
En Colombia, Iraní Schroeder lanza la coproducción colombo-francesa La virgen de los sicarios (2000), reconocida en los festivales de Venecia y La Habana, iniciando esta nueva fase en América Latina. Pocos años después fue lanzada una de las más importantes óperas primas de la historia del cine brasileño: Carandiru (2003) de Héctor Babenco. La escena del matrimonio dentro de la cárcel entre los personajes Lady Di y “Sin Chance”, es considerado hasta hoy un marco importantísimo en el cine queer.
Luego el género fue logrando conquistar mayores espacios. Ecuador y Venezuela, que no contaban con producciones referencia, entran a figurar en el escenario con Desátame (2006) de Christian Fuentes y El tinte de la fama (2008) de Alejandro Bellame. En Perú, Javier Fuentes-León presenta su película Contracorriente (2009), ganadora del premio del público en el Festival de Sundance.
El director brasileño Daniel Ribeiro llevó su película Hoje eu quero voltar sozinho (2014), en español A primera vista, a reconocimiento internacional. Fue elegida para representar su país en los Premios Óscar de 2015 además de ganar premios en festivales de México y Berlín.
No podemos dejar de mencionar la gran ganadora en la categoría Mejor película de habla no inglesa en los Premios Oscar de 2017. Una mujer fantástica (2017), película chilena dirigida por Sebastián Lelio, sin duda una de las más importantes del género queer actualmente. Además de llevar la historia de una protagonista transexual latinoamericana a la fama internacional, fue una de las primeras a tener como actriz principal una persona transgénera y no una persona cisgénera interpretando a una trans.