Un denominador común en el origen de las migraciones, tanto de África como en Centroamérica, es el modelo de explotación neoliberal, que se apodera de las riquezas del subsuelo de una serie de naciones y que las hace inviables como Estados
Ricardo Arenales
La caravana, integrada por unas trescientas personas, que el viernes 12 de octubre partió de San Pedro Sula, en Honduras, en búsqueda del ‘sueño americano’, en pocos días se convirtió en una multitudinaria marcha de inmigrantes centroamericanos, que amenaza con derribar las bardas que separan la frontera sur de los Estados Unidos con México, y llegar al paraíso, donde –sueñan-, encontrarán oportunidades de empleo, salud y bienestar, que no encontraron en sus países de origen.
En este momento, los marchantes se sitúan entre siete y diez mil personas, porque a los caminantes hondureños, que engrosaron las filas en la medida en que avanzaban hacia la frontera, se han sumado salvadoreños, nicaragüenses, y hasta mexicanos.
Los caminantes son mujeres, niños, ancianos, hombres cabeza de hogar, esperanzados en obtener un empleo decente, que les permita subsistir con sus familias. La actual caravana de migrantes centroamericanos constituye un fenómeno masivo, que ha desbordado las expectativas de Washington, que ante la magnitud de la movilización, no ha encontrado otro lenguaje que el de la amenaza.
Amenazas
El presidente Trump ha dicho que movilizará tropas hacia la frontera con México, y que ningún caminante pasará el muro, si no tiene una visa previa. A los gobiernos centroamericanos los amenazó con suspenderles la ayuda económica si no detenían a tiempo a los marchantes y los persuadían de regresar a sus hogares. En otro momento de paranoia, desde el despacho oval de la Casa Blanca se profirieron acusaciones contra el presidente Nicolás Maduro, de ser autor intelectual y financiador de los caminantes. Pero también, en discursos de campaña electoral, Trump acusó a los demócratas de estar alentando a los migrantes para inundar a Estados Unidos de bandidos.
Esta visión de los hechos, en general registrada por los grandes medios de comunicación, no debe perder de vista que la característica nueva del problema migratorio es el carácter masivo de la movilización de trabajadores desplazados por la miseria y la violencia, hacia la primera potencia del mundo, que para ellos es el paraíso, la tierra prometida.
Un fenómeno que también se da en forma masiva desde África hacia la Europa desarrollada que también ha cerrado sus fronteras a miles de migrantes que aspiran a llegar al viejo continente a busca de empleo, techo y comida. Y que, a diferencia de Norteamérica, gracias al cierre de las fronteras, los migrantes africanos mueren por centenares en las aguas procelosas del Pacífico.
Aplastamiento de los pueblos
Un denominador común en el origen de las migraciones, tanto de África como en Centroamérica, es el modelo de explotación neoliberal, que se apodera de las riquezas del subsuelo de una serie de naciones, que las hace inviables como estados y obliga a sus ciudadanos a emigrar a países desarrollados en busca de sobrevivencia.
Es el aniquilamiento de gobiernos, de mecanismos de participación democrática, el saqueo de los recursos naturales, y el aplastamiento de la protesta social y las oportunidades, lo que genera los fenómenos migratorios. Como sucedió en su momento con Cuba y ahora con Venezuela, donde la asfixia económica, el bloqueo comercial y financiero por parte de los grandes centros de poder occidentales, obligan a los ciudadanos de esos países a cruzar fronteras para sobrevivir, Curiosamente, la enorme movilización de centroamericanos a Estados Unidos, para la prensa occidental no es una crisis humanitaria, pero sí lo es en el caso de Venezuela.
“No nos vamos porque queremos. Nos expulsaron la violencia y la pobreza”, dijo uno de los caminantes centroamericanos a un medio de comunicación al llegar a México. Y la marcha tomó cuerpo, a pesar de las amenazas de la administración norteamericana. Poco antes de la partida de San Pedro Sula, el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence había advertido a los gobiernos de Honduras, Guatemala y El Salvador, para que evitaran la ‘inmigración ilegal’ hacia el norte.
Un paraíso que les es ajeno
Pero el éxodo se produjo. Y avanza, a pesar de que la administración norteamericana sigue aplicando la medida discriminatoria de mantener en centros de detención especiales a los niños menores hijos de inmigrantes, separados de sus padres, y que podrían ser dados en adopción si los padres son deportados.
Y a pesar aún, de que no saben a ciencia cierta qué les espera, si logran llegar a las grandes ciudades norteamericanas, donde hay un ambiente generalizado de xenofobia, de discriminación racial en momentos en que las motivaciones nacionalistas son atizadas en los discursos de campaña electoral.
En su paso por Centroamérica, y en su llegada a México, la caravana de migrantes ha encontrado numerosas expresiones de solidaridad de las gentes que encuentran a su paso, que les brindan agua, comida, vestidos, cobijas. Algunos observadores han recordado que las migraciones desde Centroamérica no son en absoluto un fenómeno nuevo. Desde tiempos inmemoriales se han dado en forma lenta, gota a gota. La novedad ahora es que se producen en forma masiva.
Respeto a los derechos humanos
El gobierno de Honduras estima que al menos un millón de connacionales viven en los Estados Unidos. La Organización Internacional de Migraciones, OIM, estima esa cifra en 600 mil, de los cuales 350 mil son ilegales, y 61 mil disfrutan del Estatus de Protección Temporal. Las estadísticas hablan de un millón 300 mil salvadoreños en Estados Unidos, mientras varias ONG aseguran que esa cifra se acerca a los dos millones y medio.
En algunos casos, las remesas enviadas por inmigrantes a sus países de origen, equivalen al total de las exportaciones. Esta situación ha llevado al presidente Trump a amenazar con imponer impuestos a las remesas, cerrar las fronteras y deportar a miles de trabajadores extranjeros y regresar a sus países a elementos fichados como pandilleros. Es decir, una tormenta perfecta.
En todo caso, a medida que la marcha de migrantes, desafiando miles de obstáculos, consigue acercarse paulatinamente a la frontera con Estados Unidos, numerosas organizaciones sociales reclaman de la Casa Blanca una salida humanitaria a la crisis, de respeto por los derechos humanos y por convenios internacionales sobre migraciones, y no una política de fuerza, completamente absurda en estos momentos.