Es hora de exigir no solo paliativos para frenar la debacle. Es necesario modificar la metodológica y la conceptualización de la medición de la pobreza y tener en cuenta el acceso a la propiedad de los medios de producción
Carlos Fernández
Desde cuando la pobreza se volvió motivo de preocupación de gobiernos, centros de pensamiento, académicos e tutti quanti, se ha ido creando un imaginario que les permite a todos valorar las políticas públicas de acuerdo con el aumento o disminución de las personas consideradas pobres, según la metodología adoptada por los institutos de estadística, los organismos de planeación y las entidades multilaterales, que son los que, en últimas, normalizan las metodologías.
Oficialmente, en Colombia existen dos metodologías para calcular la pobreza (ver documento CONPES Social 150 de 2012): la pobreza por bajos ingresos monetarios y la pobreza multidimensional. La primera hace referencia al nivel de ingresos de las personas y los pobres vienen a ser los que no alcanzan un ingreso suficiente para adquirir la canasta básica indispensable para sobrevivir. Dentro de esta categoría de pobres, la estadística muestra una sub-categoría denominada de pobres extremos, que son aquellas personas cuyo ingreso monetario no alcanza para adquirir la canasta básica alimentaria. El origen de los ingresos no importa y, por tanto, el establecimiento de valores convencionales de la canasta básica asume elementos de arbitrariedad que impiden ahondar en el conocimiento de la estructura socio-económica.
La medición de la pobreza multidimensional trata de superar las deficiencias de la pobreza según ingresos monetarios pues incluye un conjunto de cinco dimensiones relacionadas con educación, salud, protección a la niñez y la juventud, trabajo y acceso a servicios públicos y quince variables agrupadas en cada una de tales dimensiones. Esta medición es más comprehensiva de los factores que permiten clasificar a las personas como pobres o no pero tampoco apunta a conocer la posición de las personas en la estructura productiva como propietarios o no de los medios de producción y, por tanto, elude el análisis sobre la incidencia de dicha posición en las condiciones de pobreza.
Las metodologías señaladas presentan, adicionalmente, una categoría nebulosa de la población, representada en las personas que salen de la condición de pobres por efecto de la expansión de la economía o por los efectos de las políticas públicas y los programas asistenciales del Gobierno nacional y los territoriales. Estas personas pasan a formar parte, mágicamente, de una fementida clase media pero siguen siendo consideradas personas vulnerables por la cercanía de sus condiciones materiales o de ingresos a la línea de pobreza previamente establecida. De otro lado, es tal la preocupación por la pobreza, que las instituciones oficiales encargadas de medirla se despreocupan de cuantificar el volumen y los niveles de ingreso de esa misma clase media, pertenecer a la cual adquiere el carácter de objetivo a alcanzar por parte de los denominados pobres. Peor aún, las estadísticas no se ocupan del ingreso o de las características de las condiciones de vida de los más ricos porque eso sería penetrar secretos no sólo cuantitativos sino, sobre todo, cualitativos acerca de el origen de muchas grandes fortunas.
La pobreza antes de la pandemia
Por sugerencia del comité asesor del cálculo de la pobreza multidimensional y buscando aprovechar los datos del Censo de Población de 2018, el Gobierno nacional decidió publicar los resultados preliminares para 2019 de la población colombiana que es considerada pobre desde la perspectiva de las 15 variables que integran el informe sobre esta categoría de pobreza. En septiembre, se darán a conocer los datos definitivos, que podrán diferir de los que trae este informe preliminar, si bien no es dable esperar grandes sorpresas al respecto. El dato revelado muestra que, entre 2018 y 2019, los pobres multidimensionales disminuyeron en 615 mil personas, lo que significa que, al finalizar el mencionado año, el 17,5% de la población (o sea, 8 millones 560 mil personas) era pobre según el indicador de pobreza multidimensional (IPM), en tanto que, en 2018, el IPM se situó en el 19,1%.
Éste es el dato con el que habrá que comparar la información que surja durante y después (¿habrá un auténtico después?) de la pandemia. La información suministrada por el DANE viene a confirmar verdades que no por conocidas dejan de ser alarmantes. Por ejemplo, mirada la pobreza multidimensional con todos los peros que hemos señalado, se reafirma el hecho de que, así medida, la región con el mayor índice de pobreza fue la Caribe (28,1%), seguida de cerca por la Pacífica (sin el Valle del Cauca), con 26,3%. Compiten por el tercer lugar Antioquia (15,7%), la Oriental y la Central, cada una con un índice de 15,2%.
Entre las variables que más inciden para calificar a una persona o a un hogar de pobre según la metodología de la pobreza multidimensional, se destaca la informalidad laboral, que afecta al 72,9% de las personas declaradas pobres (contra el 72,7% en 2018). Le sigue el bajo logro educativo, que afecta al 44% de los pobres mayores de 15 años incluidos en esta estadística, a lo que se suma el rezago escolar, que toca al 25,8% de los niños entre 7 y 17 años declarados pobres.
Ya los organismos internacionales (ONU, OCDE, CEPAL) y algunos nacionales (en particular los «tanques de pensamiento» de la burguesía como Fedesarrollo) han publicado cálculos sobre los efectos de la enfermedad en variables claves como el empleo, el sistema fiscal, la informalidad laboral y, en general, la pobreza. Todos afirman, y es verdad de Perogrullo, que el virus implica que se va a retroceder de manera alarmante en los indicadores relacionados con la pobreza. Pero el hasta hace poco relator de la ONU para pobreza y derechos humanos, Philip Alston, en su informe de salida, señala que el problema de la pobreza viene de atrás, toda vez que, según sus palabras, «desde antes del covid-19, hemos despilfarrado una década en la lucha contra la pobreza por el inapropiado triunfalismo con que se bloquearon las múltiples reformas que hubieran podido prevenir los peores impactos de la pandemia». El ex-funcionario de Naciones Unidas se va lanza en ristre contra la metodología y la conceptualización del Banco Mundial en materia de medición de la pobreza.
De los pobres será el reino de los cielos
El triunfalismo que menciona Alston se refiere a las frecuentes revelaciones estadísticas que dan cuenta de una rebaja sustancial de los indicadores de pobreza, en particular los que se han implementado siguiendo los lineamientos del Banco Mundial. De ese triunfalismo, no se han librado los gobiernos nacionales que, con cada entrega de los informes del DANE, dan un parte de triunfo en la lucha contra la pobreza. Pero el virus vino a develar la falacia en la que vivían y, peor aún, a agravar una situación cuyos verdaderos entresijos estaban velados por el subjetivismo de los conceptos utilizados para la medición y por el propio triunfalismo rampante.
Es hora, pues, de exigir no sólo medidas paliativas para la debacle que se nos vino encima sino, también, la modificación metodológica y conceptual de esta medición, que implique tener en cuenta factores relacionados con el acceso a la propiedad de los medios de producción, que hagan claridad sobre la necesidad de la reforma agraria para que el campesino acceda a la tierra; del imperativo de democratizar la propiedad de las empresas en beneficio de los que crean en ellas la riqueza y de la apropiación por toda la sociedad del sistema financiero, para orientarlo a la solución de los problemas de la economía agraria, industrial y comercial y no para su acumulación parasitaria y depredadora de riqueza.
Los pobres tienen, aquí en la tierra, un cielo por conquistar, que les ha sido arrebatado con el consuelo del otro cielo en el más allá.
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