Miedo: ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

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Una sociedad con miedo es una sociedad desmovilizada. La política del miedo se utiliza desde el poder como una medida de distracción frente a los problemas estructurales

Alberto Acevedo

El pasado mes de octubre, tradicionalmente asociado a la fiesta de las brujas, que impone a Colombia celebraciones excéntricas y ajenas a nuestras tradiciones culturales, como el llamado Halloween, estuvo particularmente tachonado de toda suerte de películas de terror, que proliferaron en los canales de televisión pagos, en la televisión pública y en las carteleras de cine.

En algunas salas todavía se proyecta la cinta It, basada en una célebre novela de Stephen King, que logra, con relativo éxito, exacerbar el terror interior y el miedo que llevamos las personas, consustancial al ser humano. La parrilla de cines nos ha ofrecido ‘clásicos’ como El exorcista, El resplandor, Poltergeist, Annabelle, Armagedón, El conjuro, y un largo etcétera.

Pese a los sentimientos de pánico, desasosiego, repulsión, que muchas de estas películas, novelas e historias puedan producir entre las personas, los temas han sido acogidos con entusiasmo. Para los especialistas, el miedo consiste en una alteración del ánimo, que produce angustia ante un peligro, real o imaginario, pero que, al mismo tiempo, funciona como método de supervivencia, por las alarmas que dispara entre los seres animados.

Creación humana

Es por consiguiente intrínseco al ser humano. Nos mantiene en estado de alerta para no caer en la apatía extrema. El miedo es tan antiguo como como la historia misma de la humanidad. En los albores de la civilización, los hombres les tuvieron miedo a los dioses (creados por los hombres para aterrorizar a los hombres, como dice Jorge Zalamea en El sueño de las escalinatas); a la ira de la naturaleza, a las pestes, a los cataclismos.

En épocas más recientes, el miedo fue provocado por las guerras, las pestes, las enfermedades, el desempleo, las hambrunas. Vivimos en el reino del miedo. Hoy el temor se expresa en la posibilidad de que podamos perder el empleo, que no alcancemos a pagar todas las cuotas del crédito hipotecario, o la tarjeta de crédito, o las mesadas para la universidad de los hijos, a perder los ahorros con tanto esmero atesorados, o a que no nos alcance la vida para los aportes a la pensión de jubilación.

Como emoción  humana, es omnipresente y está muy arraigado entre la gente. En estas condiciones, el miedo puede provenir de una experiencia personal. Pero también puede ser inducido psicológicamente por los medios de comunicación, por las élites sociales dominantes. Y ahí es cuando las cosas se complican. Porque en este caso, el miedo es provocado por el sector social dominante para ejercer poder y control sobre el resto de la sociedad.

Conduce a la inacción

Esto es lo que sucede ahora en las sociedades de consumo neoliberales. A los miedos naturales de las personas se agregan los miedos creados por las estructuras económicas de dominación. Y estos miedos creados, tienen graves consecuencias a nivel individual y colectivo.

El miedo paraliza. Una sociedad con miedo es una sociedad desmovilizada. La política del miedo se utiliza desde el poder como una medida de distracción frente a los problemas estructurales. Los grandes noticieros de televisión abren sus emisiones diarias con imágenes macabras de asesinatos, violaciones de mujeres, muertes por robarle un celular a un joven.

El grito, famoso lienzo de Edvard Munch.

Entonces, frente al maltrato femenino, la violación de niños, el acuchillamiento de homosexuales, la gente sale a la calle a demandar el fin de la violencia. Lo que no está mal. Pero aplazan indefinidamente la movilización contra la injusticia, la exclusión social, contra la impunidad y la corrupción, por la exigencia de reforma agraria y en general de reformas sociales avanzadas.

Estrategias

Hace un par de semanas, en la reunión habitual del consejo de redacción de este semanario, se dio un interesante intercambio de opiniones alrededor de las amenazas que horas antes esgrimieron fuerzas de ultraderecha contra la dirección nacional de la Unión Patriótica. Y en general la racha de crímenes contra activistas sociales y defensores de derechos humanos.

El director del periódico se lamentó de las reacciones paralizantes de algunos líderes frente a las nuevas amenazas; pero indicó con acierto, ese no puede ser el camino de los sectores populares frente a los embates de la reacción. El camino es el de la lucha, de la acción, de la movilización. La minga indígena, los pilotos de Avianca, los trabajadores del petróleo, los mineros de Antioquia, nos indican el camino de la acción.

Ciertamente, hay estrategias para enfrentar el miedo. Una de ellas es oponer resistencia y luchar, no caer en el inmovilismo o en el autoexilio. La globalización busca el sometimiento incondicional de la ciudadanía mundial en su totalidad. El miedo es la sustancia ideal para edificar unas mayorías silenciosas, que apenas buscan sobrevivir a toda costa.

Camino de la insumisión

Walter Benjamin decía que el pesimismo (originado en el miedo) es un reflejo de los tiempos sombríos que vivimos. Pero, agregaba, ese pesimismo hay que organizarlo, lo que equivale a decir que hay que politizarlo, darle un sentido y proyección, para que genere conciencia y movilización.

A una sociedad con miedo es fácil imponerle reformas que son retrocesos. En el caso colombiano, mientras se cometen genocidios y la gente protesta por ello, avanza el desmonte de los acuerdos de La Habana, el despojo de las cesantías de los trabajadores, el aumento de la jornada de trabajo. El miedo alimenta el pesimismo y desde el pesimismo no hay otro camino que la resignación y la fatalidad. El miedo cierra las puertas de la esperanza, y sin esperanza no hay futuro.

Gramsci decía: “Frente al pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”. La insumisión, la rebeldía, la organización, la movilización, son el antídoto para todas las expresiones del miedo, tanto individuales como colectivas. Es el camino para legarles a nuestros hijos “un futuro que pueda desanudar el terror”, como dice Daniel Feierstein, en su excelente libro El genocidio como práctica social, que deberíamos leer en estos tiempos de incertidumbre.