No es viable la más reciente propuesta de Álvaro Uribe de convocar un referendo. Su intención, por el contrario, es definir para el uribismo una ruta a seguir y un conjunto de adversarios a vencer
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
El cotarro político está animado por la propuesta que ha hecho Álvaro Uribe de convocar, de nuevo, un referendo. “Referendo popular”, lo llama él, como si la propuesta del jefe del presidente de la República y del actual partido de gobierno, fuese igual a la espontánea iniciativa de unos ciudadanos. Uribe está preocupado porque sabe que no tiene una estrategia clara para influir decisivamente en el debate político, ahora que ha perdido su curul en el Senado, y por eso la idea -que más parece un ‘globo de ensayo’- se lanza no con la perspectiva de que se haga realidad sino para dar a los suyos de qué hablar. En otras palabras, intenta imponer el discurso de la campaña presidencial de 2022.
La viabilidad del referendo es imposible y Uribe lo sabe. Los tiempos no dan y su capacidad de convocatoria tampoco. En cuanto a los tiempos, hay que recoger firmas, tramitarlas ante la Registraduría y someterse a los plazos de ley. Si todo sale bien, se votaría a principios de 2022 -en la recta final de la campaña presidencial- aunque sin coincidir con otra elección, es decir, habría que convocar una votación adicional. Todo ello, sumado a la descendiente influencia de Uribe, hace prever que, incluso si se cumplen los plazos, la votación no sería suficiente para aprobarlo.
El motivo
En efecto, Uribe no está interesado en el referendo porque sabe que la propuesta no se hará realidad, de modo que su idea hay que analizarla desde otro ángulo. Tres preguntas se insinúan pertinentes: ¿cuál es el motivo?, ¿cuál es el propósito? y ¿qué se puede deducir del contenido de la propuesta?
El motivo parece ser la necesidad de seguir siendo una voz influyente en el debate político nacional. Uribe, que no es tonto, sabe que son cada vez más escasas las posibilidades ya no de conservar el poder sino de mantenerse en libertad. El expresidente ha perdido credibilidad, no suscita el mismo fervor en la ciudadanía, no es capaz de manipular la opinión pública a su antojo y no despierta el mismo miedo de antes. Mientras tanto, hay más de doscientos procesos penales en su contra y en cualquier momento puede ser llamado de nuevo por las autoridades judiciales, esta vez por ejemplo a responder por las masacres de El Aro y La Granja o por el asesinato de Jesús María Valle.
Tras dos meses de detención domiciliaria por orden de la Corte Suprema de Justicia, la desfavorabilidad de su imagen alcanza niveles récord y la percepción sobre la situación del país y el desempeño de Iván Duque es cada vez peor. Uribe sin duda va en retroceso, pero de alguna manera, sigue atrapado en la paradoja del poder, esa que tan bien ilustró Antonio Caballero, la del ‘jinete de tigre’: Así quiera, no puede desmontar el tigre que cabalga porque este se lo devora, es decir, no puede dejar el poder porque finalmente se volverá contra él.
Solo concibiendo un escenario tan incierto como este se puede comprender la obstinación de Uribe de permanecer en la arena política, incluso cuando pocas cosas parecen marchar a su favor. Mientras Juan Manuel Santos se entretiene con sus nietos, César Gaviria remata los saldos del Partido Liberal, Ernesto Samper hace lobbying progresista y Andrés Pastrana se mantiene entretenido -vaya usted a saber con qué-, Uribe propone un referendo.
El propósito
El uribismo -el espontáneo y el organizado en el Centro Democrático- no es una corriente que se configure alrededor de una idea política elaborada. Podría decirse que como pensamiento es una amalgama de autoritarismo, conservadurismo tropical, discurso neofascista, religiosidad antimoderna y manual neoliberal de autosuperación. Es decir, los uribistas no tienen una doctrina política que les sirva para interpretar la realidad y actuar en consecuencia. Por el contrario, tienen un conjunto de prejuicios y miedos que suelen ser jaleados por los propagandistas de turno como el predicador, el líder político o el opinador de ocasión.
El uribismo se define, en términos del politólogo italiano Giovanni Sartori, como una sensibilidad -tampoco vamos a darle el rango de ideología- típicamente conservadora. Según Sartori, el conservadurismo carece de una esencia discursiva que lo distinga del liberalismo y el marxismo, por lo que su papel histórico ha sido el de oponerse a los cambios y al progreso, es decir, ser reaccionario. Por eso es diferente el conservador del siglo XIX al del siglo XXI: se oponen a cosas diferentes. El primero se oponía a la educación laica, el segundo a la educación pública. El primero se oponía al divorcio, el segundo al aborto.
De este modo, debe entenderse que el propósito de Uribe no es lograr la convocatoria de un referendo, es difundir un argumentario de campaña. No es promover reformas al Estado, es definir una guía para que el uribismo sepa a qué debe oponerse. No es proponer la implementación de unas políticas públicas, es identificar una lista de enemigos a vencer en el futuro inmediato. Y los enemigos están claros: las altas Cortes, la oposición, la JEP y el Acuerdo de Paz en general, el consumo de drogas, la política social y Fecode. De la definición de estos enemigos se pueden sacar deducciones que dejan entrever hacia dónde quiere ir el uribismo.
El contenido
La propuesta es titulada con el rimbombante nombre de “¡Cuidemos la Amazonía!”, así, entre signos de exclamación como para que se vea su preocupación por la naturaleza, aunque la propuesta. al respecto está en el último punto y el resto del contenido nada tenga que ver. Si bien son 14 puntos, estos pueden resumirse en siete: reforma de las altas Cortes y del Congreso, reformas a la JEP y al Acuerdo de Paz, protección de líderes sociales, decomiso de dosis personales de droga, medidas de asistencialismo focalizado, gratuidad educativa “sin manipulación ideológica” y protección a la Amazonía.
El documento -que ni siquiera tiene bien la numeración- es muy superficial y es evidente que no hubo debate ni investigación seria detrás de su redacción. Es pura inspiración de Uribe y de alguna forma encarna su sueño de impunidad, Estado autoritario y migajas para los pobres. Vuelve con sus viejas ideas de disolver las altas Cortes -las mismas que lo investigan penalmente-, reducir el tamaño del Congreso para hacerlo manipulable y a la vez más excluyente, derogar la JEP y evitar la verdad histórica del conflicto, garantizar la impunidad de los militares -pero exponerlos a la persecución de la CPI- y reducir el tamaño del Estado -lo que no hizo en ninguno de sus tres gobiernos-.
Lo nuevo es una propuesta inspirada en el populismo punitivo más ramplón que pretende aumentar las penas de cárcel a los homicidas de líderes sociales -como si el problema fueran las condenas cortas-, quitar la curul en el Congreso a los líderes del partido Farc que han confesado la autoría de crímenes de lesa humanidad -como si el Acuerdo de Paz no fuese para eso-, el decomiso “sin criminalización” de las dosis personales de droga -para azuzar a los padres de familia-, la genial idea de un subsidio para pobres que él llama “ingreso solidario” -como si Duque no fuese capaz de implementarlo, si quisiera-, el pago a campesinos por cuidar los “ecosistemas estratégicos” -como si se tratara de una despensa- y la cereza del pastel: la gratuidad focalizada de la educación “sin monopolio ni adoctrinamiento”, con mención explícita a Fecode como el culpable de la falta de ciencia y libertad en las aulas.
Lo dicho, no es una propuesta de referendo, es una declaratoria de guerra. Y es útil para saber a quiénes ven como sus enemigos.
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