La Ruta K y la debacle del macrismo (II)

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Germán Ávila

Luego de años de convertir el tema de la corrupción del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en una verdad hecha a fuerza por repetirla mil veces y gracias a las divisiones al interior de la izquierda, en 2015 el candidato del kirchnerismo, Daniel Scioli, perdió las elecciones por un pequeño margen contra Mauricio Macri quien estaba por la coalición llamada Cambiemos. Ahí terminaron los 12 años de gobierno kirchnerista.

La campaña anti K giró siempre alrededor del tema de la corrupción, la consigna con Macri fue sencilla: “Como ya es rico, no va a ‘afanarse’ -como en la jerga rioplatense se le llama al robo- un solo peso”, no lo necesitaba. Por otro lado, como era un empresario exitoso, se mostró como la gran oportunidad para que con la misma habilidad condujera esa gran empresa llamada Argentina.

Se vendió la idea de que el omnipresente Estado debía ser mejor gerenciado, no solo para que no se desviaran los recursos hacia manos particulares, sino para que la nación dejara de verse como un gran proveedor. Había en 2015 una poderosa clase media, con uno de los salarios mínimos más altos de la región, los servicios públicos eran muy bajos, igual que el transporte público, lo que permitía que el salario real fuese aún más alto.

A nivel económico la nación gozaba de muy buena salud, no tenía deudas con el FMI y la deuda pública estaba controlada, el dólar llegó a estar a 16 pesos argentinos; no fue el nivel de devaluación más bajo, en algún momento, en los 90 llegó a estar casi uno a uno, pero permitía que los movimientos comerciales, sobre todo para la clase media, fueran favorables a la hora de adquirir bienes importados, finca raíz o viajar fuera de la Argentina.

Los programas sociales abundaron y la población más vulnerable, sin dejar de serlo, tenía cubiertas algunas de sus necesidades básicas y gracias al bajo costo de los servicios y el transporte, sentían con menor rigor la crudeza del sistema. Ese fue otro de los objetivos atacados por la derecha durante la campaña que llevó a Macri a la presidencia, que los impuestos de los contribuyentes y el aporte de la gente que trabajaba estaban siendo desviados en mantener vagos, ya que los pobres son pobres porque son felices recibiendo subsidios o directamente por perezosos, discurso que ya ha tomado mucho vuelo.

La victoria de Macri, aunque por un pequeño margen, fue suficiente para que este llegara con patente de corzo a derrumbar todo lo anterior a nombre de la transparencia y la austeridad. Los medios de comunicación privados y afines al modelo neoliberal que se imponía, se dedicaron a construir el teatro del juicio a Cristina Fernández y su equipo con una devoción única, el juez Claudio Bonadío se convirtió en el hombre del año y de los años que siguieron. Cada causa que se construyó se fue derrumbando, pero daba el tiempo suficiente para construir otra.

Un capítulo central lo constituyó el capítulo de los cuadernos llevados durante 10 años por Óscar Centeno, conductor de Roberto Baratta, quien a su vez trabajaba para Julio de Vido, ministro de Planificación Federal. En tales cuadernos, Centeno tendría anotadas, por cuenta propia, los montos y personas que habrían recibido coimas para manipular contratos y asignar licitaciones a dedo, bastante información para ser sólo el conductor. Estos cuadernos, según fue declarado inicialmente por Centeno, habrían sido quemados por él mismo para evitar problemas con las personas para quien había trabajado durante toda la era Kirchner. Sin embargo, luego de algunos años, aparecieron en manos del periodista Diego Cabot, quien inició la denuncia en los medios.

El entramado de acusaciones es bastante complejo y pasa por hechos como consignaciones de grandes sumas en bancos de las islas del Pacífico, alquiler de aviones privados con fondos públicos para esos viajes, o incluso, la acusación por el asesinato del fiscal Alberto Nisman, quien llevaba años haciendo una investigación por las responsabilidades en un atentado con bomba contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, en 1994. Sin embargo, toda la cadena de acusaciones y causas pasaban por el círculo cercano del juez Claudio Bonadío, quien iba viendo como cada causa se caía, generalmente por falta de pruebas, más que por vicios de forma en lo procesal.

Mientras la nación veía la telenovela de la causa K en una especie de reality show, Macri se dedicó a desmantelar el Estado bajo la excusa de repararlo, ya que, según sus palabras, estaba muy maltrecho por la corrupción. Una de sus primeras medidas fue cerrar en Ministerio de Salud, convirtiéndolo en una entidad dependiente, desde ahí todo cayó en una meteórica picada. Las tarifas de servicios públicos llegaron a aumentar un 500% durante un periodo de seis meses y los funcionarios del gobierno salían a justificar las medidas en los medios con argumentos más ideológicos que técnicos o administrativos.

Un resumen de lo anterior está en las palabras de Javier González Fraga, presidente del Banco Central de la República Argentina durante el gobierno Macri: “Le hicieron creer a un empleado que con su sueldo podía comprarse celulares y plasma, o que podía viajar al exterior” por medio de una “burbuja de crecimiento populista”. Para el gobierno Macri, no era correcto que las personas de la clase media argentina lograran un nivel de vida “que no les correspondía”, y parte del problema es que, para los grandes conglomerados empresariales, aunque el mercado se movía con mucha energía, sus ganancias deberían ser mayores y sus impuestos más bajos.

Los impuestos a las grandes empresas se terminaron en la era Macri, empezando por grandes empresarios agroindustriales, que bajo la premisa del estímulo tributario, quedaron exentos de cargas, que finalmente tampoco hicieron subir el volumen de las contrataciones. Pero lo que demolió las condiciones de vida y el salario de la clase trabajadora en Argentina fue la devaluación del peso, que pasó en menos de dos años a perder casi cinco veces su capacidad adquisitiva frente al dólar, pasando de 16 a más de 50 pesos, tal como está ocurriendo hoy en Uruguay.

La devaluación del peso era una de las principales exigencias de los grandes sectores económicos a los gobiernos neoliberales ya que estos tienen sus capitales en dólares, y la devaluación hace que, sin mover un sólo dedo, sus fortunas aumenten tres o cuatro veces al cambio en moneda local. La consecuencia fue una rápida desaceleración de la economía local a partir de la caída en el poder adquisitivo de la población, lo que terminó influyendo al tiempo en el volumen de recaudación tributaria.

El cierre de oro de la administración Macri, que tuvo otras perlas como el “autoperdón” de una deuda de cuatro millones y medio de dólares a Correos Argentinos, empresa del grupo Macri, fue el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional por 50 mil millones de dólares, la deuda más grande de la historia de ese organismo multilateral, deuda que condiciona la economía argentina (sin ser una exageración) durante 100 años.

Estas fueron las consecuencias que tuvo que pagar el pueblo argentino, pero más allá de ver cuáles fueron las características de la caída de un proyecto progresista que no era la materialización del sueño socialista, pero que, sin duda, hacía más liviano el andar para los más sumergidos. Es importante para la izquierda revolucionaria comprender en dónde se encuentran las mayores debilidades que hacen que en la batalla ideológica la derecha neoliberal vaya tan adelante.

Las enormes debilidades en la construcción de proyectos sólidos desde lo unitario y estar atrasados décadas en la formulación de alternativas para comunicar los proyectos desde la oposición, pero sobre todo desde los ejercicios de gobierno, han hecho que la misma clase media construida a fuerza de medidas estatales, se haya convertido en enemiga del proyecto que la puso donde está. En Argentina el circo se cayó, ni una sola causa contra Cristina Fernández progresó y el juez Claudio Bonadío pasó de cazador a presa, murió siendo investigado por múltiples irregularidades en sus procesos y puesto en evidencia ideológica, ya que en su despacho, tenía colgada una caricatura de Cristina Fernández realizada por Menchi Sábat.

Germán Ávila

Luego de años de convertir el tema de la corrupción del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en una verdad hecha a fuerza por repetirla mil veces y gracias a las divisiones al interior de la izquierda, en 2015 el candidato del kirchnerismo, Daniel Scioli, perdió las elecciones por un pequeño margen contra Mauricio Macri quien estaba por la coalición llamada Cambiemos. Ahí terminaron los 12 años de gobierno kirchnerista.

La campaña anti K giró siempre alrededor del tema de la corrupción, la consigna con Macri fue sencilla: “Como ya es rico, no va a ‘afanarse’ -como en la jerga rioplatense se le llama al robo- un solo peso”, no lo necesitaba. Por otro lado, como era un empresario exitoso, se mostró como la gran oportunidad para que con la misma habilidad condujera esa gran empresa llamada Argentina.

Se vendió la idea de que el omnipresente Estado debía ser mejor gerenciado, no solo para que no se desviaran los recursos hacia manos particulares, sino para que la nación dejara de verse como un gran proveedor. Había en 2015 una poderosa clase media, con uno de los salarios mínimos más altos de la región, los servicios públicos eran muy bajos, igual que el transporte público, lo que permitía que el salario real fuese aún más alto.

A nivel económico la nación gozaba de muy buena salud, no tenía deudas con el FMI y la deuda pública estaba controlada, el dólar llegó a estar a 16 pesos argentinos; no fue el nivel de devaluación más bajo, en algún momento, en los 90 llegó a estar casi uno a uno, pero permitía que los movimientos comerciales, sobre todo para la clase media, fueran favorables a la hora de adquirir bienes importados, finca raíz o viajar fuera de la Argentina.

Los programas sociales abundaron y la población más vulnerable, sin dejar de serlo, tenía cubiertas algunas de sus necesidades básicas y gracias al bajo costo de los servicios y el transporte, sentían con menor rigor la crudeza del sistema. Ese fue otro de los objetivos atacados por la derecha durante la campaña que llevó a Macri a la presidencia, que los impuestos de los contribuyentes y el aporte de la gente que trabajaba estaban siendo desviados en mantener vagos, ya que los pobres son pobres porque son felices recibiendo subsidios o directamente por perezosos, discurso que ya ha tomado mucho vuelo.

La victoria de Macri, aunque por un pequeño margen, fue suficiente para que este llegara con patente de corzo a derrumbar todo lo anterior a nombre de la transparencia y la austeridad. Los medios de comunicación privados y afines al modelo neoliberal que se imponía, se dedicaron a construir el teatro del juicio a Cristina Fernández y su equipo con una devoción única, el juez Claudio Bonadío se convirtió en el hombre del año y de los años que siguieron. Cada causa que se construyó se fue derrumbando, pero daba el tiempo suficiente para construir otra.

Un capítulo central lo constituyó el capítulo de los cuadernos llevados durante 10 años por Óscar Centeno, conductor de Roberto Baratta, quien a su vez trabajaba para Julio de Vido, ministro de Planificación Federal. En tales cuadernos, Centeno tendría anotadas, por cuenta propia, los montos y personas que habrían recibido coimas para manipular contratos y asignar licitaciones a dedo, bastante información para ser sólo el conductor. Estos cuadernos, según fue declarado inicialmente por Centeno, habrían sido quemados por él mismo para evitar problemas con las personas para quien había trabajado durante toda la era Kirchner. Sin embargo, luego de algunos años, aparecieron en manos del periodista Diego Cabot, quien inició la denuncia en los medios.

El entramado de acusaciones es bastante complejo y pasa por hechos como consignaciones de grandes sumas en bancos de las islas del Pacífico, alquiler de aviones privados con fondos públicos para esos viajes, o incluso, la acusación por el asesinato del fiscal Alberto Nisman, quien llevaba años haciendo una investigación por las responsabilidades en un atentado con bomba contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, en 1994. Sin embargo, toda la cadena de acusaciones y causas pasaban por el círculo cercano del juez Claudio Bonadío, quien iba viendo como cada causa se caía, generalmente por falta de pruebas, más que por vicios de forma en lo procesal.

Mientras la nación veía la telenovela de la causa K en una especie de reality show, Macri se dedicó a desmantelar el Estado bajo la excusa de repararlo, ya que, según sus palabras, estaba muy maltrecho por la corrupción. Una de sus primeras medidas fue cerrar en Ministerio de Salud, convirtiéndolo en una entidad dependiente, desde ahí todo cayó en una meteórica picada. Las tarifas de servicios públicos llegaron a aumentar un 500% durante un periodo de seis meses y los funcionarios del gobierno salían a justificar las medidas en los medios con argumentos más ideológicos que técnicos o administrativos.

Un resumen de lo anterior está en las palabras de Javier González Fraga, presidente del Banco Central de la República Argentina durante el gobierno Macri: “Le hicieron creer a un empleado que con su sueldo podía comprarse celulares y plasma, o que podía viajar al exterior” por medio de una “burbuja de crecimiento populista”. Para el gobierno Macri, no era correcto que las personas de la clase media argentina lograran un nivel de vida “que no les correspondía”, y parte del problema es que, para los grandes conglomerados empresariales, aunque el mercado se movía con mucha energía, sus ganancias deberían ser mayores y sus impuestos más bajos.

Los impuestos a las grandes empresas se terminaron en la era Macri, empezando por grandes empresarios agroindustriales, que bajo la premisa del estímulo tributario, quedaron exentos de cargas, que finalmente tampoco hicieron subir el volumen de las contrataciones. Pero lo que demolió las condiciones de vida y el salario de la clase trabajadora en Argentina fue la devaluación del peso, que pasó en menos de dos años a perder casi cinco veces su capacidad adquisitiva frente al dólar, pasando de 16 a más de 50 pesos, tal como está ocurriendo hoy en Uruguay.

La devaluación del peso era una de las principales exigencias de los grandes sectores económicos a los gobiernos neoliberales ya que estos tienen sus capitales en dólares, y la devaluación hace que, sin mover un sólo dedo, sus fortunas aumenten tres o cuatro veces al cambio en moneda local. La consecuencia fue una rápida desaceleración de la economía local a partir de la caída en el poder adquisitivo de la población, lo que terminó influyendo al tiempo en el volumen de recaudación tributaria.

El cierre de oro de la administración Macri, que tuvo otras perlas como el “autoperdón” de una deuda de cuatro millones y medio de dólares a Correos Argentinos, empresa del grupo Macri, fue el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional por 50 mil millones de dólares, la deuda más grande de la historia de ese organismo multilateral, deuda que condiciona la economía argentina (sin ser una exageración) durante 100 años.

Estas fueron las consecuencias que tuvo que pagar el pueblo argentino, pero más allá de ver cuáles fueron las características de la caída de un proyecto progresista que no era la materialización del sueño socialista, pero que, sin duda, hacía más liviano el andar para los más sumergidos. Es importante para la izquierda revolucionaria comprender en dónde se encuentran las mayores debilidades que hacen que en la batalla ideológica la derecha neoliberal vaya tan adelante.

Las enormes debilidades en la construcción de proyectos sólidos desde lo unitario y estar atrasados décadas en la formulación de alternativas para comunicar los proyectos desde la oposición, pero sobre todo desde los ejercicios de gobierno, han hecho que la misma clase media construida a fuerza de medidas estatales, se haya convertido en enemiga del proyecto que la puso donde está. En Argentina el circo se cayó, ni una sola causa contra Cristina Fernández progresó y el juez Claudio Bonadío pasó de cazador a presa, murió siendo investigado por múltiples irregularidades en sus procesos y puesto en evidencia ideológica, ya que en su despacho, tenía colgada una caricatura de Cristina Fernández realizada por Menchi Sábat.