Alejandro Cifuentes
Para nadie es un secreto en Colombia que el coronavirus le dio un respiro a una élite que no sabía como afrontar una imponente ola de movilización social, y que estaba a punto de enfrentar el que tal vez sea el peor escándalo político de la historia reciente.
Desde marzo hemos sido testigos de cómo el virus irrumpió en los encabezados y titulares de los medios masivos, volviéndose la cortina de humo perfecta del periodismo cómplice del poder. Narcotraficantes, espionaje ilegal, fraude electoral, asesinatos de líderes sociales y excombatientes, y hasta la incompetencia gubernamental para responder a la pandemia son opacados con informes diarios sobre la naturaleza del virus.
En medio de esta situación, parece un lugar común querer redirigir la mirada hacia problemas diferentes al virus, pero es necesario hacer un esfuerzo en este sentido, y más si es sobre un tema que en condiciones normales parecía preocuparle más bien a poca gente: la verdad histórica. En una situación política como la que estamos viviendo, donde se lucha por superar la guerra y plantear un modelo alternativo al neoliberal, la historia es un escenario de disputa central. Y esto lo han entendido bien los responsables históricos del conflicto armado, tal vez mejor que muchas organizaciones alternativas. Por eso, el gobierno actual designó a Darío Acevedo como director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), para que desde esta institución oficializara su particular lectura reaccionaria del pasado reciente del país, en la cual las fuerzas armadas son básicamente héroes, los victimarios victimas y los paramilitares pulcros contrainsurgentes.
En medio la pandemia, las polémicas acciones de Acevedo y las disputas entre la JEP y el CNMH, parecen pasar desapercibidas, excepto para organizaciones de víctimas del conflicto armado y para los círculos académicos especializados, donde abundan las buenas intenciones, pero predomina el elitismo y el individualismo.
Pero no es sobre estos debates académicos o jurídicos que quiero llamar la atención. Aunque no debemos permitir que desde el CNMH Acevedo tergiverse a placer la historia, creo que el momento que estamos viviendo es ideal para plantearnos que la construcción de la memoria y la escritura de la historia son tareas que deben acometerse desde abajo. De entrada, hay que señalar la incapacidad de las instituciones estatales para reconstruir la historia de las personas y organizaciones que protagonizaron las luchas sociales del siglo XX. En el mejor de los casos, el Estado, que se ha encargado de buena parte de la represión de los sectores populares, ha abordado la historia de los subalternos explicando los actos de victimización que han padecido. Esta versión victimizante despoja a la gente del poder transformador que subyace en su historia. Mientras que en la academia impera el afán egocéntrico de construir prósperas carreras individuales, y así se erige un conocimiento al margen de la sociedad y se impide la construcción colectiva de una historia con potencial revolucionario.
En últimas, creo que las disputas que hoy se están dando en materia de historia y memoria en Colombia nos exigen que desde las organizaciones populares tomemos el control de nuestro pasado para liberar el potencial transformador que hay en él de cara al presente. No se trata de escindirse de los debates institucionales, se trata de poner el debate fuera de los anquilosados términos que la academia y el Estado nos quieren imponer.
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