La Encuesta Bienal de Culturas, EBC, realizada por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, en 2017, y cuyos resultados fueron entregados en 2018, deja unas cifras preocupantes en cuanto al respeto a la diversidad sexual y a los derechos de las mujeres
Juan Carlos Hurtado Fonseca
@Aurelianolatino
El taxista no encuentra la dirección. Lo presiono, voy con el tiempo medido. Buscamos una sede del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos, Alexander von Humboldt, en Bogotá, ubicada en el cerro oriental, cerca al Instituto Roosevelt y a una sede de la Universidad Distrital, en la Avenida Circunvalar.
Le comento mi preocupación porque es una cita que busqué desde noviembre del año pasado, me la dieron para febrero y de no llegar a tiempo puedo perderla. Es una entrevista con la doctora Brigitte Baptiste, directora de esa institución. -Uy, esa señora es una ‘berraca’. Yo la admiro mucho porque sabe muchísimo sobre medio ambiente y da unas peleas duras. Tiene mucho estudio y ha representado al país hablando de eso… Por favor, dígale que saludos de un humilde taxista. Asiento y le pregunto que si también la admira por su condición de transgénero. Me dice que no, que por eso no, que solo por lo otro…
Finalmente, no encuentra la dirección y me deja sobre la Avenida, lo más cerca adonde según el Waze queda el Instituto. Pregunto en una caseta de dulces y subo corriendo por una carretera que serpentea para adentrarse en la loma unos 300 metros, hasta unos pequeños edificios que apenas se asoman en la vegetación.
Ya me está esperando. Le ofrezco disculpas por mis cinco minutos de retraso y me dice que no me preocupe, que encontrar esa dirección es difícil. Lleva un vestido corto color uva, sin mangas y escote; medias negras y unas botas azules de tacón grueso. Luce un llamativo collar artesanal de piedras, creo que son jades o ágatas, o por lo menos imitaciones, con una medalla al parecer de bronce repujado, de la que pende una imagen de un loro dibujado sobre un tejido de hilo, que le da viveza para contrastar la frialdad de las piedras. Sus aretes complementan el conjunto con ilustraciones de las alas del ave.
Me hace pasar a una sala de paredes blancas, con una mesa de reuniones, donde iniciamos la conversación. Le entrego unas hojas con un resumen de la Encuesta Bienal de Culturas, EBC, realizada por la Secretaría de Cultura Recreación y Deporte, del Distrito Capital. Por unos minutos la ojea poniendo atención en los gráficos sobre cifras de respeto y valoración de la diversidad, y con cara de asombro me expresa preocupación. Le hago saber que por esa misma razón busqué la entrevista con ella.
Según la Secretaría, la EBC es un instrumento que indaga sobre los factores culturales de los habitantes de las zonas residenciales de las 19 localidades urbanas de Bogotá, y en 2017 consultó a 16.312 personas de 13 años y más, con lo que fue posible observar los diferentes matices de la ciudadanía, según la localidad donde habita.
Me ofrece excusas por el tiempo que debí esperar para la entrevista y me expresa su disposición de hablar del tema que sea. Aunque, en el desarrollo de la conversación, me advierte que uno de sus superiores alguna vez le hizo un llamado de atención porque en medios “habla mucho de eso…”, de su experiencia personal y de los derechos de la población Lgtbi; que le había recomendado hablar más de los temas relacionados con el Instituto o su labor profesional.
Le comento la escena del taxista para preguntarle si las dos son expresiones que denotan lo mismo: uno la admira por sus estudios y labor profesional, y el otro trata de limitarla a que “hable de sus cosas…”, de lo que representa desde su condición de mujer transgénero, desde el ejemplo para quienes no se atreven a romper esquemas y enfrentarse a una sociedad donde pululan las manifestaciones trogloditas. El tema dio para ver que desde diferentes niveles socioeconómicos se hace lo mismo, donde se supone que los estratos altos tienen más y mejor acceso a educación, con lo que concluimos que no solo ahí reside el origen del problema. Entonces, nos concentramos en hablar de las cifras.
El peligro real
–En la encuesta se pone en consideración de los bogotanos una frase que dice: “Toda familia necesita de un hombre que la proteja”, y el 42% de los preguntados está de acuerdo. ¿Qué lectura hace de eso?
–Creo que lo más delicado es que los hombres están aceptando que son un peligro, porque para que una familia necesite un hombre es porque ellos mismos consideran que lo son y que solamente pueden ser controlados por otro hombre. Es una paradoja de la cultura que tenemos que desarmar, porque como dicen en psicología, si una persona es extremadamente celosa o un padre es extremadamente protector, es porque desconfía de los patrones educativos de su género. Desconfía por su falta de seguridad en sus propias capacidades y en su propio comportamiento. Probablemente acepta el acoso o ha sido un acosador. Tiene conocidos o experiencias cercanas en las que reconoce el maltrato. Esto es típico en muchas sociedades e implica una especie de pacto de silencio entre las personas que sufren de machismo. Y digo sufren porque se trata de una enfermedad cultural muy delicada que nos afecta de manera masiva, que está dispersa por toda la ciudad, y uno de sus síntomas es la desconfianza de la capacidad de los demás hombres de respetar a las demás personas de la familia o a las mujeres.
–Cuando usted dice sufren, me surge un cuestionamiento y es que pareciera que hombres que ejercemos prácticas machistas en uno u otro nivel, ¿también somos víctimas?
–Claro, es una enfermedad social, cultural, y también hay muchas mujeres enfermas de machismo, en la medida que lo replican, lo reproducen, lo dispersan con sus actitudes, prácticas cotidianas, por su educación y por la dificultad que tienen de liberarse de esos patrones. Aunque la enfermedad tiene síntomas distintos de acuerdo con el género, el agresivo, el acosador o el discriminador ejercen papeles inaceptables que requieren tratamiento, pero la víctima de esas agresiones o discriminaciones, de violencia sexual, requiere otra clase de tratamiento, como un respaldo importante por parte de la sociedad y el Estado, que no le permita la normalización de esa condición.
Ausencia de educación
–Volvamos a las cifras. En ese 42% se ve que hay más identidad con la frase en la población con niveles socioeconómicos bajos: 48% en el nivel bajo, 40% en el medio y 29% en el alto. Y se puede entender que los niveles bajos son los excluidos por las relaciones económicas, de los derechos que debe garantizar el Estado, entre ellos el sistema educativo. ¿Cree que hay alguna relación en la ausencia de ese derecho y los resultados de la encuesta?
–Por supuesto, y aunque no soy socióloga, analizaría esos resultados como un efecto de limitaciones al acceso de información, a una educación de calidad, a falta de atención en servicios sociales y culturales que enriquecen la capacidad de las personas de construir una sociedad más igualitaria. Me preocupa mucho que en estratos altos el 29% crea que se necesita de un hombre para proteger a una familia.
–Se supone que en los estratos altos el 100% tiene acceso a la educación, entonces eso no es suficiente.
–El machismo no distingue clases ni se expresa de maneras distintas en distintos grupos y hay otros factores que permiten mantenerlo activo en la clase alta. Es algo que se reproduce en la escuela, con los profesores. Se necesita educar educadores, para romper el círculo vicioso del autoritarismo masculino, lo que implica una estrategia que debe ser cuidadosamente diseñada y en lo que no se ha trabajado. Ahora, hay resistencias por parte de grupos religiosos o de otra índole, para considerar condiciones de igualdad o que se debe educar en género; es uno de los debates más grandes porque la gente no cree que haya que educar en género y en derechos humanos.
Hay otros factores que pueden explicar esas cifras, como son los niveles de madresolterismo asociados a niveles de educación, ingresos, servicios de salud; y las madres solteras o sus abuelas o abuelos, pueden pensar que lo mejor para ellas es conseguir un hombre que las acoja y las proteja, y de esa manera replican el ciclo de dependencia y enfermedad; sobre todo si se trata de mujeres que no han participado de la decisión de tener un hijo.
–Veamos otro dato. El 16% considera que las personas gays, lesbianas, bisexuales, y transgénero, son un peligro para la sociedad. Y al comparar esta cifra con la anterior, ¿podemos encontrar una forma de justificación de la violencia contra la comunidad Lgtbi, pues se necesita un hombre para proteger a la familia y estas personas son un peligro para la sociedad?
–Indudablemente es un llamado o reconocimiento a legitimar la violencia. En el caso de la defensa de la familia, crear la condición de defensa y crear un enemigo que no existe justifica de una manera muy perversa la violencia en familia, y posteriormente en la escuela y en la sociedad. Los dos son preocupantes, tiene razón en interpretarlos de esa manera. Me preocupa y quisiera saber por qué creen que somos un peligro, por qué se sienten amenazados, cuál es el daño que creen que les hacemos.
Profesores gays
–Muchos de ellos afirman que es por el mal ejemplo a la familia, al concepto tradicional o judeocristiano que hay de familia. Pero cuando usted dice que en la escuela también hay que educar, según la encuesta el 43% dice que no debe haber profesores homosexuales en los colegios.
–Ahí es cuando se manifiesta de qué temores estamos hablando. La gente tiene un prejuicio desde hace mucho tiempo, sobre todo con los hombres homosexuales, creen que van a abusar de sus hijos, cuando en realidad deberían estar preocupados por los abusos que esos hombres están cometiendo en las instituciones religiosas o educativas, o en su propia familia, porque es la violencia masculina la que estadísticamente se ha demostrado que causa el mayor número de víctimas en estos ámbitos. Son los hombres, los hombres adultos, a menudo casados, a menudo con convicciones aparentemente muy claras sobre la estructura de familia quienes cometen estos delitos. Entonces, entiende uno que son todos ellos los que quieren encubrir su condición de violentos, de homófonos, acusando a la comunidad Lgtbi de algo que evidentemente no somos.
La escuela no puede intervenir en la orientación sexual de los maestros ni puede intervenir en sus decisiones personales, no puede discriminar. Pero, además de eso, llevamos décadas dejando que nuestros hijos sean educados por personas Lgtbi porque, en muchos casos esa presencia no es explícita. Estamos en toda la sociedad y en muchos casos hemos tenido que acudir al anonimato, pero eso no quiere decir que no hayamos estado activos y activas en todas las dimensiones económicas y sociales.
–Otro dato de la encuesta. El 56% de los bogotanos cree que una educación adecuada para las niñas es la que da preferencia al desarrollo de sus roles de madre y esposa.
–Eso es muy triste. Es muy triste ver cómo los hombres siguen considerando a las mujeres objetos, parte de su propiedad y como una extensión de su voluntad, y justifican eso de muchas maneras. Incluso apelando a la ciencia tratan de decir que eso es lo natural, que las mujeres sean madres y esposas, reduciendo de esa manera la existencia de lo humano a lo meramente biológico; lo que es ofensivo sobre todo cuando llevamos miles de años de construir cultura. Y que casi el 60% diga que a las niñas hay que educarlas de una manera particular para seguir siendo sumisas, dispuestas a los deseos sexuales y los esquemas sociales de los hombres, es tremendamente preocupante.
–El 65% de los bogotanos considera que lo más importante que se le debe enseñar a un niño o niña es la tolerancia y el respeto hacia las otras personas. Esta cifra parece contradictoria con lo que hablamos anteriormente.
–Sí, indudablemente es contradictorio. Implica esa esquizofrenia con la que vivimos a menudo. Dicen, “Hay que respetar a todo el mundo, hay que ser tolerante, pero no tanto. Hay casos en los que definitivamente no estoy dispuesta a aceptar la diferencia, a aceptar por ejemplo que un profesor homosexual le enseñe matemáticas a mi hijo”. Esto es una aceptación genérica.
Maltrato a la mujer
–Veamos estas tres frases: El 55% cree que la mujer que se deja maltratar por su pareja es porque le gusta que la maltraten; el 56% acepta que lo más grave de que un hombre maltrate a su pareja es que lo haga en público; y un 43% de los bogotanos está de acuerdo con que una mujer que se viste con minifalda o ropa muy ajustada provoca que le falten el respeto en la calle.
–Espeluznante. Estamos fracasando miserablemente en la educación en respeto. Estamos fracasando como una sociedad que se declara democrática, no violenta, laica, que se declara abierta al respeto de los derechos humanos. Esa contradicción cultural indica que no estamos haciendo la tarea bien hecha en términos educativos, y que además hay núcleos muy profundos en la psicología contemporánea a los que no hemos accedido para poder confrontar esos comportamientos. Es indudable que tiene que ver con la educación sexual, porque las frases denotan la consideración de la mujer, incluso su definición primaria como objeto sexual, como objeto de deseo. El problema no es que sea objeto sexual, sino que ellas traten de salirse del modelo reclamando autonomía, eso es lo malo. Siempre en el tema de las prendas o de la autonomía hay resistencia a no considerar a la mujer como objeto sexual.
–Ahora, las mujeres cuidan mejor a los niños o niñas que los hombres, 66%; y las mujeres por naturaleza hacen mejor los oficios del hogar que los hombres, 62%.
–Es curioso que se diga “por naturaleza hacen mejor los oficios del hogar”, qué entiende la gente “por naturaleza”, por qué se naturalizan las tareas del hogar. ¿Por qué se naturaliza una posición económica y de derechos? Es claramente una frase interesada. Cuando alguien naturaliza el comportamiento de uno para aprovecharse del otro, está cometiendo un abuso inaceptable y en eso ninguna ciencia puede ser cómplice en una sociedad que se precie de ser racional.
Las frases son resultado de la construcción de estereotipos, muy antigua, reforzada de manera interesada por los hombres enfermos de ese terrible machismo, pero también por gran parte de la sociedad, los medios de comunicación, el mercado, la publicidad que contribuye a generar esa idea de las mujeres como objeto sexual, como objeto de control, de abuso lícito.
La normalización de los hechos
–Al ver todo esto, ya parece que para la gente esta violencia es normal, ve las noticias donde todos los días hay feminicidios, niños abusados y no reaccionamos, no hay capacidad de asombro. Eso sin mencionar las otras violencias. ¿Qué cree que nos pasa como sociedad?
–Es una pregunta de fondo. Creo que tiene que ver con el ejercicio del poder. Con quienes se autodefinen como los dueños de los derechos, cuáles son los intereses asociados con el control de los medios de producción, con el control de la economía, con el control del cuerpo de las personas. En toda la historia de la sociología de género siempre surge ese patrón que identifica a los que se autodefinieron como los machos alfa, y la construcción de ese estereotipo minoritario de masculinidad, pero que se convirtió en el paradigma de la moral y de las capacidades de tomar decisiones. Por eso entiendo al feminismo radical que no está ni siquiera en disposición de dialogar con un actor social que a veces se esconde en la inconsciencia, en los arquetipos, pero cuando es agresor justifica su interés. Construye discursos para justificarse: “Le pegué por su propio bien”, “Abusé de ella porque ella me invitó”. Eso no es aceptable y hay que construir los mecanismos jurídicos, regulatorios para que esto no siga sucediendo.
Muchos hombres no la cogen ni si quiera se dan cuenta de que sus prácticas son inaceptables, no entienden de qué se les acusa, no se dan cuenta que restringir la libertad de las niñas a escoger su carrera, a controlar su cuerpo es un error que reproduce la violencia y genera dolor.
Medios y religión
–Usted mencionó a quienes controlan el poder económico, y desde ese punto de vista quiero saber si cree que hay responsabilidad de los medios de comunicación en lo que nos pasa.
–Muchísima responsabilidad. A menudo reproducen los estereotipos e incluso los construyen. Uno esperaría que no fueran tan evidentes históricamente, pero la prensa ha sido masculina, ha sido asociada con los grupos de poder, asociada con ideologías masculinistas o machistas. Indudablemente, hay poca disposición a cuestionar esos estereotipos. Y como la publicidad y el mercado utilizan la sexualidad como punto fundamental de su actuar, y los medios dependen en gran medida de la publicidad y del uso de lo femenino y de la mujer como fuente de ingresos, pues claramente no hay un interés, incluso desde lo editorial, en cuestionar esos estereotipos.
Se ve sobre todo en lo visual, televisión, prensa escrita, revistas, que están hechas no solo con la venta de mercancías sino la asociación de esas mercancías con la sexualidad. Por eso hay modelos femeninas anunciando programas universitarios y estereotipos que provienen de las necesidades del mercadeo. Raras excepciones tienen posición autocrítica y políticas para evitar eso. Todas esas revistas del corazón, esa prensa recreativa lo único que hace es mantener esos estereotipos, mantener la sexualidad femenina como objeto de consumo y luego asociar el resto de los consumos con ella. Dirán que si no hacen eso no tienen publicidad; pues probablemente es lo que hay que hacer porque no se pueden construir políticas de comunicación basadas en reforzar la violencia.
–Entonces, también hay influencia de la religión, aunque al parecer cada vez tienen menos seguidores.
–Obviamente, en la medida que tiene claras prescripciones para el control de la sexualidad y de la reproducción, contribuye a construir estereotipos tremendamente inequitativos que ratifican la dominación masculina. Afortunadamente en la religión hay disidencias internas y hay una discusión mucho más profunda acerca de lo inadecuado, injusto e incoherente que resultan estas exclusiones. Por eso, todas las religiones tienen un ala innovadora, más liberal y más respetuosa de los avances en los derechos y un ala dogmática, conservadurista, incapaz de liberar a sus miembros del yugo de la ideología que también es un ejercicio de violencia, a menos que haya la capacidad de elegirlo libremente.
Las salidas
–Es un panorama desalentador. Pero, ¿qué se puede hacer para empezar a cambiar ese orden de cosas, sobre todo cuando sabemos que el Estado, los medios, la religión, las relaciones económicas reproducen todo hasta en la misma escuela y cuando la cultura está moldeada por esas relaciones y somos producto de ellas?
–Hay muchos ejes desde los que hay que operar y dependen del momento histórico y de quienes estén actuando. Políticas públicas sí, porque el Estado debe asumir el problema, porque es de derechos humanos, de limitaciones del acceso de toda la población a los beneficios del Estado de derecho, y por tanto no se puede ignorar el problema. Es importante que haya un debate cualificado acerca de las políticas de equidad de género que deben traducirse en planes y acciones, especialmente en el ámbito de la educación pública, donde hay una falla completa.
Pero no se pueden quedar ahí porque vemos que el problema se reproduce en muchos otros ámbitos. Debería haber un debate en términos de medios de comunicación y las representaciones de género. Hay países donde se ha prohibido utilizar el cuerpo de la mujer para vender ciertos productos. Debe haber un desarrollo en las facultades de periodismo para adoptar códigos de conducta. Aunque soy una defensora de la existencia del erotismo en lo público, tampoco podemos retirar nuestros cuerpos de la vida cotidiana, lo perverso es asociar la sexualidad con el mercadeo, que es lo destructivo.
–Pero, ¿también se requiere de una normatividad que sancione?
–Habría que revisar cómo se están judicializando los casos de violencia, porque vemos que los estrados no reconocen una condición particular en la violencia contra las mujeres. Dicen que es violencia intrafamiliar pero no hay una particularidad cuando se ejerce contra las mujeres, porque las mujeres también le pueden pegar a los hombres. Sí, pero las estadísticas nos muestran que la población vulnerable siempre son las mujeres y los menores. Entonces, sí hay una razón para pensar en normas específicas para proteger este sector de la población.
–¿La academia?
–Facultades de psicología, de publicidad, de comunicación, es decir todo el aparato académico debe hacer una reflexión sobre este tema, porque como aparecen estas cifras es un asunto que no se puede obviar.
–¿Y desde la sociedad civil?
–La sociedad civil organizada, las ONG, los activistas deben mantener la lucha por la desmercantilización de las relaciones sociales, el no mercadeo de los cuerpos, la discriminación en los medios de trabajo, la microdiscriminación, la construcción de agendas y la movilización social son fundamentales. Que los colectivos feministas de hombres y mujeres actúen con mucha consistencia, no basta declararse feminista con una mano y con la otra reproducir todos esos comportamientos de los que hemos estado hablando. ¡Con esas cifras quedo preocupadísima!
Los resultados de la Encuesta Bienal de Cultura