
La violencia en Llano Verde, Cali, no es nueva y está atravesada por un conflicto estructural, por el olvido estatal y por la inoperancia de la justicia que ha hecho muy poco por resolver los crímenes. Se espera que no haya impunidad
Carolina Tejada
@carolltejada
La violencia que segó la vida de cinco niños el pasado martes 11 de agosto, fue la misma de la que huían sus padres y demás familiares cuando llegaron a este extremo de la ciudad de Cali, en medio del Distrito de Aguablanca, para resguardar su vida e iniciar una nueva. Llano Verde, hace más de 20 años, fue esa oportunidad de vivir en paz para quienes llegaron de Chocó, Nariño, Cauca, Valle, Putumayo, Caquetá y Meta. Otras personas habían sido reinsertadas de los grupos armados. Pero la violencia que hoy empaña a la comunidad no es nueva.
Se calcula que, sobre las calles de esta ciudadela, han muerto en los últimos tiempos más de doscientos jóvenes, víctimas de algún tipo de violencia armada. La pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades, son el pan de cada día, como lo es la presencia de reclutadores, tanto de los grupos armados como de los narcotraficantes de la región que ven en la juventud, presa fácil para fortalecer sus ejércitos de delincuentes. Pero, ¿es culpa de estos jóvenes? Claramente no. Es difícil observar, como la institucionalidad no cuenta con estos jóvenes más que para engrosar las filas del Ejército Nacional, pues la educación, las oportunidades para el deporte o la cultura son escasas. Esa sociedad que alimenta el sistema político en el que vive el país, es la misma responsable del desamparo de esta población doblemente vulnerable.
Mas, sin embargo, hay que aclarar, a estos jóvenes no los mataron por ingresar a bandas criminales, expender drogas o portar un arma. Los están matando por razones que el país quiere conocer, los cinco que murieron no eran delincuentes, eran niños y murieron torturados, degollados y con balas sobre sus cuerpos.
“Por favor andamos buscando unos niños”
Cuando el pasado 11 de agosto los niños no regresaron a sus casas y sus familiares notaron su ausencia, lo primero que hicieron fue emprender su búsqueda. Sabían que algo no estaba bien. Así lo dieron a conocer en medio de sus relatos el día 14 cuando los despidieron. Una de las madres, Ruby Cortés, narró en la ceremonia religiosa, cómo hallaron los cuerpos, las dificultades para encontrarlos y los reclamos ante la situación extraña en la que se presentaron los hechos.
Otro niño que no quiso acompañar a los cinco al cañaduzal, les diría a las mamás que ellos iban hacia ese lugar. Así fue como la señora Ruby, junto a otras madres y padres, dijo: “Nos fuimos con linternas, camine, lo llamábamos Jair Andrés, Alvarito, Juanito Pérez, íbamos así caminado y ahí empezamos a correr” relata que en el camino había una caseta en donde mantienen unos vigilantes, pero, tan pronto se acercaron para preguntar por los niños apagaron las luces del lugar.
“Por favor, andamos buscando unos niños, por favor díganos, por favor alguien respóndanos” pedían los familiares de los niños, solo hasta que amenazaron con llamar a la policía apareció el señor que cuida el lugar con sus perros para decir; “no, yo no sé nada”. Las madres vieron de manera extraña como unas motorizadas se acercaban, cuando llegaron les expusieron el caso, entonces, relata la madre: “cuando eso le dice una patrullera a otra, no espere, ese es el caso por el que nos llamaron, nos llamaron fue por una desaparición” las mamás ya habían denunciado el caso en el CAI del barrio, pero les dijeron que debían esperar 24 horas. “Nos dijeron espérenos aquí” pero “nosotros somos guerreros, nos fuimos, y ellos adelante en su moto y nosotros atrás, íbamos un grupo atrás y otro adelante” llamando a sus hijos por sus nombres.
“Nos van a matar”
Relata la señora Rubí que, al llegar a un lugar despejado en medio del cañaduzal, “yo les dije, no. Esperen un momento, los cogí de las manos y les dije no, esto es una emboscada, nos van a matar, nos iban a matar ciertamente” comenta que varios policías los habían rodeado. En medio del funeral su denuncia encontró la aprobación de los demás familiares que la acompañaban esa noche. Y reiteró; “nos iban a matar, ¿para qué?, para callarnos la boca”.
Las denuncias de estas familias, desesperadas en medio de la crueldad con la que asesinaron a sus hijos, también vincula, además de los policías a dos hombres más que se encontraban en el lugar de los hechos. “Los mismos policías y dos señores en el hecho, estaban los niños allá, ¿qué hacían allí?” refiriéndose a los señores, “tenían peinillas y estaban untadas de sangre, la cara la tenían untada de sangre, los dos, los que trabajan en el cañaduzal tenían el machete untado de sangre y aquí la cara la tenían untada de sangre también”.
Sin embargo, a pesar de ver los cuerpos degollados e inertes de los niños, las dos personas que se encontraron allí no fueron detenidas. Los cuerpos, según sus familiares, también mostraban señales de quemaduras, había como unas fosas, en donde aseguran, los iban a desaparecer.
Un clamor por justicia
La conmovedora situación extendió las exigencias de justicia en todo el país. Y, la respuesta del mismo ministro de Defensa fue iniciar una campaña junto con la Policía y el Ejército Nacional, en la que la militarización de la zona y el perifoneo desde un helicóptero de la Policía, sería parte de la estrategia para prevenir la violencia. Sí, ¡un perifoneo desde el aire!
El caso es que, a los cinco niños, a quienes la comunidad despidió el viernes 14 de agosto, los mató la misma violencia que camina sobre el territorio, impune y sin posibilidades de que, al menos desde un perifoneo en helicóptero, esta se elimine y la paz, que tanto buscaron sus familias al llegar a este lugar, llegue.
En una carta dirigida a los niños asesinados, Alí Bantú, director del Colectivo de Justicia Racial, les expresaba, en medio del regocijo que generó el hecho: “Queridos Juan, Jean, Álvaro, Jair y Leyder; yo, como hombre negro, también me siento asesinado, degollado y humillado. Diariamente siento que me pueden matar en cualquier momento, siento que cuando muera, algunas personas dirán, como de ustedes se ha dicho, que me mataron por andar en “malos pasos”. Yo no diré eso de ustedes, sin importar las circunstancias ni la corta vida que les tocó vivir”
Y aseguró: “Hoy parten de un mundo cruel, macabro, hostil y racista; un mundo que no tuvo compasión por sus vidas, un mundo que no les dio la oportunidad de ser. Mañana todos nos reuniremos con ustedes, tarde que temprano estaremos juntos, pero no sin antes dar pelea, no sin lucha. Su asesinato me duele tan profundamente, pero no matarán nuestra esperanza de luchar por la justicia que merecen, con la vida rota”.
Un clamor que se suma a las exigencias de quiénes encontraron a sus hijos muertos. “En Colombia ¡nos respetan los niños! Exigimos justicia, la verdad la necesitamos, queremos saber qué pasó, ¡justicia!”.
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