Alfonso Conde H.
Es difícil imaginar las causas de ciertas ambiciones. Se ven grandes acumuladores de capital, cuyos haberes no alcanzarían a ser gastados en más de una vida, que sin embargo continúan su plan explotador para acrecentar su poder económico; también se presentan individuos cuya ambición eterna y extrema es la imposición de su criterio y decisión sobre el resto de los mortales, asumiéndose como poseedores únicos de la también, para ellos, única verdad. Curiosamente las dos clases mencionadas de anomalías humanas muchas veces van unidas en los mismos individuos. Claros ejemplos de lo anterior se encuentran en el actual mandatario gringo y algún innombrable exmandatario colombiano.
También hay subclases de las especies anotadas: aquellos que siendo súbditos obsecuentes de algún poder superior a ellos mismos pero con capacidad de imponer su fuerza sobre otros, la exhiben e imponen cual capataces de esclavistas desquitando su propia frustración sobre los más débiles; es tal vez la peor subclase y de ella son ejemplos algunos políticos actuales, tránsfugas de posturas de izquierda y hoy convertidos en vulgar instrumento de la ultraderecha. También están quienes anhelan ser reconocidos por su pensar y actuar a pesar de que su pensamiento y acción no generen las transformaciones previstas. Ellos buscan trascender en la memoria colectiva como quienes probablemente “tenían la razón”. Anhelo desmedido de reconocimiento.
De esa última sub-clasificación está repleto el escenario político colombiano en todas sus vertientes. No se trata entonces sólo de defender ideas sino, a veces ante todo, de presentar figuras que “merecen” ser exaltadas. Así las políticas llegan a ser opacadas y las alianzas, aún los partidos, casi se convierten en ficción. Las figuras encabezan a veces grupos de presión no formalizados pero reales que actúan con escasa generosidad frente a otros de ideas similares que se ven como competidores y no como hermanos.
En esta nueva etapa de la vida de Colombia somos muchos los ciudadanos con una visión compartida de nación en el corto plazo, al margen de las diferencias a mediano y largo plazo. Ello debería bastar para promover el acercamiento que materialice la idea común. Priman, sin embargo, los personalismos que logran la división y subdivisión de las fuerzas democráticas y se dificultan los acercamientos necesarios. Para algunos tal acercamiento se logra sólo alrededor de su propio nombre. Esa estupidez debe ser superada.