La Operación Orión en el 2002 no sólo le cedió el poder territorial a distintos grupos paramilitares que acompañaron a plena luz del día al Ejército a incursionar en los barrios, sino que además, se cometieron múltiples violaciones a los derechos humanos. Las mujeres de la 13 tuvieron que atravesar, además de esto, por otro tipo de implicaciones diferenciadas de la violencia sobre sus cuerpos
Alessandra Puccini
@apuccinim
La lucha del género femenino por emanciparse -en todos los sentidos- es tan antigua como el tiempo que ha llevado en pie la humanidad. No nos volvimos lideresas sociales, sindicalistas, ni defensoras de derechos humanos gratuitamente. Lo hicimos porque la violencia, la guerra y la cotidianidad nos tocaban de manera diferente; porque por nuestras luchas nadie, aparte de nosotras, iba a pelear y porque, como tanto hemos recalcado: ante un mundo estructuralmente machista, doblemente unidas y doblemente revolucionarias.
Así “empezó” todo…
La historia de “la violencia” en la comuna 13 “San Javier” ha sido contada ya mil y una veces, pero siempre es necesario volver a repasarla. En los ochenta, el ELN, las FARC y los CAP, Comandos Armados del Pueblo, se disputaban el control sobre la zona. El entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, bajo su política de ‘seguridad democrática’ -y siguiendo los pasos de su predecesor Andrés Pastrana- vio en esto la excusa perfecta para arremeter contra los grupos armados, sin preocuparse en lo absoluto por la población civil que quedaba en medio.
Uribe dio la orden y la Operación Orión se ejecutó (junto a otras veintitantas más), dejando como consecuencia más problemas de los que ya habían. No sólo se le cedió el poder territorial (que siempre ha sido el motivo de disputa) a distintos grupos paramilitares que acompañaron a plena luz del día al Ejército Nacional a incursionar en los barrios, sino que además, se cometieron múltiples violaciones a derechos humanos en el transcurso del operativo militar.
Aunque las cifras varían considerablemente según la fuente (sobre todo en las estimaciones de desapariciones forzadas) se cree, según un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, que 88 personas fueron asesinadas -17 por la Fuerza Pública y 70 por las Autodefensas-, 92 fueron dadas por desaparecidas (aunque varias organizaciones de la comuna afirman que este número supera los 100), una docena torturada y 370 detenidas de forma arbitraria. Las mujeres de la 13 tuvieron que atravesar, además de esto, por otro tipo de implicaciones diferenciadas de la violencia sobre sus cuerpos y experiencias.
Las voces femeninas de la guerra
Se estima que debido a los enfrentamientos en San Javier, al menos 100 mujeres perdieron a sus esposos e hijos, quedando así como madres cabeza de familia. Esto no sólo las ha afectado en la medida en que -como es usual dentro del conflicto- muchas veces deben realizar dobles y triples jornadas de trabajo no remuneradas (dentro del hogar y para la subsistencia del mismo) poniéndolas en condiciones de mayor vulnerabilidad; sino que además; debido a los roles tradicionales y las “responsabilidades extras” de cuidadoras y educadoras a los que están asociadas, pueden sufrir también implicaciones más graves en su salud mental.
Muchas no pueden lidiar con la culpa y pasan por episodios de ansiedad y angustia profunda al no “haber podido evitar” desenlaces nefastos respecto a sus allegados. Esto sin mencionar los devastadores efectos que la pérdida de sus familiares causa sobre ellas. La Comisión de la Verdad y Memoria de la Ruta Pacífica por las Mujeres, rescata un testimonio al respecto: “Una compañera… Ella es coordinadora en un colegio y me decía: “estoy súper preocupada porque la salud mental de las mujeres está mal y si la salud mental de las mujeres está mal, los hijos están mal, toda la comunidad está mal, qué vamos a hacer”, me decía…”.
Este tipo de situaciones se pueden complejizar más aún si las mujeres en cuestión, participan en liderazgos dentro de la comunidad, lo cual puede implicar que la posibilidad de sufrir hostigamientos se intensifique en razón de sus labores sociales. Esto hace decaer en mayor medida su salud mental y calidad de vida, perjudica sus relaciones personales y las obligan incluso, en muchos ocasiones, a desplazarse de sus territorios para evitar ataques en contra suya, o de sus familiares.
Las agresiones sexuales, por otro lado, han sido utilizadas históricamente como armas e instrumentos de humillación y terror; donde el cuerpo femenino funciona a modo de trofeo. La Comisión, ya citada, muestra varias experiencias de mujeres que han sido violentadas de esta manera: “Una de las niñas violadas es del grupo juvenil de AMI… Estamos tan mal que la mandé para Bogotá porque eso fue mortal… La muchachita anda rallada por ese fulano y anda muy mal…”.
Sanar y reparar: tejiendo sororidad y memoria
Si bien es cierto que ha habido voluntad política de reparación frente a lo que podemos llamar “la violencia” en la 13 y que tanto la CIDH como la Sección Tercera del Consejo de Estado han condenado al Estado por violaciones “individuales” de derechos humanos – a Myriam Eugenia Rúa Figueroa, Luz Dary Ospina Bastidas, Mery del Socorro Naranjo Jiménez, María del Socorro Mosquera Londoño y Ana Teresa Yarce-, la posibilidad para que toda la comunidad sane un periodo tan extenso de guerra -que no se limita únicamente a los tiempos de Orión- está lejos de ser un proceso colectivo.
“Construirnos como mujeres empoderadas no es fácil, no es fácil reconocer la gestión que hemos hecho por tantos años. Era necesario devolvernos a la memoria y a la historia y podernos sentar”, menciona una lideresa, cuyo nombre omitimos para proteger su seguridad. Desde Mampuján, en Bolívar, hasta la 13 de Medellín, las mujeres han tomado la vocería de distintos proyectos artísticos y políticos para sanar, tejer y construir alrededor del duelo, desde la autogestión y lo que sus experiencias particulares les han enseñado.
Tanto en Las Berracas -un colectivo de mujeres que en la actualidad cuenta con más de 240 miembros- como en la AMI, Asociación de Mujeres Independientes de Colombia, y el Partido de las Doñas, las mujeres de San Javier reconocen -a pesar de los hostigamientos y la persecución debido a sus labores como lideresas- nuevas formas de generar lazos entre personas que las hacen sentirse escuchadas y apoyadas. Así lo expresó esta mujer frente a la Comisión: “Sí, y lo digo con mucha convicción, yo vengo de AMI y no soy capaz de ir a otra organización, porque yo miro a AMI y esa es mi lucha y sigo en mi lucha”.
Ser mujer en la 13 -y más aún lideresa- no es nada fácil. A cada una de las que allí viven le ha marcado la guerra de una forma diferente: a muchas se les han llevado a sus esposos e hijos (y juntas se han organizado para caminar por la verdad), a otras han querido callarlas y amenazarlas, pero juntas han encontrado cómo expresarse; muchas tantas más, han querido intimidarlas tomando poder sobre sus cuerpos, pero nada, ni siquiera eso, les ha quitado las ganas de seguir resistiendo.
A estas mujeres les tocó unirse para no dejarse caer, les tocó encontrar luchas comunes para así hacerse más fuertes y les tocó también, entre ellas, mantenerse resilientes, teniendo muy claro que si un día ellas se derrumban, todo San Javier lo hará también. Han pasado a las historia -como otras tantas- por tener la valentía de ser doblemente revolucionarias.