Las últimas columnas de Manuel

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Manuel Cepeda Vargas.

El 9 de agosto se cumplen 25 años del magnicidio del dirigente comunista y exdirector del semanario VOZ, Manuel Cepeda Vargas. La redacción reproduce las últimas columnas que publicó en su espacio semanal que tenía en las páginas de esta casa editorial

Redacción Semanario VOZ

La primera, titulada Se busca profeta, se encuentra en la edición 1800 del periódico que circuló del 4 al 10 de agosto de 1994. En ella, el inolvidable columnista de VOZ, analiza el momento político en un momento de transición entre el gobierno saliente de César Gaviria y el entrante de Ernesto Samper.

Consumado el asesinato del senador de la Unión Patriótica el 9 de agosto en Bogotá, la edición 1801 del periódico que circuló del 11 al 17 de agosto de 1994, con su portada “Otro crimen de Estado”, dedicó una separata especial donde se sentaba una imponente voz de repudio ante el magnicidio. El espacio de la columna Flecha en el blanco quedó vacío con un sentido mensaje: “Todos los martes, Manuel Cepeda, hacía llegar el texto de su columna, siempre certero y combativo. El espacio más leído por nuestros lectores. Este último martes no alcanzó a llegar, porque el militarismo la silenció para siempre. Queda su ejemplo luminoso para todos los revolucionarios”.

El país conoció la última columna de Manuel Cepeda en la edición 1802 del semanario VOZ. Se tituló Leo, en homenaje al dirigente de la Juventud Comunista Colombiana, Joaquín León Tovar Miranda, asesinado en Quito, Ecuador, el 26 de julio de 1994. Su contenido, paradójicamente, acaso como una premonición, es sobre la muerte, pero, como lo hacía él, con rayos infinitos de optimismo.

Se busca un profeta

En víspera del cambio de Gobierno se suceden análisis que de alguna manera pretenden profetizar el futuro.

1) El “cuaderno de navegación de la comisión de los sabios” prologado por Gabriel García Márquez. 2) El programa de desarrollo, propuesto por los 14 gremios económicos capitalistas. 3) El análisis de la Sociedad Económica de Amigos del País.

Todos coinciden en formular la gravedad de la situación colombiana y en el difícil camino para la consecución de la paz. Y todos tienen un gran defecto: no se interrogan sobre cuánto estaría dispuesto a aportar el gobierno de Samper por la magna obra de la reconciliación nacional.

Agreguémosle las serenatas de despedida de Gaviria, con mucho cálculo futurista. Desde el libro que entregó al Congreso, “Paso al futuro”, en que ordena a su sucesor el camino para seguir haciendo felices a los colombianos, hasta lo que íntimamente espera: que el Congreso derogue el artículo constitucional que prohíbe la reelección para completar su órbita de neo-Lleras Camargo y regresar de la OEA a la presidencia.

El documento de la Sociedad Económica de Amigos del País realiza un serio análisis de la crisis nacional. Contiene el manifiesto socialdemócrata del grupo que encabeza Agudelo Villa. Falta ver que el próximo Gobierno merezca el título que le asigna: “Ahora el cambio social”.

El texto del Consejo Gremial Nacional, con la Andi y Fenalco a la cabeza, además del recetario de las alzas superlativas que formula, demanda salidas negociadas al conflicto bélico. Importante índice, a la hora de dimensionar si la base de apoyo del militarismo crece o decrece.

¿Será posible la reconciliación si prosigue el esquema de capitalismo salvaje entronizado por Gaviria? ¿Qué tan avanzado podría ser el gobierno Samper si el pie de Colombia continua preso en el zapato chino del modelo neoliberal?

¿Cuánto estará dispuesto el nuevo presidente a aportar y a apostar en la búsqueda de la salida? ¿Solamente darles a los luchadores de la exinsurgencia, como se hizo con Esperanza, Paz y Libertad, unas corbatas en el DAS rural? ¿O unas curules que hoy son y mañana no aparecen, como ocurrió con el M-19? ¿O un sueldito, como a las Milicias de Medellín, que la avaricia de la respectiva Consejería, irónicamente apodada de paz, no paga?

Los problemas son la tenencia de la tierra, la legislación de guerra (leyes 50, 60, 100, decretos de estado de excepción), los millares de presos políticos y no el clásico plato de lentejas.

Si es ese plato, no nos asombremos de que al llegar agosto de 1998 aparezca una ofensiva guerrillera como ésta que ha despedido al “victorioso” mariscal Gaviria.

Oigamos qué dice el nuevo presidente el 7 de agosto y si su discurso contiene no sólo más preguntas si no alguna respuesta para el país que busca profetas que le ayuden a esclarecer su destino.

Leo

Al morir un hombre de teatro cae el telón definitivamente. En vano quisiéramos que saliera otra vez a escena, a recibir nuestro aplauso.

Ha caído el telón sobre Leo.

Joaquín León Tovar Miranda, dirigente de la JUCO, de la dirección del Partido en el Meta, originario de Nariño se radicó en Villavicencio. Allí inventó grupos teatrales, parejas acrobáticas, bailarinas y trapecistas. Escribió sainetes. Ensayó obras. Y cumplió con peligrosas tareas partidarias que le valieron el odio de militares y paramilitares.

Su melena leonina, su pelambre digna de Sansón, lo identificaba. Creía, quizás, como el héroe bíblico, que en su cabellera radicaba su fuerza. Y huyendo del paramilitarismo se radicó en Quito, cuando su permanencia en Colombia se hizo insostenible.

El 26 de julio asaltaron su domicilio y lo arrojaron desde un cuarto piso. La autopsia reveló que había sido envenenado. Investigaba el caso de los dos hermanos Restrepo, a quienes también desapareció la criminal policía quiteña.

Ahora lo hemos evocado ante la enorme manifestación que el viernes 5 de agosto en forma pluripartidista proclamó la candidatura a la Gobernación de Alfonso Ortiz Bautista y la nominación a la Alcaldía de Villavo de Juan de Dios Bermúdez, liberales, conservadores, M19, PC y UP, independientes, que configuran esta importante convergencia, aplaudieron el nombre de Leo al rendirle homenaje en esta concertación.

Bajan otros telones y abandonan un segundo la escena otros ilusionistas, no ya del amor y del dolor, sino de la mentira y la trampa contra el pueblo.

Un mediocre actor, César Gaviria, como bufón de la corte se ha prodigado al despedirse en histéricas carcajadas. La parte bobalicona de la platea se extasió ante esa exposición de cinismo y libertinaje. ¡Qué ingenio! ¡Qué chispa! ¡Qué ironía sobre las tumbas!

La risa locuela estalla en un país enlutado. Al evocar en Villavicencio a Leo, hemos recordado al senador Pedro Nel Jiménez, al representante Octavio Vargas, a los diputados Rafael Reyes, Carlos Kovacs, Carlos Julián Vélez, Rodrigo García, a los alcaldes María Mercedes Méndez, William Ocampo, Julio Cañón y a tantos otros desaparecidos en las fauces del terrorismo de Estado.

La muerte de Leo no es ajena al dramático momento que vivimos. Un momento en que contra el clamor universal que pide respeto a los derechos humanos en Colombia, el presidente (ex presidente por fortuna) Gaviria vetó la ley que definía la desaparición forzada de personas como delito.

El saldo final de Gaviria, a pesar de truncados y tramposos “sondeos de opinión” que le dan al burócrata de la OEA 60 por ciento de apoyo en la opinión (!) es una hecatombe.

Felices los de arriba. Y desdichados los de abajo. Se levanta el telón ahora sobre el Gobierno de Samper. Ya no está Leo para ayudarnos, para aportar su risa (no morbosa ni maligna) universal en la multitud de actos que vienen. Risa leonina, que bajo tierra parece decirnos: – no dejen, compañeros, de alistar un acto de teatro, una canción, una pintura que digan que Colombia vive y sueña…

¡Ay, Leo!