El siguiente es el texto de la última Flecha en el blanco, que Manuel Cepeda no logró hacer llegar el martes anterior. Iván Cepeda lo rescató y nos lo entregó. Lo publicamos como un homenaje póstumo a quien durante tantos años llenó de vida esta columna. Paradójicamente, acaso como una premonición, es sobre la muerte, pero, como lo hacía él, con rayos de optimismo (VOZ, agosto 18 de 1994)
Leo
Al morir un hombre de teatro cae el telón definitivamente. En vano quisiéramos que saliera otra vez a escena, a recibir nuestro aplauso.
Ha caído el telón sobre Leo.
Joaquín León Tovar Miranda, dirigente de la JUCO, de la dirección del Partido en el Meta, originario de Nariño se radicó en Villavicencio. Allí inventó grupos teatrales, parejas acrobáticas, bailarinas y trapecistas. Escribió sainetes. Ensayó obras. Y cumplió con peligrosas tareas partidarias que le valieron el odio de militares y paramilitares.
Su melena leonina, su pelambre digna de Sansón, lo identificaba. Creía, quizás, como el héroe bíblico, que en su cabellera radicaba su fuerza. Y huyendo del paramilitarismo se radicó en Quito, cuando su permanencia en Colombia se hizo insostenible.
El 26 de julio asaltaron su domicilio y lo arrojaron desde un cuarto piso. La autopsia reveló que había sido envenenado. Investigaba el caso de los dos hermanos Restrepo, a quienes también desapareció la criminal policía quiteña.
Ahora lo hemos evocado ante la enorme manifestación que el viernes 5 de agosto en forma pluripartidista proclamó la candidatura a la Gobernación de Alfonso Ortiz Bautista y la nominación a la Alcaldía de Villavo de Juan de Dios Bermúdez, liberales, conservadores, M19, PC y UP, independientes, que configuran esta importante convergencia, aplaudieron el nombre de Leo al rendirle homenaje en esta concertación.
Bajan otros telones y abandonan un segundo la escena otros ilusionistas, no ya del amor y del dolor, sino de la mentira y la trampa contra el pueblo.
Un mediocre actor, César Gaviria, como bufón de la corte se ha prodigado al despedirse en histéricas carcajadas. La parte bobalicona de la platea se extasió ante esa exposición de cinismo y libertinaje. ¡Qué ingenio! ¡Qué chispa! ¡Qué ironía sobre las tumbas!
La risa locuela estalla en un país enlutado. Al evocar en Villavicencio a Leo, hemos recordado al senador Pedro Nel Jiménez, al representante Octavio Vargas, a los diputados Rafael Reyes, Carlos Kovacs, Carlos Julián Vélez, Rodrigo García, a los alcaldes María Mercedes Méndez, William Ocampo, Julio Cañón y a tantos otros desaparecidos en las fauces del terrorismo de Estado.
La muerte de Leo no es ajena al dramático momento que vivimos. Un momento en que contra el clamor universal que pide respeto a los derechos humanos en Colombia, el presidente (ex presidente por fortuna) Gaviria vetó la ley que definía la desaparición forzada de personas como delito.
El saldo final de Gaviria, a pesar de truncados y tramposos “sondeos de opinión” que le dan al burócrata de la OEA 60 por ciento de apoyo en la opinión (!) es una hecatombe.
Felices los de arriba. Y desdichados los de abajo. Se levanta el telón ahora sobre el Gobierno de Samper. Ya no está Leo para ayudarnos, para aportar su risa (no morbosa ni maligna) universal en la multitud de actos que vienen. Risa leonina, que bajo tierra parece decirnos: – no dejen, compañeros, de alistar un acto de teatro, una canción, una pintura que digan que Colombia vive y sueña…
¡Ay, Leo!