Exguerrillera de las FARC-EP, fotógrafa empírica y hoy congresista, comparte su historia de vida, su niñez en medio de una típica familia campesina, lo que significó la guerrilla y la paz, como los retos del nuevo momento donde el compromiso es la palabra y la política
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
No se necesitan más de dos minutos al lado de Sandra Ramírez, para sentir la calidez de una mujer humilde y sencilla. En momentos donde la mayoría consume una narrativa hegemónica, a todas luces distorsionada, de lo que significó la guerrilla como las gentes que la conformaban, relatos como el de Sandra, cuyo verdadero nombre es Griselda Lobo, confrontan el libreto.
Su voz, con ese indiscutible acento campesino, permite darle rienda suelta a la imaginación cuando se piensa en el anonimato de la selva, de las inevitables angustias como de aquellas inolvidables alegrías, de las múltiples historias. También se siente la vibración de un presente cargado de incertidumbres, de retos, de responsabilidades. Sandra cuenta su vida, no como la senadora que hoy es, sino como aquella mujer humilde del campo que decidió soñar con un mundo distinto siendo guerrillera.
Del guayabal a la lucha
“Yo nací en una tierra linda y dulce de Colombia, nací en Vélez, Santander. Lo bonito de esa tierra, los recuerdos que tengo cuando era niña, es ver esos guayabales inmensos, por debajo su grama limpia, donde mis hermanitos y mi persona, correteábamos”, dice al recordar su infancia, marcada por la realidad de necesidades y dificultades que la mayoría de las familias campesinas en Colombia sortean. Su papel en una familia de 18 hermanos varió de ser estudiante en las escuelas rurales a ser la cuidadora de muchos de sus hermanos que iban naciendo y que requerían cuidados.
“Nos trasladamos a Sabana de Torres y ahí empieza a llegar la guerrilla. Me enfrento con que el monstruo del que se hablaba, eran personas humanas, lo cual cambia mi percepción automáticamente. Lo que me sorprendió fue la compañera Eliana, que tendría para la fecha unos 26 años. Verla mandando, que los muchachos le cumplían ordenes, que tenia un relacionamiento distinto con la guerrillerada y la gente. Ella y mi mamá, quien soñaba con una vida independiente para sus hijas, son las que motivan pedir mi ingreso”, cuenta al describir a las FARC como una alternativa de vida para ella, como para la mujer campesina, pues las únicas oportunidades que existían era casarse y tener hijos, o trabajar de doméstica en las ciudades. “Tenía 17 años o 16 años, no recuerdo”.
Mando, radioperadora, enfermera, fotógrafa
En su relato, cuenta la experiencia sorprendente de ver que en las FARC las mujeres no tenían un oficio especifico, que tenían la posibilidad de explorar sus habilidades, “combatientes en igualdad de deberes y derechos, lo cual me cautivo profundamente, pues como mujer no era menos que el hombre”. Tuvo en su vida guerrillera responsabilidades de enfermería para atender las necesidades de la guerra; radio-operadora donde junto a sus compañeros cifraba mensajes, enviaba reportes, comunicaba combates; incluso al final de su vida en armas, tuvo responsabilidades de mando en el frente 33 con presencia en el Catatumbo.
“Soy amante de la fotografía, en especial aquella que resalta la naturaleza”, comenta Sandra, señalando que tiene un archivo de los sitios recónditos de la Colombia olvidada que tuvo la oportunidad de registrar y que pronto tendrá la posibilidad de exponer.
La Habana, la paz y el senado
Los medios de comunicación han vendido implícitamente la idea que ser la compañera sentimental del comandante Marulanda, impulsó la carrera política de Sandra Ramírez y que hoy la tienen en el lugar de senadora de la Republica. Lo cierto es que gracias a su trayectoria fue parte del equipo técnico que estuvo en la fase exploratoria y que permitió la agenda de La Habana, que participó en el mecanismo de monitoreo y verificación, y que estando en Norte de Santander, asumió responsabilidades políticas de mando e interlocución guerrilla-gente.
Fue la mujer más votada para la dirección del nuevo partido, reflejando que su estilo sencillo pero firme de hacer política, representa a la base combatiente.
Al ser interrogada por ese 2016 de altibajos, Sandra narra lo que quizás fue una de las contradicciones de la paz: “Son sentimientos encontrados de tristeza y alegría. Tristeza porque la dejación de armas genera amargura, por lo que significó para nosotros el fusil, que era por un lado la defensa de nuestra vida, pero también la resistencia armada hacia estos gobiernos que no quisieron escucharnos, que nos querían arrasar, someter y derrotar, no solo a la guerrilla, sino al conjunto del movimiento revolucionario. Sin embargo, lograr el acuerdo fue felicidad, porque indudablemente la salida al conflicto era por la vía del dialogo. Llevar a la practica el sueño de Jacobo, Manuel, Alfonso y de las compañeras y compañeros que murieron pensando en un futuro mejor. Ese sueño lo estábamos logrando con la salida política”.
De hecho, es contundente ante la pregunta de si la paz fracasó. Su respuesta es un categórico No, que argumenta al darle validez al acuerdo que abre una nueva etapa del conflicto social, desde la legalidad, para poder disputarle a los que fueron sus enemigos de la guerra, condiciones dignas de vida y transformaciones sociales necesarias para el país.
Hay retos y FARC como partido político quiere enfrentarlos, “somos un partido político, ya no somos la organización militar que tenía otro relacionamiento, donde imperaban las órdenes. Alrededor de las incertidumbres que salen de este gobierno hostil y guerrerista, que se resume en los incumplimientos, la falta de garantías, etc., se genera incertidumbre y diferentes lecturas al proceso. Por supuesto que tenemos diferencias, que solucionaremos por los mecanismos internos del partido y no por los medios de comunicación. No olvidamos los principios leninistas. Jacobo nos enseñaba eso de una forma práctica y hasta bonita, si no estoy de acuerdo, pero gana la mayoría, pues asumo la posición común. Si sigo en desacuerdo, en próximos mecanismos y espacios vuelvo a plantear el disenso”.
En VOZ alta
No podía finalizar la conversación sin hablar de VOZ y en especial de quien fuera el recordado director, Carlos Lozano Guillén. “Era muy hermoso ver llegar a Carlos, en una mula, embarradito y cansado”, sonríe al recordar esas veces en las que Lozano se internaba en la selva para buscar al comandante Marulanda en busca de lo que fuese su obsesión política al frente del periódico, la búsqueda de la solución política al conflicto armado. “Fue un hombre de paz, con su pluma y su inquebrantable militancia”.
Destaca la labor de los campesinos para hacerles llegar la VOZ en la mitad de la selva. “Fue el alimento político de la guerrilla, en nuestras reuniones de célula, en nuestras horas de estudio. Incluso lo leíamos en voz alta. Significa mucho para nosotros”.
–¿Qué extrañas de la vida guerrillera?
–Añoro la selva. Te da todo, te da de comer, te permite dormir. Era nuestra casa. El forraje nos protegía porque impedía que el enemigo nos divisara. La selva es paz.