Memoria personal de VOZ

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Brigadas de venta en los años ochenta cuando aún se llamaba VOZ Proletaria. Foto archivo.

Lisandro Duque Naranjo
@LisandroDuqueN

Mis vínculos afectivos con el semanario Voz son antiguos, incluso desde cuando no se llamaba así sino Voz Proletaria, cambio que seguramente se produjo cuando el concepto de proletariado se amplió y no apenas se reconoció como miembro de esta clase a ese hombre -todavía no se decía “y mujer”-, musculoso y con un casco en la cabeza, a la manera de los afiches o la estatuaria soviéticos. En mi pueblo, Sevilla, Valle, por allá a comienzos de los años sesentas, el periódico del partido nos lo proveía a los muchachos de izquierda el camarada Pablo Salazar, un carpintero, quien además nos encimaba un ejemplar de “Granma”. Siempre s refería a esos periódicos como “el material”. “Pase por la carpintería que allá le tengo su material”, nos decía, con un tono conspirativo.

Después, ya en la universidad y como militante de la Juco, formé parte de quienes lo vendían, en brigadas dominicales, en barrios populares como San Fernando y Lucero Sur. Lo importante no era venderlo -aunque a la célula si se lo pagábamos-, sino establecer comunicación con quienes llegaran a interesarse por él, a los que intentábamos reclutar echándole un cuento larguísimo sobre la liberación y contra la explotación del hombre por el hombre. Obvio que también le encimábamos un análisis concreto de la situación concreta.

Supongo que todavía se conserva esa forma de promover el órgano escrito de los comunistas, aunque por supuesto también veo que se expende  en quioscos a transeúntes progresistas o de izquierda, a esas ruedas sueltas que se sienten incompletas si no le agregan a su visión del país, o del mundo, lo que piensan los camaradas.

En todo caso, para mí, y aunque es probable que en esas charlas fortuitas de domingos ya antiguos haya ganado nuevos militantes para la causa, fue, y sigue siendo, sustantivo ese trato directo con los interesados que después de haberles conversado un rato sobre todos los cambios que tenemos pendientes, terminaron yéndose con su ejemplar a leerlo en su casa. No tengo la menor duda de que a quien más convencí de las tareas a que estamos obligados, fue a mí mismo.

De modo que tengo motivos para sentirme también coautor del periódico que ahora llega a sus tres mil ediciones. Forma parte de mi memoria y de mi conciencia.