Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
El 2 de octubre de 2016 las fuerzas democráticas recibían un baldado de agua fría con los resultados del plebiscito por la paz. Con una pequeña diferencia de 53.908 votos, la propuesta del “No” ganaba el pulso de la consulta al pueblo que buscaba refrendar por esa vía los acuerdos logrados en La Habana entre FARC-EP y Gobierno nacional. La estrategia de la guerra, el miedo y la manipulación se imponían en una coyuntura política convulsionada. El uribismo, extrema derecha en el espectro ideológico, ganaba posiciones y se endosaba la victoria.
Aquella jornada, que estuvo marcada por un fuerte abstencionismo y una crisis climática en el Caribe colombiano, despertó en la gente un estado de incertidumbre frente al reto de buscar por la vía negociada un acuerdo de paz.
La respuesta ciudadana se hizo sentir tres días después. Una convocatoria espontánea convirtió la intranquilidad ciudadana, llamada coloquialmente como “plebi-tusa”, en una multitud que se tomó las principales plazas de Colombia. Las fuerzas de la paz se movilizaban para defender lo logrado y no volver al pasado.
Sin embargo el daño estaba hecho. El acuerdo se implementó al antojo de las clases dirigentes, la grieta democrática se cerró en favor de la reacción y la paz cayó en la estrechez de un país político reacio a los cambios. De aquella experiencia quedó la amargura e impotencia de los acontecimientos. Se había perdido el partido más importante de la historia.
Conclusiones
Un año, siete meses y veinticinco días después, la ciudadanía colombiana volvió a las urnas para elegir el presidente de un nuevo momento político. Antecedidos por una elección parlamentaria, donde como era previsible ganó la política tradicional de las maquinarias, este llamado a las urnas se caracterizaba por la confrontación de distintos proyectos ideológicos expresados en un debate excedido de tensiones políticas, con unos retos sociales abrumadores.
Los resultados del preconteo electoral de este 27 de mayo, que el país conoció cerca de las cinco y media de la tarde, mostraron la radiografía de un país anómalo e impredecible.
Con una participación del 53.38% correspondiente a 19.636.714 personas, el indiscutible ganador fue el candidato del Centro Democrático, Iván Duque, quien alcanzó el 39% de la votación con 7.569.693 sufragios. El segundo lugar fue para Gustavo Petro, candidato de la Colombia Humana, que alcanzó el 25% de la votación con 4.851.254. Muy cerca del segundo lugar y con una votación sorpresiva, Sergio Fajardo candidato de la Coalición Colombia alcanzó el tercer lugar con 4.589.696, que corresponden al 23.7%.
Los grandes derrotados fueron el candidato oficial del establecimiento, Germán Vargas Lleras, quien logró 1.407.840 sufragios representados en un 7.2% de participación, y Humberto de La Calle, exjefe de negociación del acuerdo de paz, con 399.180 votos que representan un 2%.
Son por lo menos cinco conclusiones que arrojan los resultados electorales. La primera es que la participación electoral aumentó, registrando la abstención más baja desde el fin del Frente Nacional en 1974. Lo segundo es que las maquinarias nuevamente ganan en la política, está vez apoyando decididamente al candidato con mayores probabilidades de llegar a la presidencia y abandonando al candidato deslegitimado por la opinión pública.
En tercer lugar se resalta la votación histórica lograda por el candidato identificado en la izquierda del espectro político, abriendo la posibilidad de una victoria electoral para los sectores alternativos. La cuarta conclusión de la jornada es el posicionamiento real de una propuesta de centro político, que lo pone en la mira de los sobrevivientes del juego democrático por la importancia estratégica que tiene esta holgada franja de votantes en los resultados electorales de la segunda vuelta.
Pero sin duda la quinta conclusión que nos deja el teatro democrático, es que el país se decantó en dos propuestas antagónicas de país. Por un lado, un proyecto de derechas alineado a la maquinaria y el poder sobre la idea de mantener y profundizar el statu quo. Y por otro lado, un proyecto de izquierdas sustentado en una agenda progresista y un empoderamiento de ciudadanías sobre la base del cambio político.
Remontada
El sinsabor que dejan las derrotas se convierte en alegría cuando existe la posibilidad de la revancha. Hoy, las fuerzas del “Sí” en el plebiscito, tienen una nueva oportunidad, esta vez bajo la conducción de un proyecto democrático que desborda los acuerdos y va más allá del candidato. Las fuerzas del “No” buscarán cerrar la grieta del cambio, invocando el espectral “castrochavismo” y exorcizando el “odio de clases” como estrategias de miedo para asegurar el retorno del rey, el retorno de “Él”.
Como si fuera un partido de fútbol, el segundo tiempo arranca con una victoria cómoda del “No”. Remontar el resultado y asegurar una histórica victoria, depende del replanteamiento estratégico, de los necesarios cambios, de la mentalidad ofensiva, de la unidad de equipo y de un juego que enamore al público. La revancha está difícil pero no es imposible.