Libro de John Bolton: Un tiro en el pie

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A diferencia de lo que se cree, en el gobierno de Trump se impone la desconfianza.

El nuevo libro del exdirector de Seguridad Nacional devela algunos elementos que permiten intuir cómo funciona la política exterior estadounidense. Nadie queda bien parado: ni Colombia, ni la oposición venezolana ni, paradójicamente, el Gobierno de Estados Unidos

Roberto Amorebieta
@amorebieta7

Acierta la carismática periodista rusa Inna Afinogenova cuando sostiene en el más reciente video de su canal en YouTube “Ahí les va”, que el libro del exdirector de Seguridad Nacional estadounidense, John Bolton, es un bodrio. Ella no lo dice de esa manera, por supuesto, pero es lo que se deduce de sus palabras. Aun así, la lectura del capítulo sobre Venezuela, si bien es un ejercicio de paciencia no solo por su fanática visión geopolítica sino por su redacción tortuosa y atropellada, también es la posibilidad de tener una visión acerca de cómo se tejen los juegos de poder al interior del gobierno estadounidense.

Lo primero que queda claro es que el libro de Bolton en sí no es un acto de venganza contra Donald Trump por haberlo echado del cargo, como podría pensarse, sino un ejercicio del onanismo más vanidoso. El héroe siempre es Bolton, es él quien tiene la iniciativa, es él quien señala el camino correcto, es él el genio incomprendido que no logra convencer a los inútiles que le rodean. Pero la culpa nunca es suya, siempre es de esos inútiles, que son, básicamente, todos los demás personajes que aparecen en el libro, desde Trump, pasando por Duque hasta los líderes de la Oposición (así, con mayúscula) venezolana.

Por ello, lo que dice el libro debe ser tomado con pinzas y no puede ser entendido literalmente porque los hechos, los personajes y los desenlaces tienen la forma que Bolton necesita para reforzar su papel de héroe. El lector, por tanto, antes de preocuparse por lo que dice el autor, debe hacerse algunas de las preguntas que animan los análisis críticos del discurso: ¿qué quiso decir?, ¿por qué lo dijo?, ¿qué intereses defiende?, ¿su discurso qué revela? Y allí, en las posibles respuestas a esas preguntas está lo verdaderamente sustancioso del libro.

“Venezuela es nuestra”

La perspectiva geopolítica del exdirector revela la ideología de un sector de la ultraderecha religiosa estadounidense que en los últimos años se ha apoderado de importantes espacios al interior de la estructura del Estado e influye significativamente en su política exterior. Según su visión ultranacionalista, América Latina ya no es el patio trasero -backyard- de los Estados Unidos sino directamente su propiedad. “Sería cool invadir a Venezuela, al final de cuentas es nuestra” dice Trump en un aparte del libro. Por eso Bolton asume que imponer sanciones, bloquear la economía venezolana, adelantar campañas mediáticas de desprestigio o directamente llevar a cabo sabotajes contra el país son actos legítimos de un imperio que solo buscar recuperar lo que es suyo.

En ese delirio, Bolton narra cómo en su mesiánica tarea se estrella contra obstáculos que le dificultan el camino, como la simple racionalidad económica representada en el relato por el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, a quien describe despectivamente como “básicamente demócrata”. En varias ocasiones, se queja de que Mnuchin siempre está poniendo objeciones a los planes de sancionar a Venezuela porque anda preocupado por tonterías como la estabilidad mundial de los precios del petróleo o la seguridad de las inversiones que Estados Unidos aún tiene en Venezuela.

“El Tesoro trató cada nueva decisión de sanción como si estuviéramos procesando casos criminales en la corte, teniendo que probar la culpabilidad más allá de una duda razonable. No es así como deberían funcionar las sanciones; se trata de utilizar el enorme poder económico de América para promover nuestros intereses nacionales”. Simple y claro, los procedimientos estorban, la ley solo se invoca si sirve a nuestros intereses, el fin justifica los medios, la ideología por encima de la realidad.

Trump es descrito como una persona volátil, de carácter ambivalente, caprichoso, que no sabe lo que quiere y que cada mañana se levanta con una opinión distinta. Profundamente ignorante en política exterior, Trump está acostumbrado a exigir las cosas como un niño malcriado que todo lo obtiene con berrinches. “No quiero estar sentado mirando” (a que caiga Maduro), “es la quinta vez que te lo pido” (tumbar a Maduro), “la esposa de Guaidó no lleva anillo matrimonial, ya no me gusta Guaidó, Maduro es fuerte, ¿a Guaidó quién lo conoce?”.

A pesar de que el presidente estadounidense comparte en general la visión imperial de Bolton, este es consciente del peligro que acarrea que las decisiones de política exterior sean tomadas por alguien tan básico y elemental. “Trump, como siempre, tenía problemas para distinguir las medidas responsables para proteger los legítimos intereses americanos de lo que equivalía a un vasto alcance del tipo que ningún otro gobierno, especialmente uno democrático, consideraría siquiera”. Por ello, Bolton debe hacer un esfuerzo mayúsculo, no por convencer a Trump de la conveniencia de sancionar y agredir a Venezuela, sino por darle gusto dependiendo del estado de ánimo con el que el presidente se haya levantado esa mañana.

Cómete tu propio cuento

Bolton es, hay que reconocerlo, un hábil manipulador que se sirve de los medios de comunicación para crear matrices de interpretación que luego son difundidas con entusiasmo por la prensa internacional. Es evidente en todo el capítulo la importancia que el exdirector le concede a las redes sociales y a la imagen que se da ante la opinión pública. Para él, Twitter es una plataforma privilegiada para cumplir sus propósitos, al punto que celebra que se haya reproducido su frase “troika de la tiranía” para referirse a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Por supuesto, tal “troika” no existe sino en su imaginación, pero Bolton es capaz de poner a hablar al público con el neolenguaje que él se inventa.

El paso a seguir es, por supuesto, ampliar las sanciones a estos países con argumentos que no dejan de evidenciar una visión geopolítica pobre y ramplona: “…empezamos a idear medidas a tomar inmediatamente contra el régimen de Maduro, y también contra Cuba, su protector y probable controlador, y Nicaragua. ¿Por qué no ir tras los tres a la vez? Las sanciones petroleras eran una elección natural, pero ¿por qué no declarar a Venezuela como ‘estado patrocinador del terrorismo’, algo que sugerí por primera vez el 1 de octubre de 2018, y también devolver a Cuba a la lista después de que Obama la hubiera eliminado?”.

Lo más interesante es que pareciera que Bolton y en general el gobierno estadounidense se creen los marcos de interpretación que ellos mismos diseñan para confundir al público. Es increíble cómo la CIA no haya sido capaz de ver (o los políticos no hayan sido capaces de entender) que el Gobierno venezolano se sostiene por el apoyo mayoritario de la población y no por la intimidación de las fuerzas de seguridad y los llamados “colectivos”. Solo así se comprende que hayan creído las rocambolescas versiones de la oposición acerca de la debilidad del Gobierno.

Y finalmente, dos cosas quedan claras: primero, algo que ya se sabía, que el Gobierno colombiano no inspira ningún respeto y es una ficha de quitar y poner en la política exterior estadounidense. Y segundo, que el Gobierno venezolano urdió un plan de contrainteligencia e infiltración para confundir a la oposición y a Estados Unidos haciéndoles creer que algunas figuras del chavismo iban a desertar, lo que nunca sucedió. Dicha estrategia hizo que la oposición se confiara, sobreestimara sus fuerzas y diera pasos en falso, lo que al final dio al traste con sus planes golpistas.

Y decían que Maduro era el tonto.

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