López Obrador y el destino de América

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Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de México.

Como en las noches oscuras de amenazantes tempestades, en las que, sin embargo, con el amanecer avizoramos un cielo despejado y en sus primeros albores asoma un tibio y esperanzador rayo de sol, de este talante ha sido la noticia del arrollador triunfo del candidato de la coalición Morena en México, el veterano líder izquierdista Andrés Manuel López Obrador.

El nuevo gobernante azteca, con el 53 por ciento de los votos a su favor, que suman casi 24 millones y medio de votos, ha conseguido no solo la votación más alta de la historia de un candidato presidencial en México, sino la más alta de un postulante de las fuerzas progresistas y de izquierda en el continente.

Con este acumulado, que le garantiza además, una mayoría en el parlamento, conseguir cinco de nueve gobernaciones en disputa, y llevar a la alcaldía de ciudad de México a la primera mujer, Claudia Sheinbaum, en representación de la coalición de izquierda, no sólo modifica la geografía política de su país, sino la del continente, en el que hasta hace apenas una semana parecía incontenible el ascenso de las fuerzas oscurantistas de la peor reacción derechista y neoliberal.

En el plano interno, el solo hecho de sacar adelante su promesa de impulsar una audaz empresa que liquide la corrupción y la impunidad, y de paso meta en cintura los inauditos niveles de violencia política y social, constituye de por sí una revolución social. Que de paso, sepulta a los dos partidos tradicionales, el PRI y el PAN, que han gobernado de manera hegemónica ese país durante casi dos siglos.

El fenómeno político que representa el ascenso de López Obrador a la presidencia de México, muestra, incuestionablemente, que la gente quiere cambios sociales profundos. Horas antes de la jornada electoral, en una encuesta de opinión, el 77 por ciento de los consultados indicó que votarían por el cambio. Eso se reflejó el día de la jornada, en la que se presentaron largas filas de votantes y una alegría, como no se veían en ese país desde los tiempos señeros de la revolución agrarista de comienzos del siglo pasado.

Ese mismo deseo de cambio despunta de nuevo en América Latina. Las fuerzas de izquierda, en las últimas semanas habían puesto sus ojos en los procesos electorales de Colombia y México. En este último, se pudo alcanzar un significativo triunfo. No así en Colombia, que sin embargo presenta a una coalición de fuerzas también con un resultado en las urnas sin precedentes y unas perceptivas ciertas de alcanzar un triunfo en el horizonte cercano.

En Argentina y Brasil, se libran en estos momentos colosales batallas democráticas por defender conquistas sociales adquiridas en el pasado reciente, o por retornar el proceso democrático, como en la patria de Lula. Nicaragua y Venezuela, por su parte, batallan por defender sus procesos de reformas sociales y cambios democráticos, ante una repotenciada ofensiva de la derecha internacional.

Es justamente en este tensionamiento de fuerzas, cuando los sectores progresistas y democráticos pueden tomar nuevas iniciativas de lucha, que adquiere una particular importancia la convocatoria a la asamblea de fuerzas progresistas del continente, agrupadas en el Foro de Sao Paulo, que durante dos días, a partir del 15 de julio próximo, sesionará en La Habana.

Con seguridad, el Foro de Sao Paulo habrá de hacer un llamamiento a la unidad de los movimientos de izquierda y democráticos del continente, para enfrentar la ola neoliberal, para acompañar a López Obrador en el desafío enorme que representa para su joven gobierno la amenaza de Trump de edificar un muro de la infamia, y pretender, de contera, que su costo salga del bolsillo de los mexicanos.

Pero tendrá también, la reunión de La Habana, que discutir el asunto de la solidaridad con la revolución bolivariana, con la revolución sandinista, con los procesos democráticos en marcha en el continente. Es mucho lo que está en juego.