Medios y Marta Lucía Ramírez: Con la misma cobija

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Marta Lucía Ramírez, vicepresidenta de la República.

El ocultamiento que la vicepresidenta hizo de la condena contra su hermano por narcotráfico en 1997 ha permitido que los medios revelen su rostro más lambón, cómplice y comprometido con el poder

Roberto Amorebieta
@amorebieta7

Las revelaciones por cuenta -de nuevo- de las investigaciones de los valientes periodistas Gonzalo Guillén y Julián Martínez, de que la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez ocultó a la opinión pública que en 1997 pagó una fianza de 150 mil dólares en Estados Unidos para liberar a su hermano por cargos de narcotráfico, darían para suponer que a este régimen no le cabe un escándalo más.

¡Pero alto ahí! Los medios y los mismos políticos que se han preciado siempre de su transparencia y honradez han salido en jauría a defender a la vicepresidenta tratando de desviar la atención sobre las acusaciones y de imponer la matriz de opinión de que Ramírez es víctima de una persecución política. Claramente, si a este Gobierno, al régimen político y al uribismo le caben muchos escándalos más es en buena medida porque los medios se comportan como propagandistas y han renunciado a su deber periodístico.

De qué me hablas

El primer paso en la estrategia de desinformación ha sido insistir en que las acusaciones no tienen fundamento porque en Colombia no existe lo que muchos llaman equivocadamente “delitos de sangre”. Un delito de sangre es un delito con muertos o heridos y de lo que aquí se habla es de corresponsabilidad penal por vínculos de parentesco, es decir, que nadie es responsable por los delitos que cometa un pariente.

Eso es cierto, pero lo que olvidan los propagandistas es que la acusación no es porque haya tenido un hermano narcotraficante sino por haberlo ocultado al público durante 23 años. Es lo que en Estados Unidos llaman “un esqueleto en el armario”. Allí, la opinión pública es muy sensible a estos temas y cuando se revela que un político ha ocultado una información delicada, normalmente debe renunciar. Por eso gente como Barack Obama confesó su consumo de marihuana durante la universidad o el exvicepresidente Dick Cheney reveló que tenía una hija lesbiana.

Nada de esto es reprobable por sí mismo -como tener un hermano narco-, pero en Estados Unidos se considera que los votantes deben estar enterados de este tipo de situaciones personales de los personajes públicos y se reprocha con mucha dureza su ocultamiento. Allí, como en muchos otros países, se entiende que los políticos renuncian a su vida privada porque sus votantes esperan que haya coherencia entre su discurso y su vida personal.

Y es en ese aspecto, el de la coherencia, donde la vicepresidenta -y el régimen que ha salido a respaldarla- ha revelado mejor su carácter hipócrita y acomodaticio. Porque lo que más se reprocha no es solo el ocultamiento de semejante información sino la actitud que Ramírez ha exhibido durante estos 23 años. Una actitud, como ha sido público, de condena permanente a las actividades vinculadas al narcotráfico, especialmente en aquellos eslabones más sensibles de la cadena: los campesinos.

Es particularmente irritante que tras haber emprendido una cruzada contra los campesinos dueños de cultivos de uso ilícito señalándolos de cómplices del narcotráfico y de las bandas criminales, adelantando programas de fumigación aérea con glifosato y acordando con los paramilitares la toma de la Comuna 13 de Medellín, ahora tenga la desfachatez de presentarse ante la opinión pública como una víctima, describa a su hermano como un “joven que cometió un error” y le intente vender al país que lo suyo fue una “tragedia familiar”.

Medios complacientes

El canal Caracol inauguró la seguidilla de lambonerías y distorsiones informativas con el titular “La vicepresidenta reveló…”, dando a Ramírez el crédito por haber sido sincera con el público. Por fortuna, las redes sociales no tardaron en reaccionar e identificar la falsedad, recordando al canal que quienes habían revelado la información eran los periodistas Guillén y Martínez a través del portal La Nueva Prensa, y no la vicepresidenta.

No vale la pena profundizar en la cobertura de Semana -el nuevo “Fox News colombiano”- que hizo parecer al medio no como una revista con casi 40 años de trayectoria sino como la oficina de prensa de la Vicepresidencia. Fue vergonzosa la presentación del escándalo como un problema del hermano de Ramírez y no de ella, las expresiones usadas como “ha dado la cara”, “las explicaciones pertinentes” o “el drama de su entorno familiar” y la complaciente posibilidad de extenderse -como ella bien sabe hacerlo- explicando cómo este “doloroso episodio” le ha dado la autoridad moral para hablar de narcotráfico pues ella sí sabe “cuánto sufren las familias por este fenómeno”.

La entrevista concedida a María Isabel Rueda en El Tiempo es tal vez una de las piezas más representativas del papel que juegan los medios en Colombia como cómplices de las fechorías de la clase dominante. El titular es de antología y permite vislumbrar lo que será el resto de la entrevista: “¿Qué tan doloroso ha sido llevar todos estos años oculto este secreto?”, es decir, no hay un solo cuestionamiento a la actitud de la vicepresidenta y cuando se sugiere que tal vez sí pudo cometer una ligereza, la entrevistadora le permite escabullirse con respuestas vagas y llenas de lugares comunes.

Si bien Rueda intenta por momentos cuestionar a la vicepresidenta, le da siempre la posibilidad -sin contrapreguntarle, por supuesto- de dar a conocer su interpretación de los hechos, lo cual es muy revelador. Ante la pregunta de por qué no hizo pública la información a tiempo, contesta “porque las tragedias, que significan dolor o vergüenza familiar, uno no las está divulgando por todas partes”.

A la pregunta de cómo fue vivir con ese secreto, responde “desde que decidí mantener esto en silencio, toda la vida tuve la angustia de que en algún momento se iba a conocer”. A la pregunta de qué opina de que el general Óscar Naranjo hubiese reconocido tener un hermano narcotraficante y ella no, contesta que el caso es distinto porque Naranjo era funcionario público en el momento de la condena, en cambio lo de su hermano fue años antes de que ella trabajase con el Estado. A la pregunta de si le contó al presidente Iván Duque, solo atina a responder “Por favor, María Isabel, no me haga la pregunta así”.

El país le salió a deber

Y así, toda la entrevista, todas las noticias, todos los análisis y todas las opiniones de los grandes medios de comunicación han sido en función de lavarle la cara a Ramírez y evitar que asuma su responsabilidad política ante el país. Por eso, de su parte no ha habido un solo reconocimiento de error, un solo ofrecimiento de disculpas ni una sola actitud autocrítica.

Al contrario, se presenta como víctima, quiebra su voz al borde del llanto para generar compasión -igual que cuando se revelaron los vínculos de su marido con el narcotraficante “Memo Fantasma”- e insiste una y otra vez en su trayectoria “al servicio de Colombia”.

Ramírez tiene un prontuario nefasto. Fue la organizadora de la Operación Orión, se reunía en secreto con Salvatore Mancuso en el Club El Nogal, su marido hizo negocios inmobiliarios con narcotraficantes, su hermano reclutó a personas vulnerables, las convenció de meterse varias cápsulas llenas de heroína por el esófago, las mandó a Estados Unidos como mulas y ella lo ocultó. Pero no, nos quieren vender que todo es un complot de la izquierda en su contra, ella es una pobre víctima que llora y lo único importante de todo esto es su desinteresado servicio a la patria.

Le salimos a deber.

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