¡Ladran, Sancho!

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Columna libre

Rodrigo López Oviedo

No pudo ser mayor el desconcierto que cundió en la oposición venezolana cuando Nicolás Maduro, dándoles en la vena del gusto, convocó a todo el pueblo a una Asamblea Nacional Constituyente.

Especialmente en los últimos años, esa oposición dio en la flor de reclamar nuevas elecciones para todo, pues las iniciales siempre le han parecido fraudulentas, salvo las que la llevaron a quedarse con la Asamblea Nacional.

En medio de su tozudez, algunos de sus voceros venían levantado la consigna de Constituyente Ya, con la cual hacían alarde de su vocación supuestamente democrática y de tener unas mayorías contantes y sonantes, que parecían comprobarse mediante la composición del máximo órgano legislativo.

Pero esos alardes se agotaron cuando Maduro, en una jugada que solo puede provenir de un verdadero demócrata, les atendió la petición y convocó la Asamblea Constituyente.

Lamentablemente, esa oposición dice ahora que no, que esa convocatoria disuelve la democracia, que es un golpe de Estado, que traiciona el ideario chavista, y que hay que salirle al paso, por las buenas y por las malas, incluso a través de las más beligerantes acciones de calle contra la propiedad pública y privada, contra las fuerzas de seguridad del Estado, contra la integridad física y la vida de sus propios seguidores y demás formas criminales de sus tradicionales protestas.

Pero entre esa maraña de argumentos sin juicio, hay uno que es visto por algunos demócratas como entrado en razón, y es el que señala que al convocar a los diversos sectores sociales, y no a los partidos, la convocatoria refunde el principio de la universalidad, que debe regir todo proceso eleccionario.

A este respecto señalemos que si la convocatoria tuviera que respetar la primacía de los partidos en la postulación de los candidatos, como siempre ha sido, efectivamente tendrían razón. Pero si lo que se quiere es reconocer que dentro de la sociedad hay muchas otras fuerzas con harto que decir acerca del Estado, de su funcionamiento y fines, y a ese reconocimiento se adhiere el adecuado procedimiento para que puedan elegir a sus voceros, ¡esa elección sí que será respetuosa del verdadero principio de universalidad!

Lo que ocurre es que la oligarquía venezolana solo puede expresarse electoralmente a través de sus partidos, y ahora entra en pánico al tener que medirse en las urnas con un plenario de organizaciones sociales que, sordo a las orientaciones de esa partidocracia, demandará ajustes a la Constitución para que esta coincida cada vez más con el pensamiento de Chávez, su líder eterno.

A esa oposición le vienen bien estos versos de Goethe: Pero sus estridentes ladridos/ sólo son señal de que cabalgamos.