Juan E. Duque
En el Capítulo XV de El Capital, secciones 6 y 7, Carlos Marx ilustra cómo la introducción de las máquinas en la industria algodonera inglesa sólo trajo penurias en la vida de los trabajadores del siglo XIX. Hoy en día, una palabra ha cambiado, ya no nos referimos a máquinas, más bien hablamos de nuevas tecnologías, de sofisticadas computadoras, robots y satélites que, como las máquinas, permiten la automatización de complejas tareas humanas en la producción y en la vida diaria. Sin embargo, a pesar del sorprendente adelanto científico actual, algo fundamental todavía no cambia: en manos de capitalistas, tal como sucedía en el siglo XIX, la tecnología se utiliza para reemplazar y despedir trabajadores, intensificar la productividad y abaratar los productos; en fin de cuentas, para multiplicar las tasas de ganancia y acrecentar los capitales.
Tampoco han cambiado los argumentos con que los capitalistas defienden sus propósitos. Desestiman las consecuencias adversas del uso que hacen de la tecnología mientras pregonan sus fascinantes maravillas, el cambio sustancial en el carácter del trabajo, la ventaja de eliminar tareas monótonas, repetitivas, la producción de miles de artículos en cuestión de minutos; pero, al reflexionar, al mirar el sufrimiento y la miseria que por otro lado han causado en las clases trabajadoras, tratan de acallar la tenue voz de sus conciencias, sosteniendo, sin fundamento, que la utilización de la tecnología crea nuevos puestos de trabajo, suficientes para mantener el empleo y después compensar con otro a los reemplazados; aseguran además, endulzando el agua amarga, que la penuria del desempleo causado por el uso de la tecnología es sólo temporal.
Las maravillas de la tecnología
Marx, sin negar las maravillas y las posibilidades de la tecnología, sin convertirse en ludita o tecnófono, valiéndose de estadísticas y hechos reales, rebate los argumentos de los capitalistas y de sus defensores. Sí, dice Marx, las nuevas tecnologías, en el proceso de fabricarlas y mantenerlas, generan la demanda de nuevas materias primas y crean oficios de nuevo tipo; pero, bajo el capitalismo, no crean las condiciones para reponer y reincorporar el trabajo desplazado. Marx demuestra que la utilización capitalista de la tecnología elimina puestos de trabajo en mayor y mayor proporción en que esta se introduzca; lanza a los trabajadores, por tiempo indefinido, a engrosar las filas del desempleo; aumenta la mano de obra disponible al capital; recrudece la competencia entre la clase trabajadora; y la priva de sus medios de subsistencia al reducir el dinero destinado al pago de salarios. De otra manera, la tecnología no sería una de las grandes maravillas apreciadas por los capitalistas.
El dinero que los capitalistas empleaban para pagar salarios y que los trabajadores utilizaban para subsistir, invertido ahora en tecnología y equipo, ya no está disponible para emplear a nadie más, ha pasado a formar parte del capital fijo. Los capitalistas sólo emplean la mano de obra que un capital específico requiera y siempre estarán tratando de reducirla introduciendo nuevas máquinas e innovadores métodos de producción. Marx, al examinar estadísticas de varios períodos en los que se introducían nuevas máquinas en la industria algodonera, demuestra que el número de trabajadores requeridos se reducía y las condiciones de los trabajadores se deterioraban.
Los desempleados buscan trabajo, dice Marx, y si lo encuentran es por la expansión de la economía, nacional e internacional, por las nuevas inversiones de capitales —plusvalía acumulada— y lo encuentran, probablemente, en otros oficios, diferentes a los que antes tenían, mas no por la introducción de nuevas tecnologías.
Estadísticas de hoy en día demuestran, asimismo, que la expansión de la economía imperialista alcanzó tal magnitud durante la segunda mitad del siglo XX que, en Estados Unidos, mantuvo el empleo de manera ascendente. Sin embargo, durante los últimos quince años en los que se ha intensificado el adelanto tecnológico digital, no ha sido este el caso. La inversión y la productividad han crecido, mientras las nuevas tecnologías digitales, robots y máquinas computarizadas, toman el lugar no solamente de los obreros, sino también de cajeros y empleados de oficinas, de especialistas y profesionales, creando mayores índices de desocupación y pobreza. Se plantea ya prescindir de choferes y pilotos reemplazándolos por vehículos que puedan ser dirigidos desde satélites. ¿Qué hacer con tanta gente que sobra? Preguntan, preocupados, quienes no conciben la utilización de la tecnología en beneficio del trabajador, utilización que permitiría pagar salarios adecuados para vivir decentemente, reducir las horas laborales, y así, abrir nuevos puestos que incorporarían toda la fuerza laboral a la producción.