El legionario de la ternura

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Carlos Lozano Guillén y Carolina Tejada .

Hernán Camacho
@camachohernan 

Su impronta fue la paz, su pasión la política y su vida la revolución. Carlos Lozano fue dirigente de la JUCO, del buró de la Federación Mundial de la Juventud Demócrata, del regional Bogotá y de la dirección nacional del PC y su Ejecutivo Central.

La dirección nacional del Partido, en los primeros años de la década de los ochenta le encargó la tarea política de la solución negociada al conflicto, según la línea del XIII Congreso. A la par ya se había vinculado a la redacción juvenil del semanario VOZ en una de esas brillantes generaciones que dejan huella en el periódico de los comunistas.

Solía entregar las tareas periodistas los lunes muy temprano, costumbre que se convirtió en principio de trabajo. Era muy inteligente. Corregía con el ejemplo. El tableteo de su máquina es el inició de su etapa como director de VOZ, desde 1991. A quienes trabajamos con él nos dejó claro que el síndrome de la chiva, no podía estar por encima de la paz y que el periodismo se ejercía con perspectiva de clase.

En los diálogos de El Caguán y La Habana jugó un papel importante. Los periodistas, editores o directores de medios nacionales le escuchaban atentos sus análisis de coyuntura, la dirigencia guerrillera le consultaba sus opiniones, el establecimiento político consideraba sus editoriales. Las organizaciones sociales y la sociedad civil le reconocieron siempre sus esfuerzos por el acuerdo humanitario. Por todo eso el Gobierno del innombrable lo quiso meter preso o quería verlo muerto. Fue un escupitajo para el expresidente que a Lozano le otorgaran la más alta y digna condecoración del pueblo francés a un ciudadano no nacido en esa tierra, la Orden de Caballero de la Legión de Honor. “Nunca pensé en irme del país”, me dijo a pesar de la persecución. Otro ejemplo: firmeza y dignidad ante el terrorismo de Estado.

Tierno, consentidor, contador de chistes, amante de la salsa de Niche, cariñoso, dulce, gran conversador y respetuoso hasta más no poder. Nunca se le vio alterado por ataques rastreros. Un hombre minucioso con el orden de sus libros. Amante del helado, tan amable como generoso, buen cocinero, agradecido y madrugador. Leal. Su fuerte corazón, que no quería dejar de latir, se lo entregó a tres mujeres que hasta el último suspiro estuvieron con él: Faride, su compañera en todo el sentido de la palabra; Catalina y Natalia sus hijas enamoradas. Orgulloso y amoroso de sus hijos Carlos y Marco. Un especial cariño para sus nietos, alcahueta como buen abuelo con Valentina y Arturo, y seguro lo haría con Miguel Ángel uno más que viene en camino.

Carlos le quedó debiendo al Partido sus memorias. Y a mí una entrevista larga en su biblioteca y una conversación pendiente sobre las cosas que se disfrutan en la vida, y del por qué del nombre de esta columna. Gracias por tanto camarada.