La revolución de los zánganos*

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Movilización de los pueblos indígenas rumbo a Quito.

Lenín Moreno logró una hazaña: la unidad de Ecuador. Todos están en su contra. Las masivas manifestaciones en el país son resultado de una serie de atropellos constitucionales, persecución política y gestión de la economía para los ricos

Amauri Chamorro
@amaurichamorro

El anuncio de la implementación de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, FMI, hizo que las clases medias, altas, bajas, blancos, negros, indígenas, mestizos, de la sierra, Amazonía y costa, progresistas y conservadores, salieran a tomar las calles.

Es un espectro socioeconómico que va mucho más allá de “zánganos correístas”, como se refirió Lenín Moreno despectivamente a las miles y miles de personas que salieron a todas las esquinas del país. Y la verdad es que Moreno ayudó a acuñar lo que hoy se conoce como la Revolución de los Zánganos.

El jueves 3 de octubre, Moreno firmó el estado de excepción por 60 días, atropellando toda norma constitucional. Inmediatamente, las fuerzas de seguridad del Estado comenzaron a generar sus primeros muertos y heridos a bala, centenas de detenidos e incontables abusos. Típico gobierno neoliberal de los noventa. ¿Pero Moreno no era el candidato de Correa? Vale aclarar que Moreno es parte de la seudoizquierda que parasitó en el gobierno del expresidente Rafael Correa.

Él y sus aliados operaron para confundir al continente y hacer creer que por ser sucesor de Correa era un legítimo progresista. Y la realidad es que ellos trabajaron en la construcción de este acuerdo con el FMI, a la vuelta de los militares estadunidenses, entregaron a Julian Assange al imperio británico e impusieron la prisión política al vicepresidente Jorge Glas. Ahí están personajes nefastos como María Fernanda Espinoza, Fander Falconí, Augusto Barrera, entre otros, que desde hace poco comenzaron a circular por las izquierdas del mundo justificando su participación en el gobierno de Lenín Moreno. Pero no se confundan, ellos no son zánganos correístas.

Históricamente, ningún presidente ecuatoriano ha resistido a movilizaciones populares como ésta. Es como parte de la idiosincrasia ecuatorial que si la gente sale a las calles no volverá sin haber derrocado a Moreno. Sabiendo de eso, el presidente firma el estado de excepción y vuela inmediatamente a Guayaquil, bastión de la derecha conservadora, buscando en ellos la protección a la furia popular.

Antes de la llegada del expresidente Rafael Correa, Ecuador había tenido siete presidentes en 10 años. Un presidente cada año y medio. Durante los 10 años de la Revolución Ciudadana, apenas hubo un presidente que venció consecutivamente todas las 14 disputas electorales que lideró. Incluso la elección de Lenín Moreno.

Moreno firmó un acuerdo con el FMI para adquirir un préstamo equivalente a 10 por ciento del PIB del país, y lo peor de todo es que la economía ecuatoriana no lo requería. Para recibir 10 mil millones de dólares aumentó la gasolina en 123 por ciento, despidió centenas de miles de servidores públicos y dio un perdonazo de 4.500 millones de dólares a los empresarios más ricos del país.

Creyeron que la persecución en contra del expresidente Correa podría amedrentar a la gente y frenar cualquier tipo de manifestación. El error de esa oligarquía, incluida la servicial seudoizquierda ecuatoriana, nace del hecho de que no conocen a las personas que habitan las calles y los valles del país.

La respuesta a la Revolución de los Zánganos es la de endurecer el discurso y decir que el paquetazo va porque va y que en el estado de excepción las manifestaciones serán enfrentadas. Transformaron Ecuador en un avispero y eso será el fin del peor gobierno de la historia del país. Hago una apuesta con el lector de este humilde artículo: Lenín Moreno no llega hasta diciembre de 2019 como presidente.

* Artículo publicado originalmente en La Jornada.

** Comunicador Social, de la Universidad de Sorocaba, Brasil. Magister en Comunicación Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.