La declaración del periodista deportivo donde acusa a Gustavo Petro de asesino no solo puede meterlo en problemas legales, también pone en evidencia la mediocridad de muchos periodistas, caracterizados por su superficialidad, sensacionalismo y servilismo con el poder
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Es sabido que el gremio del periodismo deportivo está conformado mayoritariamente por personas de derecha. Antes eso no importaba porque los periodistas no se metían en política y se dedicaban a opinar sobre lo que les correspondía, deportes. Analizaban las tácticas de juego, opinaban sobre los dirigentes o se enfrascaban en interminables debates sobre nimiedades del fútbol que, a pesar de su vehemencia y banalidad, eran seguidos con fervor por millones de radioescuchas.
Si bien hasta hace unos años en Colombia el deportivo era considerado como una especie de género menor dentro del periodismo ‘serio’ –equiparable al de farándula–, hay que decir que era hecho con profesionalismo, sentido de responsabilidad con el público y, por qué no, contribuía a su manera a la construcción de un relato de nación.
La relación entre política y fútbol
Son inolvidables las narraciones de Édgar Perea durante el Mundial Italia 90, vibrantes de fervor patriótico, que emocionaban al público y le hacían sentirse orgulloso de su país. Es posible que aquel 19 de junio de 1990, tras meter el balón entre las piernas del portero alemán y sellar el empate 1-1, Freddy Rincón y Édgar Perea hayan aportado a nuestra idea de país más que toda nuestra élite reunida.
En los años 90, después de la Constitución de 1991 y el comienzo de la crisis definitiva de los partidos tradicionales, comenzaron a aparecer candidatos que no eran políticos de profesión, los llamados outsiders o antipolíticos. Eran profesores (Mockus), actores (Nelly Moreno), deportistas (Willington Ortiz), presentadores (Alfonso Lizarazo) y por supuesto, periodistas deportivos. Fue entonces evidente que en aquel gremio primaba un pensamiento de derecha.
Por un lado, surgían candidatos como William Vinasco o Javier Hernández Bonnet por el Partido Conservador, y por otro, dentro del nuevo formato de los programas radiales de las mañanas, se permitía que los periodistas deportivos opinaran sobre todos los temas, incluida la política. Fue en aquel momento cuando el público descubrió, por ejemplo, que César Augusto Londoño como opinador político era un excelente comentarista deportivo.
El problema, por supuesto, no radica en que los periodistas deportivos opinen lo que quieran o se postulen por el partido que más les convenza. El problema está en que la flexibilización de los límites entre los distintos géneros periodísticos ha hecho que el periodismo de farándula –con sus lenguajes, sus narrativas y sus enfoques– termine por colonizar todos los demás géneros. Por eso hoy para el periodismo son más importantes los tacones de Aída Merlano o la nueva paternidad subrogada de James Rodríguez. Todo se narra como si fuese una noticia de farándula.
El episodio Vélez
Así se ha puesto más en evidencia –si cabe– el muy bajo nivel intelectual y profesional de nuestro actual periodismo. El más reciente episodio de esta situación lo protagonizaron los comunicadores Carlos Antonio Vélez y su hijo Luis Carlos. El primero es un veterano periodista deportivo de Antena 2 y su hijo es director del programa de las mañanas de La FM. Ambas emisoras son de RCN, propiedad del grupo empresarial de Carlos Ardila Lülle.
El pasado 20 de febrero, en vísperas del paro nacional de educadores convocado por Fecode, Carlos Antonio Vélez se permitió emitir una opinión en su programa deportivo Palabras Mayores sobre la jornada de movilizaciones. El comentario de Vélez retrata de cuerpo entero el argumentario uribista contra las manifestaciones ciudadanas y en particular contra el gremio de los maestros.
Dice Vélez que los maestros no quieren trabajar, que deberían convocar sus marchas en días festivos para no molestar, que violan los derechos de los niños al no darles clases, que por su culpa nuestro sistema educativo tiene la peor calificación en la OCDE, que hay profesores con dos y tres pensiones y que son privilegiados porque tienen mucho tiempo libre, no trabajan los fines de semana y tienen vacaciones y recesos.
De tal palo, tal astilla: lo peor del periodismo
Hasta ahí la cosa no hubiese pasado de ser un banal episodio más de tontería periodística, hasta que Vélez dijo que los maestros estaban “bajo la égida del señor de las bolsas, Petronio, quien anda por la calle después de haber hecho parte de un grupo terrorista que quemó el Palacio de Justicia con los magistrados adentro. Y todavía hay gente que lo sigue, ¡cómo les gusta seguir asesinos!”. Y termina Vélez con una frase que parece una confesión: “Me toca calentarme a veces”.
La declaración, que claramente constituye un delito de injuria y calumnia, fue rápidamente contestada por el propio Gustavo Petro quien anunció una demanda penal contra el periodista. Pero como si no fuese suficiente, el hijo de Vélez, Luis Carlos, terció en favor de su padre con un trino en el que de manera errática decía que Petro tendría que demandar a todos los que creían que era alguien tóxico. Lo que el buen Luis Carlos no fue capaz de advertir es que una cosa es acusar a alguien de “tóxico” y otra acusarlo de “asesino”. Lo primero es una opinión, lo segundo, sin pruebas, es un delito.
¿Pero qué comprensión de lectura se le puede pedir a un periodista tan mediocre como él? Porque fue el propio Luis Carlos Vélez quien la semana anterior no tuvo pudor en replicar la mentirosa información del diario El Mundo de Madrid que sostenía que las movilizaciones ciudadanas en Colombia estaban instigadas por miles de cuentas falsas en redes sociales, que tenían su sede en Venezuela y Rusia. Es la misma matriz de opinión que se intentó implantar sin éxito en Chile donde se llegó a afirmar que las canciones de pop coreano estaban influenciando a los manifestantes.
Lo que queda claro tras el episodio es que este par de personajes representan lo peor del periodismo colombiano. El problema no es que sean de derecha, el problema es que no solo son frívolos y banales, apuestan por la superficialidad en la información cuando no mienten descaradamente y son serviles con el poder. Lo peor es que son profundamente incultos, ignorantes y soberbios.
Lección de sabiduría y humildad
En respuesta, los profesores miembros de la organización Acción Ética Docente le han dado a Vélez una lección de sabiduría y humildad. En una admirable muestra de paciencia y empatía, se han tomado el trabajo de contestar al periodista como si se tratase de un estudiante rezagado, con una carta en la que desmontan una a una sus torpes afirmaciones, corrigen el mal uso de la palabra “égida” (que no significa liderazgo sino protección) y le invitan a un ejercicio ético de la labor periodística.
Y advierten, como profesionales curtidos que son, que “aun cuando usted con ánimo de desprestigiarnos plantea nuestro ejercicio profesional como fácil, lo cierto es que en los periodos que desde su ignorancia usted considera como de ocio, los maestros planean, elaboran material que el Estado no provee, revisan y preparan exámenes y un largo etcétera. Imaginamos que usted nos juzga desde su experiencia de no preparar sus programas y especular al aire sin conocimiento de fondo de los temas que trata”.
El ladrón juzga por su condición. Gol para los maestros.