El secretario general de la OEA, en una clara actitud al servicio de la derecha internacional, al abogar por la aplicación de la llamada ‘Carta democrática’, quiere servir en bandeja de plata el pretexto de la intervención abierta contra Venezuela, para derrocar al gobierno democrático de Nicolás Maduro
Alberto Acevedo
pasado 14 de marzo, el flamante secretario general de la Organización de Estados Americanos, OEA, el uruguayo Luis Almagro, presentó un informe de 75 páginas, con sus propias valoraciones personales sobre la situación política y social en Venezuela, y sugiere un paquete de conclusiones que allanan el camino para la intervención extranjera, dígase norteamericana, en los asuntos internos de ese país, tirándole una tabla de salvación a los planes golpistas de la ultraderecha venezolana.
Se esfuerza en su documento el señor Almagro por presentar la imagen de un “estado fallido”, exigiendo la solución de los problemas nacionales, no por la vía del diálogo o del respeto a la constitución nacional, que considera caminos agotados, sino por vías excepcionales, extra políticas, exógenas a la realidad nacional venezolana, sin tomar en cuenta, más bien desconociendo, la institucionalidad de ese país.
Para Almagro “no existe otra opción” que no sea la de romper el juego político, la actual correlación de fuerzas, desconocer la constitución y el estado de derecho. En estas condiciones, pide a los Estados miembros de la OEA la aplicación de la “Carta democrática”, una normatividad que llama a la intervención extranjera en los asuntos internos de un país amigo, a la exclusión de Venezuela del seno de la OEA y a propiciar unas “elecciones”, que desde luego, solo buscan el derrocamiento del gobierno progresista de Maduro.
Deformando la realidad
Almagro, para justificar su informe, acude a monumentales falsificaciones de la realidad venezolana. Asegura por ejemplo que “el gobierno saboteó la mesa de diálogo instalada en Venezuela”, cuando la realidad es que los representantes de la “oposición” quisieron hacer del diálogo un escenario de ultimátums, para forzar la salida de Maduro del gobierno, objetivo que no pudieron conseguir ni en las elecciones, ni en las asonadas terroristas conocidas como “guarimbas”, ni con el llamado ‘plebiscito revocatorio’, entre otras muchas estrategias desestabilizadoras.
Almagro, para presentar un cuadro de “crisis humanitaria” que justifique la intervención extranjera, asegura que el nivel de pobreza en Venezuela es del 81 por ciento. Sin precisar qué tipo de pobreza, oculta que han sido los empresarios, que controlan más de la mitad de la oferta de productos, quienes esconden la producción, especulan en el mercado negro, establecen el dólar paralelo y fomentan el contrabando, en lo que el gobierno ha denominado como una guerra económica.
Silencios de Almagro
No abre la boca el secretario general de la OEA para reconocer el esfuerzo del gobierno venezolano por crear una red de distribución de alimentos, conocida como los comités de abastecimiento y producción, CLAP, que entregan alimentos al 53 por ciento de la población, ¡la mitrad de la población!, una estrategia reconocida por la FAO como un empeño por “crear un sistema de distribución de alimentos”, ante la crisis cierta provocada por los grandes empresarios especuladores y acaparadores.
Ante el evidente fracaso de la denominada ‘oposición’, agrupada en la MUD, en su empeño por apartar del poder al presidente Maduro, en una nueva estrategia, en coordinación con lo peor de la reacción internacional, acuden a los oficios del señor Almagro, que se ha colocado al servicio del Departamento de Estado de los Estados Unidos en su empeño por derrocar a los gobiernos progresistas de la región, recuperar el predominio de lo que siempre han llamado su ‘patio trasero’ y reinstalar a las burguesías nacionales en el poder, extender el modelo neoliberal de desarrollo y apropiarse de las enormes riquezas naturales de la región.
Organismos de cooperación regional, de orientación anti hegemónica y antimperialista, como el ALBA, han llamado a desarticular esta estrategia perversa, a movilizar las fuerzas progresistas y a contener la maniobra intervencionista de los Estados Unidos en el continente.