En el año de 1970, la cantante chilena Violeta Parra inmortalizó la canción “Me gustan los estudiantes”, donde exalta la gallardía, el coraje y la combatividad del estudiantado que, para la época, se había convertido en una de las más valiosas resistencias a las dictaduras que se acentuaban en Latinoamérica.
Es que los estudiantes han escrito capítulos muy importantes en los archivos de la historia, a través de la injerencia en los cambios políticos y sociales en el ámbito nacional e internacional, razón por la cual, en medio de esta fecha, conmemoramos el valor inmutable del estudiantado y su significancia en las grandes transformaciones que aún necesita la sociedad.
La participación de los estudiantes se circunscribe en un contexto histórico internacional. No han sido pocos escenarios mundiales y en distintos momentos, donde se han expresado los estudiantes, en propuestas, exigencias, rechazos y movilizaciones. Los colegios y universidades, han sido talleres que forjaron espacios de reflexión y organización, que en varias oportunidades, han cimentado reformas y alternativas en las relaciones de poder, como fuera el mayo de 1968 francés; las manifestaciones mexicanas contra los convencionalismos políticos y económicos de la época; el movimiento estadounidense con el lema de amor y paz; las reivindicaciones estudiantiles de Berlín que repudiaban la guerra en Vietnam, la moral sexual y la herencia nazi; España con estudiantes desesperados por los agravios del régimen franquista; las inundadas calles de Grecia e Inglaterra en el 2010-2011 con estudiantes rehusándose a las reformas gubernamentales y al alza de las matrículas en las universidades; y los estudiantes de Chile y Argentina que han soportado la arremetida militar de las dictaduras y que siempre han sido desde el cono sur el faro para los estudiantes del resto del mundo.
De todas estas experiencias, queremos hacer especial acento en el movimiento estudiantil colombiano y la particularidad de su lucha.
Su historia
La historia del movimiento estudiantil colombiano se encuentra marcada no solo por su increíble arrojo, por su inmenso compromiso con las causas populares, sino además por el constante ejercicio de represión al cual ha sido sometido por los distintos gobiernos que han presidido nuestro país. Con respecto a éste último elemento, una de las miles de historias que con el tiempo ha ido quedando en el olvido, pero que, sin duda, constituye un inmenso baluarte en la vida del movimiento estudiantil, es la referente al día del estudiante revolucionario.
Como buena parte de los hitos históricos del movimiento social, este inicia en las calles colombianas. Luego de más de cuatro décadas de mantenerse en el poder el Partido Conservador, el presidente Miguel Abadía Méndez enfrentaba uno de los peores escenarios de inestabilidad política y confrontación social, avivado por la criminal respuesta que desde su gobierno se dio a las manifestaciones de los trabajadores bananeros en contra de la United Fruit Company.
Ante este escenario de conflictividad, las y los estudiantes organizados en la Federación Nacional de Estudiantes, de orientación liberal, alimentan el torrente de movilización popular que exige la salida de la “rosca” del gobierno. En ese marco se realiza una inmensa movilización por las calles capitalinas el 7 de junio de 1929, acompañada por estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, a quienes el Batallón Guardia Presidencial recibe con ráfagas de fusil que acaban con la vida del estudiante de cuarto semestre de Derecho de la Universidad Nacional, Gonzalo Bravo Pérez, quien en ese instante se dirigía al Café Capitolio.
Una multitudinaria movilización despide el 8 de junio al primer mártir del movimiento estudiantil de nuestro país, asesinado, como en adelante lastimosamente muchos lo fueron, por las balas del Estado colombiano. Es así como el 8 de junio pasa a ser, en la memoria colectiva, la fecha conmemorativa del estudiantado colombiano, en la cual las movilizaciones hacia el Cementerio Central para recordar a Gonzalo Bravo Pérez se convierten en escenario recurrente.
Otra vez la muerte
Pero la violencia no cesa allí, 25 años después del vil asesinato de Gonzalo, fatídicos sucesos hacen temblar a la opinión pública colombiana. El 13 de junio de 1953 toma el poder el general Gustavo Rojas Pinilla, con la esperanza de garantizar un escenario donde el derramamiento de sangre, aupado por las elites liberales y conservadoras e incrementado durante el gobierno de Laureano Gómez, cese y se construya un escenario de reconciliación nacional que lleve, además, a aquellos sectores que optaron por las armas como mecanismo de defensa (sectores del liberalismo y del partido comunista) a su dejación inmediata ante las aparentes garantías que ofrece el general.
Sin embargo, las actuaciones del Gobierno presidido por Gustavo Rojas Pinilla, distan de tener reales intenciones de paz y de perdón hacia quienes acogieron las armas como mecanismo de defensa ante la persecución desatada por la policía chulavita y los “pájaros”. El asesinato de amnistiados, entre ellos Guadalupe Salcedo en 1957, se convierte en la costumbre, y esto tira por la borda aquellas esperanzas de paz anheladas desde el pueblo colombiano.
Pero antes de que estos hechos sucedan, es bien recibida la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, incluso por el movimiento estudiantil. Ahora bien, éste matrimonio, como en párrafos anteriores lo hemos esbozado, llegará a su fin con los fatídicos sucesos del 8 y 9 de junio de 1954.
Como todos los años, los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia realizaban actos conmemorativos en memoria de Gonzalo Bravo Pérez, torneos deportivos, reinados y la ya tradicional marcha hacia el Cementerio Central para recordar al compañero caído. Pero este día sucedieron hechos particularmente extraños que, de alguna manera, anunciaban el saldo que iba a traer consigo la jornada.
A pesar de los roces que se presentaron con la Policía Nacional, al intentar esta impedir la entrada de los estudiantes al Cementerio Central, la marcha trascurrió con relativa normalidad y calma. Sin embargo, cuando los estudiantes se dirigían de regreso al campus de la Universidad Nacional, en extrañas circunstancias es asesinado a manos de un miembro de la Policía Nacional, el estudiante de Uriel Gutiérrez quien, en ese momento, cursaba cuarto año de Medicina y segundo año de Filosofía. Uriel Gutiérrez no participaba de la movilización, y su muerte se dio al interior del campus al recibir un disparo por un efectivo de la Policía Nacional.
Estudiantes de varios centros educativos de la ciudad de Bogotá, universitarios y secundaristas, con argumentado sentido de indignación ante tan deleznable actuación de la fuerza pública, se vuelcan a las calles al día siguiente, para exigir al gobierno militar de Rojas Pinilla explicaciones e investigaciones frente a lo sucedido. Su marcha se dirige por la carrera séptima hacia el Palacio de San Carlos, lugar desde el cual ejercía sus funciones el general Rojas Pinilla.
A la marcha pacífica que estaba integrada por estudiantes de la Nacional, del Externado, la Javeriana, Los Andes, estudiantes secundaristas, entre otros, y que avanzaba al son del himno nacional, gritos de “Uriel Gutiérrez” y vivas en su memoria, se le opuso con fiereza, en la carrera séptima con calle 13, el Batallón Colombia, quienes accionaron sus fusiles en contra de los inermes estudiantes. El saldo es, oficialmente, la muerte de Hernando Ospina López, Rafael Chávez Matallana, Jaime Pacheco Mora, Carlos J. Grisales, Jorge Chía, Hugo León Velásquez, Jaime Moore Ramírez, Álvaro Gutiérrez Góngora, Hernando Morales y Elmo Gómez Lucich estudiante peruano y militante de la Juventud Comunista; sumado al centenar de heridos que provoca la acción de los militares.
Según el historiador Roberto Romero, después del trágico episodio, los ministros de Rojas señalaron que vieron salir disparos de uno de los edificios aledaños al sitio de la manifestación, que dieron justo en el cuerpo del sargento que comandaba la tropa. “los soldados cayeron primero, yo lo ví”, dijo el ministro de Justicia, Gabriel París, quien seguía los hechos desde una ventana de su despacho; “en esas condiciones era elemental que la tropa disparara en legítima defensa”, declaró a El Tiempo en su edición del 10 de junio de 1954.
Meses después una investigación oficial demostró que no hubo tal ataque a los militares. Sin embargo, jamás fueron detenidos los responsables de la masacre.
Los estudiantes y la lucha por la paz
Actualmente, los estudiantes colombianos asisten a un nuevo escenario trascendental para la vida nacional: la posibilidad de la consecución de la paz como consecuencia de los diálogos de La Habana. En este episodio de la vida de nuestro país, los estudiantes han jugado un papel trascendental, en la defensa de dichos acuerdos, ante la amenaza que representan algunos sectores guerreristas del país.
Después de los sucesos del 2 de octubre, cuando la victoria del “No” trajo consigo incertidumbre, la respuesta más contundente y esperanzadora, la dieron los estudiantes quienes inundaron las calles de las principales ciudades del país, exigiendo se respetara el acuerdo de paz, y se mantuviera la agenda de lo acordado. Se abre en este momento, un nuevo episodio de la lucha estudiantil, esta vez por poner fin a la guerra y construir un país en el que la solución de los conflictos pueda tramitarse por mecanismos democráticos. La tarea del movimiento estudiantil, consiste en mantenerse como el sujeto protagónico de la defensa e implementación del proceso de paz, en la vanguardia colectiva y organizada de la Nueva Colombia, en la que los jóvenes profesionales disponen de toda su capacidad para la creación de la nación surgida de la reconciliación nacional y la paz con justicia social.
Desde cualquier perspectiva que se mire, las intenciones de los estudiantes por conquistar sus reivindicaciones y por fraguar cambios políticos capaces de generar transformaciones nacionales, han estado auspiciadas por la decisión de las organizaciones estudiantiles de movilizarse en virtud de la construcción de nuevas alternativas.