Lágrimas de cocodrilo: Defensa de las mujeres afganas

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Las mujeres afganas mantienen una lucha constante por la conquista plena de sus derechos

Los que ahora se rasgan las vestiduras por el ascenso talibán y la suerte de las mujeres afganas, fueron los mismos que durante este largo tiempo bombardearon bodas y sepelios, con elevado saldo de víctimas, la mayoría de ellas mujeres y niños

Ricardo Arenales

La gran prensa corporativa occidental desarrolla en estos momentos una intensa campaña publicitaria en defensa de las mujeres afganas. En centenares de crónicas hablan del inminente peligro de que a las mujeres de ese país les vuelvan a prohibir salir de sus casas si no están acompañadas de un hombre; que en adelante no puedan regresar a la escuela, a los colegios y universidades, y además perder sus empleos.

Aseguran a pie juntillas que las mujeres afganas, bajo el nuevo gobierno de los talibanes, van a perder todas las libertades y los derechos adquiridos en las dos últimas décadas, lo que significa, en otra lectura, los derechos que adquirieron bajo los años de ocupación por parte de las tropas norteamericanas y de la OTAN.

Se trata, en buena medida, de otra fabricación mediática. No es cierto que las mujeres afganas hayan agarrado el cielo con las manos bajo el dominio norteamericano. Ni que en general hubieran ganado un cúmulo de derechos que ahora se exponen a perder. Derechos sí conquistaron, algunos, pero fundamentalmente círculos de la clase media afgana o mujeres habitantes de contornos urbanos selectos. Para la mayoría de las mujeres de ese país, especialmente en el campo, la situación de sometimiento no varió durante las dos décadas de ocupación militar.

Los cambios fueron la excepción

Fue gracias a la labor de grupos de activistas, y de algunas organizaciones sociales, que las mujeres se empoderaron de algunos derechos en las últimas décadas. Nunca por iniciativa de los gobiernos títeres o de las tropas de ocupación. Estos derechos tienen que ver con la calidad de vida, el acceso al trabajo, a la educación en sus distintos niveles, a poder salir solas a la calle, y en cierta medida ganar autonomía sobre sus cuerpos. En este tiempo, accedieron a internet, a los medios de comunicación, y en general las mujeres hoy tienen más conciencia y respeto por sus derechos.

Pero, la mayoría de las mujeres afganas viven precisamente en zonas rurales, donde no se experimentó cambio alguno en su situación de opresión y sometimiento. Allí los maltratos son cotidianos. Violaciones, torturas, matrimonios infantiles o forzados, latigazos, prohibición de ir al trabajo, entre otras limitantes.

Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, Afganistán es el tercer país en el mundo con la tasa más alta de mortalidad infantil entre menores de cinco años, y casi 12 millones de sus habitantes padecen inseguridad alimentaria. ¡Y esto no es porque los talibanes regresaron al poder hace dos semanas!

Saldo trágico

El 54 por ciento de los niños en ese país sufren retraso en el crecimiento y más del 67 por ciento está desnutrido. El 20 por ciento de los niños se ve obligado a trabajar y solo el 23 por ciento de la población total tiene acceso a agua potable. De estas cifras, un alto porcentaje son mujeres y niñas. El 80 por ciento de los 250.000 afganos que huyeron del país desde mayo pasado son mujeres y menores de edad.

En materia de salubridad, Afganistán es uno de los peores países en cuanto a la garantía de que una mujer en embarazo supere con vida el parto. O que su hijo llegue con vida a los cinco años de edad.

Este es el saldo trágico de 20 años de ocupación de Estados Unidos y sus socios. Los que ahora se desgarran las vestiduras por el ascenso talibán y la suerte de las mujeres afganas, fueron los mismos que durante este largo tiempo bombardearon bodas y sepelios, con elevado saldo de víctimas, la mayoría de ellas mujeres y niños.

Una religión de paz

Ciertamente no fue el ‘sueño americano’ el origen de la redención de las mujeres de este país. Como dice la historiadora afgana Mejgan Masoumi, fueron las afganas mismas las que en dos décadas “hicieron retroceder los sistemas de opresión que pretendían controlarlas, ya sea el imperialismo occidental o el terrorismo talibán”. No fue la ocupación extranjera la que facilitó los logros alcanzados, sino que “las mujeres afganas son fuertes, inteligentes y lucharon mucho por sí mismas para ganar su derecho a participar en la vida pública y exigir su autonomía”.

Para Masoumi, hoy más que nunca es fundamental dejar que las afganas hablen por sí mismas y difundir su palabra. “Se están levantando y resistiendo de diversas maneras. Reclaman su bandera nacional y los símbolos de su país y no aceptan la bandera talibán”.  Y niegan la posibilidad de que el talibán pueda utilizar la religión para justificar su violencia. El Islam es una religión de paz, no de violencia”.