Lucio Lara, por siempre

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Homenaje del maestro Calarcá a Lucio Lara

Partió sin abrazos, apretones de manos y besos prohibidos. Nos quedamos sin la emoción y efecto del adiós

Alberto Acevedo

Acostumbrados al censo diario de muertes en Colombia, unas veces de líderes sindicales, otras de defensores de derechos humanos, de ambientalistas o de miembros de etnias del más variado origen, de mujeres a quienes se trunca la vida solo por su condición de género, muertes que se incrementan con los saldos escabrosos de la pandemia, que simplemente se condensan en que cada cuatro minutos muere un paciente infectado, nos resistimos sin embargo a asimilar la desaparición física de un ser querido.

La noticia nos llegó este lunes muy temprano y no pudimos digerirla sin que se nos hiciera un nudo en la garganta. No le dábamos inicialmente toda la credibilidad. Lucio Lara Maldonado, el entrañable compañero de la redacción del periódico, el fotógrafo de siempre, sucumbió ante los quebrantos de salud que ya padecía y se nos fue, sin despedirse de todos.

Partió, en una época en que están prohibidos los abrazos, los apretones de manos y los besos, y nos quedamos con ese abrazo frustrado, fraterno pero amargo, porque no pudimos apretarlo contra el pecho, como lo hacíamos antaño, como lo merecía y que, al recibirlo, seguramente lo compensaría con una sonrisa, o con un chiste, como solía hacerlo cuando compartíamos las tareas de la reportería militante.

En el paro cívico de 1977

Es inevitable evocar remembranzas del trabajo colectivo, de la reportería gráfica, que se remontan décadas atrás en el periódico, desde que se llamaba Voz Proletaria. Entre los recuerdos destacados está su participación en el paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977. Los trabajadores se habían unido contra la política económica del presidente López Michelsen y se había desatado una tremenda represión policial contra los organizadores de la protesta, a fin de frustrarla.

Las cuatro centrales obreras existentes se integraron en el Comando Central de Paro, que en las horas previas al 14 de septiembre actuaban de manera clandestina. Sin embargo, gracias a la mediación de Pastor Pérez y Gustavo Osorio, líderes indiscutibles de la CSTC, a Lucio Lara le confiaron el secreto del paradero de los máximos jefes de la protesta. Estaban en la azotea de un céntrico edificio de la capital.

Lucio tomó las fotos que necesitó para su reporte. Y en medio de la jornada, con fuertes refriegas contra la fuerza pública, y con elevado saldo de muertos, heridos y detenidos, el fotógrafo de VOZ se movió como pez en el agua, plasmó en los negativos de su cámara las calles vacías, el país paralizado y la protesta de los trabajadores que adquirieron ribetes de heroísmo.

Buen humor

El país vivía un momento de ascenso de la lucha social. Los campesinos demandaban y ejecutaban acciones para poner la tierra al servicio de su trabajo. En las ciudades la lucha por la vivienda era liderada por Provivienda, una organización de raigambre popular. A cada una de esas batallas sociales invitaban a Lucio, que resultaba siendo testigo de excepción. No había refriega en la Universidad Nacional, en la Pedagógica, o en la Distrital, que no concitara la atención de Lucio y el foco de su lente.

Y al lado de esas expresiones de abnegación por su trabajo, no faltaban las anécdotas jocosas. Lucio mismo era una persona de buen humor, que se acompañaba casi siempre de una sonrisa. En la época que los comunistas acompañaron la candidatura presidencial de Julio César Pernía, en algún mitin electoral en Santander, en la tarima anunciaron la presencia del candidato. Pernía, que tenía una leve discapacidad en una pierna, salió a pronunciar su discurso. Lucio, que tenía un problema similar, iba detrás. Dice un reportero, que algún despistado asistente al mitin preguntó: “¿Y entre estos dos, ¿cuál escojo?”.

Una anécdota menos conocida es que Lucio Lara, con el periodista Carlos Arango y el entonces redactor laboral del periódico, promovieron un pliego de peticiones en VOZ. ¡Un sindicato en las entrañas de la joya más preciada de los comunistas! Fue un sindicato de efímera vida, pues quienes lo integraban eran los miembros de la Redacción, que no llegaban a cinco.

Lado amable

Como el director del periódico, Manuel Cepeda era miembro del comité ejecutivo del Partido, tenía una relación laboral con esa dirección política, quien le paga el salario. Por extensión, los miembros de la redacción tenían el estatus de funcionarios del partido. El pliego pedía que se les diera el tratamiento de trabajadores del periódico y poder adquirir algunas prestaciones sociales, entre ellas afiliación al seguro social, que no se tenían.

Como eso se consiguió, el sindicato perdió su razón de ser. Un punto extralegal, que seguramente nadie recuerda, es que si algún miembro de la redacción moría, le hicieran una nota en el periódico, con llamado en primera página. No lo decían muy en serio, pues nadie pensaba en morirse. Sin embargo, el momento llega, inexorable. ¡Ahí estamos cumpliendo, camarada Lucio!

Una larga lista de dirigentes populares pasó por la lente de Lucio: Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, José Antequera, Miller Chacón, Yira Castro, Jesús Antonio Poveda, Mario Upegui, Aída Abella, entre otros.

Entrañable amigo

Las cosas en la vida de Lucio, no siempre tuvieron ese lado amable. Como todo trabajador social, en distintos momentos fue víctima de la represión policial. Lo golpearon, le quitaron su material fotográfico, lo amenazaron. El episodio más notorio fue en la época del gobierno de Turbay Ayala, cuando Lucio fue conducido a las caballerizas de la Escuela Militar de Usaquén y sometido a torturas. Sus verdugos pretendían que confesara su militancia en el M-19, pocos días después del robo de las armas del Cantón Norte, por parte de esa guerrilla.

En una entrevista al periodista Nelson Lombana Silva, en octubre de 2013, Lucio hablada de su origen humilde, en un hogar campesino de Fredonia, en Antioquia. Dice que desde niño lo sorprendieron los avatares de la violencia política y escasamente pudo cursar tercer año de primaria.

Pero los hombres humildes, como el herrero, logran forjar el acero. Con el ejemplo de Lucio, como revolucionario, podemos evocar las palabras de Eduardo Galeano: “Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno que no se entera ni del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”. Hasta siempre, Lucio Lara, entrañable amigo y camarada.