La agrupación de rock bogotana Skampida lanza su nuevo video clip inspirado en el año 2020. Un viaje desde lo más profundo de la Sierra Nevada de Santa Marta, hasta las calles de Nueva York y Madrid, compuesto por una serie de imágenes de dolor y esperanza
Jairo Antonio Rojas
@Antoniodelcomun
En las postrimerías del convulsionado año 2020, la agrupación bogotana de rock Skampida publicó una sentida re-interpretación de la composición del recientemente fallecido músico vasco Iñigo Muguruza (1965 – 2019) Bizitza triste eta ederra, y que fue inspirada en la realidad colombiana y la coyuntura mundial.
La letra de la canción no es literal, en su versión original escrita por Iñigo Muguruza en Euskera (vasco) es una especie de colección de situaciones, momentos concretos en lugares diversos del mundo con diferentes personajes:
“Ometepe uhartean
Kamioi batean hamaika
Ilunabarra gorri beroa”
“Un cálido y rojo atardecer
en un camión abarrotado de gente
en la isla de Ometepe”.
La versión en español de Skampida conserva esta dinámica:
“Mi pueblo sembrado en soledad
defendiendo su libertad
Murió sabiendo a quién amar…”
Un símbolo arhuaco
La canción fue presentada el pasado viernes 13 de diciembre, acompañada de un video clip, compuesto por una serie de imágenes que oscilan entre el dolor y la esperanza, un viaje desde lo más profundo de la Sierra Nevada de Santa Marta, hasta las calles de Nueva York y Madrid.
Yinga, la protagonista del video es una niña arhuaca de más o menos 12 años, que camina por su territorio mientras va tejiendo una mochila; su recorrido se va intercalando con imágenes de diferentes paisajes, ríos que corren, amaneceres tras las montañas, pescadores recogiendo su red, la espuma del mar en la arena, las aves que vuelan libres o la bandera de Colombia que ondea con una franja blanca al final.
Yinga es símbolo de la nueva generación de uno de los pueblos originarios de la Sierra Nevada, el pueblo arhuaco. En la pieza videográfica un diálogo con sus ancestros, con su abuela y con su tío. Y continúa su camino. Yinga representa al mismo tiempo lo hermoso, pero también lo triste si no cambia algo pronto.

La vida triste
Bizitza triste eta ederra, la versión original viene ya con ese verso melancólico que conserva la reinterpretación de Skampida y el concepto del video. El blanco y negro que lo unifica todo, le da también un tono solemne, si uno no entiende el idioma, lo que quiera que diga la letra es algo triste y muy importante, incluso, algo muy grave. El 2020 fue un año triste.
La pesadilla del covid-19 arrancó en enero del presente año en Wuhan, China, y a Colombia llegó en avión, a pesar de que ya había sido declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud, OMS, desde el 11 de marzo, con un llamado a los gobiernos a tomar la medidas necesarias y oportunas, sin embargo, la llegada y salida de vuelos internacionales en el país solamente fue suspendida desde el 23 de marzo en adelante.
Así las cosas, se declaró confinamiento obligatorio. Quienes tenían cómo, pedían a domicilio lo que necesitaban, los que no, rápidamente tuvieron que salir a las calles a rebuscarse el sustento, mientras desafiaban la orden del Gobierno y el miedo al virus: “Puede que nos muramos de covid, pero no nos vamos a dejar morir de hambre”, dijeron muchos. La bancada de gobierno en el Congreso de la República tumbó la propuesta de renta básica para los sectores sociales más necesitados y, por el contrario, el presidente intentó hacerle un millonario préstamo para salvar a la multinacional Avianca, que por fortuna el Tribunal Administrativo de Cundinamarca ordenó suspender el 11 de septiembre.
En Colombia, como ya es costumbre, además de la pandemia, el 2020 fue un año especialmente violento. Según datos de Indepaz, con fecha del 14 de diciembre se han perpetrado 84 masacres, en las cuales han sido asesinadas 353 personas; este dato no incluye ni a los excombatientes de las Farc, ni a los líderes y lideresas sociales y ambientales asesinados individualmente.
Si bien el gobierno señala como responsables de este drama humanitario al narcotráfico, a las guerrillas y a los GAO, Grupos Armados Organizados, el nuevo eufemismo para enunciar al paramilitarismo, dos masacres demostraron el talante autoritario del Establecimiento. El 9 de septiembre, en el marco de fuertes protestas precisamente desatadas por el asesinato de Javier Ordóñez en un procedimiento policial que debió ser rutinario, pacífico y apegado a la ley, ocurrieron en Bogotá diez asesinatos, mientras que en Soacha fueron abatidas cuatro personas por parte de la Policía Nacional.
Hay abundantes pruebas audiovisuales publicadas en la red donde es evidente la participación de varios agentes de policía que dispararon de manera indiscriminada contra la población civil inerme. Si bien el Gobierno no asume la responsabilidad política y limita sus explicaciones a la responsabilidad individual y al debido proceso, hasta la fecha no ha habido ninguna conclusión en esa investigación.
Todo esto sin hablar de los escándalos por grabaciones que ponen en evidencia la financiación por parte de empresarios del narcotráfico como el Ñeñe Hernández a la campaña del presidente, o el entrampamiento al proceso de paz orquestado por el exfiscal Néstor Humberto Martínez al tratar de involucrar a ‘Iván Márquez’ y a ‘Jesús Santrich’ en un negocio de tráfico de 10 toneladas de cocaína, que nunca ocurrió, pero que sí terminó por empujarlos al retorno de las armas.
La vida hermosa
Sin duda es también una canción hermosa, que también invita a la esperanza, a apostarle a las acciones de transformadoras. No obstante, la mezquindad del poder ilusiona el despertar de la movilización popular en defensa de la vida. Ante la ola de violencia, la respuesta de los pueblos no ha sido el miedo. Un ejemplo claro de ello fue La Minga Social y Comunitaria, que en octubre pasado se movilizó pacífica, pero contundente desde el sur occidente del país hasta Bogotá.
Así mismo fue la peregrinación por la paz que impulsaron los y las excombatientes de las Farc, pocos días después y que reunió a miles de personas desde todas las regiones del país, a exigirle a Duque que les garantice la vida para lograr un proceso exitoso de reincorporación a la vida civil, ya que esta amenaza constante genera una zozobra que puede traer incluso consecuencias psicológicas irreparables.
Finalmente, lo que se conoció como el #21N que fueron jornadas de protestas a nivel nacional en la tercera semana de noviembre, donde participaron diversos sectores sociales del campo y la ciudad: Sindicatos, estudiantes, trabajadores, desempleados, indignados no solo con la corrupción, sino también con el genocidio que se adelanta en el país contra los sectores populares y desposeídos.
La semilla está sembrada, las nuevas generaciones están abriendo los ojos y participando activamente cada vez más, en los procesos sociales en los barrios y veredas. Hay gente que se está organizando para proteger la vida. El escenario es duro, pero existe una fuerza vital que no desaparecerá tan fácil. Vida triste y hermosa es desde el título, una contradicción constante, como lo es Colombia, bella y horrible a la vez.
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