Llegó el pueblo Misak y mandó a tumbar

0
1510
Los monumentos de Isabel La Católica y Cristóbal Colón fueron retirados de la Avenida Misak y hoy se encuentran en la Estación de La Sabana

La defensa de los monumentos que evocan la memoria colonial expresan el conservadurismo de la clase dominante que se niega a una relectura colectiva de la historia. En el marco del Paro Nacional, pueblos indígenas han intervenido estas representaciones simbólicas del etnocidio. ¿Cuál es la historia tras estas anacrónicas estatuas?

Harold García-Pacanchique
@HaroldGarcia95

“La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación; los Poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social. Se entiende que la Iglesia Católica no es ni será oficial, y conservará su independencia”. Así reza el artículo 38 de la Constitución Política de la República de Colombia de 1886, en donde a nombre de Dios y sus autoridades la regeneración conservadora liderada por Rafael Núñez unificó a la nación bajo los principios de «una Nación, un pueblo, un Dios».

Elemento constitucional que le dará un lugar de privilegio a una interpretación histórica oficial que hasta nuestros días se mantiene y que prevalece en el sentido común de quien pretende conservar la imagen incólume y sacrosanta de dos siniestros personajes que fueron convertidos en monumentos nacionales por orden de la Ley 58 de 1890, que dispuso “construir un monumento alegórico al descubrimiento del Nuevo Mundo que sería fundido en bronce y contendría una estatua del Almirante Cristóbal Colón (1451-1506) y la Reina Isabel de Castilla (1451-1504)”. La obra la hizo el escultor italiano Cesare Sighinolfi, quien en el año de 1893 formalizó un contrato para la construcción de dichos monumentos con el Gobierno nacional.

Memoria hispana y católica

Tal y como lo plantea el profesor e historiador Germán Rodrigo Mejía Pavony en su texto, ‘Las esculturas de la ciudad. Un programa de memoria nacional en Bogotá, 1880-1910’, el proyecto de memoria nacional que permitió unificar a la nación desde la perspectiva regeneradora, no solo podría contar con las lecturas republicanas de los blancos criollos que habían logrado la independencia de la corona española a mediados la década de los veintes del siglo XIX, en Sur América, sino que se hacía necesario contar también con la voz católica que no solo regia los destinos de la nueva república unificada, sino que constituía la fe de los colombianos. Por lo tanto, la memoria hispana y católica debía constituirse en uno de los estandartes memoriales físicos que en la capital se debían instituir.

Para dicha justificación se utilizaron argumentos como los expresados por José Manuel Groot en su obra ‘Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada’ de 1855, donde se indican argumentos como: “Lo que yo digo es: que el hijo que ha llegado a su mayor edad tiene derecho y razón para independizarse de su padre y entrar a manejar por sí sus intereses; pero no la tiene para calumniar a su padre, cuando este no ha hecho hasta entonces otra cosa que criarlo y educarlo hasta ponerlo en el estado que se halla. ¿Por quién estamos en América? […] No somos indios. Somos hijos de españoles, y por ellos tenemos sociedades de que hemos podido hacer república; por ellos tenemos ciudades con gente culta donde ahora trescientos años no había sino selvas habitadas por bárbaros; por ellos tenemos puentes, caminos, colegios; por ellos tuvimos hospitales para pobres y casas de refugio para desvalidos”.

Lo anterior ejemplifica una idea de nación propia de la lógica colonial impuesta por la corona española desde 1492, en la cual la verdad evangelizadora de los reyes católicos de la península se fundía en la creación de un nuevo mundo en donde la civilización provenía de Europa por sus hombres, costumbres y creencias occidentales.

Monumentos no tan santos

La figura de Isabel La Católica y Cristóbal Colón, que convertidos en monumentos fueron expuestos al público a partir del 20 de julio de 1906 en la ciudad de Bogotá, se ubicaron inicialmente en la calle 13, pasando San Victorino, lo que constituía la entrada de la ciudad.

Posteriormente fueron emplazados en la Avenida El Dorado, con Carrera 99, muy cerca de la nueva puerta internacional de la ciudad, el aeropuerto. Estas eran claramente un símbolo de la memoria hispánica y católica propios de un proyecto político conservador regido por una constitución confesional, que no reconocía el carácter plural de la nación. Por eso, estas estatuas son producto de un discurso apologético de un pasado hispánico mistificado que no consideraba los actos barbáricos al que estas figuras históricas sometieron a judíos, árabes, y obviamente a nuestros pueblos del Abya Yala.

No podemos olvidar que la reina Isabel de Castilla, quien junto a Fernando de Aragón sellaron la configuración fisonómica de la política española de los siglos XVI y XVII, instauró la inquisición, la expulsión de los judíos y la persecución a los musulmanes. Además, esta realeza fue la principal patrocinadora del navegante Cristóbal Colón, quien realizaría una inédita expedición a “las Indias” -como los europeos llamaron inicialmente a América-. Su viaje no tenía por objetivo demostrar que la Tierra era redonda, sino encontrar una nueva ruta a Asia para expandir el poder de la corona ibérica.

Colón buscaba riquezas de las cuales apropiarse y pueblos a los cuales someter en nombre de la corona de Castilla y Aragón. Por eso no extrañan sus palabras sobre los pueblos originarios que encontró en las Antillas: «Son la mejor gente del mundo y sobre todo la más amable, no conocen el mal –nunca matan ni roban-, aman a sus vecinos como a ellos mismos y tienen la manera más dulce de hablar del mundo, siempre riendo. Serían buenos sirvientes, con cincuenta hombres podríamos dominarlos y obligarlos a hacer lo que quisiéramos”.

En el nombre del progreso

Esta es la cara de la historia que desconoce el común de las colombianas y colombianos de a pie, de los personajes que hoy cuida el Ministerio de Cultura como “Bien de Interés Cultural del ámbito Nacional”, avalado por la Resolución 395 de 2006, y que removió con el fin de  “preservar” su  cuidado de las manos descolonizadoras de las comunidades indígenas Misak, que pretendían derribarlas al igual que lo hicieron con las de Sebastián de Belalcázar en las ciudades de Popayán y Cali y Gonzalo Jiménez de Quezada en la capital.

Como vemos estos no son monumentos muy santos, puesto que constituyen en la lectura histórica real, la defensa de un genocidio perpetuado por los reyes católicos de la mano de mercenarios europeos que saquearon, violaron y fueron actores materiales e intelectuales del etnocidio más grande de la historia de la humanidad.

Siguiendo al historiador Howard Zinn, podemos afirmar que el tratamiento de héroes a personajes como Colón, expresado con estatuas a su memoria, implican “la sumisa aceptación de la conquista y el asesinato en el nombre del progreso”, y que estos monumentos se constituyen en “una postura ante la historia que explica el pasado desde el punto de vista de los gobernadores, los conquistadores, los diplomáticos y los líderes”.

Es decir, la defensa de los monumentos a Isabel La Católica y Cristóbal Colón, definen una perenne posición de la clase dominante colombiana, blanca y criolla que se niega a una lectura colectiva de nuestra historia, constituyendo con ello no solo la defensa de los valores de tradición, familia y propiedad.

Y también son una clara defensa de los valores de la ya difunta constitución de 1886, contrarios al reconocimiento del carácter pluriétnico y multicultural de la nación que hizo la constitución de 1991, pero que se hace vigente en la práctica de la hoy llamada “gente de bien”.