El tratamiento que los medios han hecho de la declaración de la exsenadora en Venezuela ha puesto en evidencia dos cosas: que su función no es otra que ocultar las fechorías de la clase dominante y que la ciudadanía les cree cada vez menos
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Se sabe que el ejercicio de cualquier forma de poder está condicionado a una puesta en escena donde se representa la relación de dominación. Un maestro sabe que una cosa es la autoridad que debe exhibir frente a sus estudiantes y otra como se comporta con sus pares. Un padre de familia sabe que muchas veces debe fingir enfado con sus hijos por una travesura, aunque por dentro esté muriéndose de risa. Todos son conscientes de que buena parte del éxito de su poder se basa en que sea escenificado de forma eficaz y, en ese sentido, creíble.
Esta escenificación ha llegado a su punto más intenso en la política actual. Es cierto que siempre los regímenes han necesitado la comunicación para transmitir las órdenes, informar las leyes o advertir las prohibiciones. Con la aparición de la sociedad de masas se creyó que los medios serían el “cuarto poder” que fiscalizaría a los poderosos y pondría límites a sus abusos.
Conglomerados corporativos
Pero lo que ha sucedido en todo el mundo, en especial desde la irrupción del neoliberalismo en los años 70, es que los medios han dejado de ser actores independientes de la vida civil para pasar a ser adquiridos por grandes conglomerados corporativos. De estar dirigidas por periodistas han pasado a ser propiedad de empresarios que los usan para defender sus intereses.
Ello es particularmente preocupante cuando se analiza el papel que hoy tienen los medios en ese carácter de espectáculo, de puesta en escena, que tiene cualquier ejercicio del poder y en concreto, la política actual. Hemos pasado de una relación entre los medios y el poder donde los poderosos se preocupaban por “aparecer” bien ante el público y mantener su prestigio, a tener unos medios serviles que han dejado de ser un contrapeso para convertirse en un aliado. Ya los políticos no se preocupan por que sus declaraciones y decisiones aparezcan como “sensatas” ante el público. Ahora, con la complicidad de los medios, exacerban las bajas pasiones de sus seguidores con discursos fáciles de odio y miedo.
Hace unos años, sucedió en Colombia un episodio que los politólogos llaman un “corrimiento del telón de la escena política”, es decir, un lapsus que puso en evidencia cómo funcionan de verdad las relaciones de poder. El periodista Alberto Casas, tal vez uno de los pocos que pueden presumir de tener un puesto fijo en el equipo de la W Radio, dijo al aire que los cuatro pilares del régimen político colombiano eran el Gobierno, las Fuerzas Armadas, los empresarios y los medios de comunicación. Toda una declaración de cómo funciona el poder en nuestro país.
Todo el mundo lo sabe
Lo anterior lleva a preguntarse por la forma como la mayoría de los medios de comunicación han tratado la noticia de la explosiva declaración de Aída Merlano ante una jueza en Venezuela. Porque más allá de algunas afirmaciones que podrían admitir matices, como la injusticia de la condena en su contra o los detalles de su fuga, lo que ha dicho la exsenadora conservadora sobre la política colombiana es básicamente cierto y lo peor, todo el mundo lo sabe.
Todo el mundo sabe que en Colombia la mayoría de los candidatos de la derecha son elegidos a punta de compra de votos. Todo el mundo sabe que las casas políticas de la costa Caribe han forjado su imperio sobre las prácticas clientelistas. Todo el mundo sabe que existe una relación corrupta entre contratistas y políticos donde los primeros financian las campañas electorales a cambio de jugosos contratos con el Estado. En fin, todo el mundo lo sabe.
Encubrimiento y descrédito
Mientras tanto, los medios de comunicación nos han querido entretener con noticias como el día sin carro en Bogotá, la entrega de los premios Oscar o el fallido proceso de destitución de Donald Trump. Al día siguiente de la declaración de Aída Merlano los grandes periódicos como El Tiempo y El Espectador evitaron la noticia en sus portadas y solo la registraron en titulares secundarios como “Una fabricación oportunista, dice Gobierno sobre Merlano” y “Los privilegios de Aída Merlano como reclusa del régimen de Maduro”.
Cuando el tema se hizo inevitable, la intención fue entonces desacreditar las declaraciones utilizando, al menos, los siguientes seis argumentos, todos basados en la falacia Ad Hominem, que consiste en negar la validez de una afirmación por la persona que la dice. Así, para los medios la declaración de Merlano no resulta creíble porque (1) está motivada por sentimientos de venganza, (2) es hecha por una persona condenada y prófuga, (3) no exhibe pruebas, (4) lo hace ahora en Venezuela cuando se le dio la oportunidad de hacerlo en Colombia y no lo hizo, (5) no es posible que Duque estuviese al tanto de todo y, (6) el más paternalista de todos, habla bajo la influencia de Nicolás Maduro.
Antes muerta que sencilla
Lo peor, sin duda, fueron los comentarios sexistas que apelaron a su condición de mujer para desacreditarla. Por ejemplo, Caracol Radio en una nota titulada “¿Ahora con chaqueta chavista? Los cambios de imagen de Aída Merlano”, dijo: “Al juicio, en el que dio detalles de su fuga, asistió con una chaqueta roja que llamó la atención por ser el color representativo del partido socialista de Nicolás Maduro”. Por su parte, la emisora Radio Uno de RCN publicó una nota que no tiene desperdicio titulada “¡Antes muerta que sencilla! Aída Merlano aparece sin esposas y con botas tacón puntilla”.
La autora de la nota, Vanessa Peralta, resalta “la impecable presentación en (sic) la que llegó Merlano al Tribunal”, así como “unas gafas de marco grueso negro y un delicado collar dorado que completa su atuendo”. Por momentos, el texto parece describir un desfile de modas: “Su característica cabellera larga y negra armonizaba con su atuendo: una blusa blanca volada, un bléiser rojo, un pantalón negro con partes en cuerina y unas ceñidas botas de caña alta con tacón puntilla”. Eso sí, la “periodista” convenientemente se preocupa por insinuar al final de la noticia que tanta belleza hace dudar de la versión de la exsenadora: “Más allá de su espectacular vestimenta, que no parecería de una persona que duró cuatro meses escapándose de la justicia nacional…”.
Medios sin credibilidad
Por supuesto, semejante infantilización del público, sumada a las erráticas reacciones del Gobierno “rechazando” la declaración de Merlano o a la negativa del fiscal general (encargado) a investigar los hechos denunciados, no impidió que la noticia fuera el tema más comentado durante la semana en el país.
Lo interesante es que no funcionaron los intentos por desviar la atención, saturar la agenda mediática con tonterías u orquestar campañas de desprestigio y descrédito. El país no habló de otra cosa y, en general, las personas dieron credibilidad a las acusaciones contra figuras como Néstor Humberto Martínez, el clan Char, Álvaro Uribe o el propio Iván Duque.
Esta semana ha circulado en redes sociales un ingenioso meme que resume la sensación que ha quedado tras todo este episodio: “Menos mal que aclararon que Aída Merlano estaba siendo manipulada, por un momento alcancé a pensar que aquí había corrupción, compra de votos y asesinatos”.