Ana Belén Montes dieciséis años silenciada y aislada

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Miriam Montes Mock Claridad

La injusticia yanqui. Un hecho indignante de atropello a los derechos humanos
Una noticia devastadora: cáncer del seno derecho. Una mastectomía. El
trauma físico y emocional. La soledad. Las visitas al hospital,
encadenada, adolorida. El descubrimiento de la solidaridad en sus
compañeras de celda. La incertidumbre. Otra vez el dolor. La añoranza
de su familia. Y recientemente, la noticia que le sacó lágrimas cada
vez que advirtió, a través de la cadena CNN en español que transmite
la prisión Carswell, el destrozo de Puerto Rico tras el paso del
huracán María.

Así entiendo que fue el año 2017 para mi prima. Se llama Ana Belén Montes. Es una prisionera puertorriqueña que extingue una condena de veinticinco años por obedecer su conciencia y solidarizarse con el pueblo cubano ante las políticas de agresión del
gobierno estadounidense.

Este año, Ana Belén cumplió dieciséis años encarcelada. Aún está sujeta a las medidas administrativas especiales, las cuales limitan su acceso al mundo fuera de la prisión. Lleva dieciséis años silenciada y aislada. Sólo se le permite comunicarse con un puñado de familiares y amigos que la hayan conocido antes de su arresto. Nadie puede citar las palabras que Ana ha hablado a partir de su encarcelamiento. Nadie puede hacerse eco de su dolor, ése que experimenta cualquier mujer ante la mutilación de su cuerpo y la incertidumbre de su futuro. Nadie. Sólo imaginarlo.
El cáncer es una enfermedad debilitante para todo ser humano, mucho
más cuando se sufre dentro de una prisión. Me duele pensar que Ana
enfrenta esa condición de salud sin el apoyo de sus seres queridos,
sin la posibilidad de escoger un médico de su confianza, tratamientos
alternos o paliativos, una dieta rica en vegetales y frutas frescas, o
al menos alguien con quien desahogarse. Por el contrario, a Ana le ha
tocado enfrentarse al cáncer en un ambiente de constante vigilia. En
un lugar donde impera el ruido, la violencia, la hostilidad
emocional… y la soledad. En medio de ese caos, Ana convaleció de su
cirugía.
Los carceleros la llevaban de la prisión al hospital, encadenada de
manos y pies, con una cadena gruesa amarrada a la cintura, de la cual
cuelga un grillete pesado donde se unen las cadenas de la cintura con
las de los pies. Y una herida en el pecho.

Durante este año tormentoso, Ana se dedicó s recuperar sus fuerzas.
Su meta a corto plazo: estar viva y libre de cáncer por los próximos
cinco años. A pesar de las condiciones en las cuales vive.
Su meta a largo plazo: regresar a la libre comunidad, si no antes, al
menos el primero de julio de 2023.
Ana es fuerte. Al menos, eso es lo que pienso. Durante casi cuatro
meses estuvo imposibilitada de escribir cartas. Luego comenzó de a
poco: media página, una página, dos… mientras soportaba la punzada que
le provocaba un nervio pinchado en su brazo derecho. Le volvieron los
dolores de espalda. Sus compañeras en la prisión la cuidaron. Fue, tal
vez, un abrazo del cielo.
Reinició sus lecturas. “Conoció” a Pedro Albizu Campos y su sacrificio
a favor de la independencia de Puerto Rico. Se acercó a las gestas
nacionalistas puertorriqueñas. “Viajó por el mundo” con el Papa
Francisco y se dejó impregnar de su espíritu compasivo. Sonrió al
“escuchar” los diálogos entre el Dalai Lama y el Arzobispo Desmond
Tutu. Se ha interesado en estudiar, con su usual minucia, la Carta
Autonómica del 1897, el Tratado de París, y otros documentos que
evidencian la trayectoria política de la Isla. Pero a Ana tampoco se
le permite articular públicamente sus reflexiones sobre el trayecto
político de Puerto Rico; ni sobre las corrientes ideológicas a nivel
mundial; ni sobre filosofías o religiones.
Hoy día, Ana Belén resiste la muerte, ésa que muestra sus rostros de
fealdad dentro de cualquier prisión. Día a día. Con la mente alerta.
Con el corazón sensible ante el mundo que ella percibe desde sus
rejas. Con la esperanza viva.

Imagino a Ana Belén durante estos últimos tres meses, mientras
contemplaba, a través de las transmisiones televisivas, los destrozos
perpetrados por los huracanes Irma y María. Me la imagino con el pesar
que produce advertir una fatalidad y no poder hacer nada para
remediarlo. No, el pueblo puertorriqueño nunca escuchará sus palabras
de aliento y solidaridad luego de la devastación que experimenta el
país.

De seguro, si estuviera en tierra boricua, Ana Belén trabajaría sin
descanso para ayudar al que sufre. Es lo que le nace hacer. Como si
estuviera entre nosotros, la Mesa de trabajo por Ana Belén Montes en
Puerto Rico ha hecho un paréntesis en su labor educativa para ofrecer
su solidaridad a los damnificados del país. Como si ella lo hiciera.
En el nombre de Ana Belén.