Son múltiples las historias que emergen en el seno del otrora movimiento insurgente. Esta, una historia que se desenvuelve en la Serranía del Perijá, recuerda la importancia del segundo aniversario de la firma del acuerdo del Teatro Colón en la cotidianidad de los ETCR y en su gente
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
Sobre las 5 y 30 de la mañana, un Daewoo Racer nos esperaba cerca a la terminal de buses en Valledupar, Cesar. El extinto equipo de La Plena en ese departamento y yo, reportero del semanario VOZ, iríamos al corregimiento de San José de Oriente del municipio de La Paz en la Serranía del Perijá.
La tarea, acompañar la vigilia por la paz, iniciativa que emergía de la guerrilla de las FARC-EP para clamar desde distintos sectores ecuménicos y sociales por el mantenimiento del cese al fuego bilateral y la continuación del proceso de La Habana, seriamente amenazados por la derrota del Sí en el plebiscito. Fue un domingo 30 de octubre del 2016.
En aquella oportunidad, la convocatoria nacional de la insurgencia se desplegaría cerca de los puntos de pre-agrupamiento y tendría a la guerrilla desarmada compartiendo con la comunidad. Después del escándalo en la vereda de Conejo en el municipio de Fonseca, La Guajira, donde la guerrilla fue acusada de hacer proselitismo armado, la propuesta era demostrar que aquella imputación era falsa pues la voluntad de paz de la insurgencia estaba intacta.
La entrevista
Al llegar, la guerrillerada del Bloque Martín Caballero, frentes 19, 41 y 59, vestía de blanco y se movía con disciplina para preparar el evento que iniciaba sin mayor problema. Nosotros, jóvenes periodistas en busca de una entrevista con algún comandante, esperábamos la oportunidad. Pasado el mediodía en la hora del almuerzo, el comandante Aldemar nos presentaba a dos jóvenes guerrilleros, quienes amablemente nos darían la entrevista. Sus nombres, José Beñarán y Adriana Cabarrus.
Aquel interesante ejercicio periodístico, que quedó registrado en una nota audiovisual disponible hoy en la plataforma Youtube y en un reportaje escrito para el semanario, amplificaba la visión de la guerrillerada de base que se manifestaba expectante por el futuro del proceso, siendo evidentes aquellos sueños y miedos ante la posibilidad de finalizar la confrontación armada.
Con el día cayendo, siendo las 6 de la tarde, la actividad culminaba y nosotros debíamos volver “al Valle”, con la promesa de regresar. Volvimos, dos años después.
Tierra Grata
En esta oportunidad, el lugar de llegada no sería San José de Oriente sino el ETCR Simón Trinidad ubicado en zona rural de Tierra Grata en el municipio de Manaure, Cesar. Dos automóviles, uno desde Valledupar y otro desde La Paz, nos subieron al pueblito que nació gracias al acuerdo de paz ubicado en las montañas del Perijá. La misión, buscar tanto a José como a Adriana.
El resultado, agridulce ya que José se encuentra en Bogotá trabajando para la reincorporación, tendría como única protagonista a Adriana. Ella amablemente accedió a hablar con nosotros, eso sí, una vez finalizada las actividades políticas y comunitarias programadas para ese día, pues actualmente es la encargada de la mesa de género, hace parte del consejo político local, de la directiva de la junta de acción comunal como de la cooperativa Tierragracop, y es gerente general de la fundación de mujeres “Tierra de paz”.
De las armas a la política
“Cuando nos conocimos, el No había ganado en el plebiscito. Estábamos desanimamos, pero nos llenamos de fortaleza para seguir adelante. En las pedagogías de paz, nuestra intención era explicar punto por punto el acuerdo. Poco a poco nos fuimos soltando”, comenta luego de ver el vídeo construido dos años atrás, con su voz que mezcla Caribe y su origen tolimense.
“Aún con nuestras armas, escuchábamos de los camaradas, que en ellas estaba la única solución para que se cumpla el acuerdo de paz. Llegó el mes de agosto del 2017 y la dejación total de armas; dijimos “Ya las entregamos, ¿qué paso sigue?”. Existía cierta incertidumbre, porque estábamos indefensos y pensábamos todo el tiempo en si nos iban a cumplir”, dice al darle continuidad al tiempo y la historia.
Cuenta que ese hecho, que derivó a ser Espacio Territorial, le generó a la nueva comunidad una gran oportunidad. Campesinos, hombres y mujeres de la serranía, se acercaban al territorio para compartir, mientras excombatientes se adaptaban a las nuevas circunstancias del momento con la convicción de continuar con el proceso y hacer pedagogía del acuerdo.
“Han cambiado muchas cosas. Estábamos nosotros en un régimen militar que por supuesto ya desapareció. Pero como comunidad ya nos organizamos en una Junta de Acción Comunal, que está liderada por mujeres y con la orientación de las lideresas y líderes del ETCR”, contesta al ser indagada por lo que fue la reincorporación colectiva, que ella valora como una herencia de la guerra: esa práctica de tomar las decisiones en y para el colectivo.
Implementación y molestia
Sin ocultar un natural disgusto, Adriana Cabarrus, cuyo verdadero nombre es Carolina Vargas y quien lleva 20 años en la organización revolucionaria, manifiesta que la implementación del acuerdo de paz no se ha dado como ellos esperaban. “Mucha gente cree que el acuerdo es para los exguerrilleros y exguerrilleras, lo cual no es cierto; es para todos y para todas, para las comunidades en general. Afortunadamente en este ETCR, a pesar de lo pausado que se implementa los compromisos y las necesidades complejas que tenemos, no existen las amenazas que existen en otros ETCR del país”, comenta advirtiendo que el proceso se ha dado a paso lento y con más dificultades que aciertos.
“El apoyo de la comunidad ha sido muy importante porque siempre ha estado con nosotros. Nos vieron nacer, en pañales, cuando comenzamos esta incorporación a la vida civil, nos vieron gatear, y ahora nos ven como damos los primeros pasos. Nuestro propósito es correr, pero junto a las comunidades, razón de ser de nuestra vida guerrillera y ahora nuestra vida política”, finaliza.
La vida hoy
Se enorgullece del trabajo que vienen liderando las mujeres en el ETCR, marcando diferencias de la vida guerrillera. “Me encanta trabajar el tema de mujeres y diversidades sexuales. Antes, hablábamos de las mujeres guerrilleras y teníamos contacto con mujeres campesinas, pero ahora, interlocutamos con mujeres estudiantes, empresarias, intelectuales, obreras, campesinas, indígenas, mujeres trans, etc. Amo este trabajo y me hace cada día sentirme más empoderada”.
Sobre su vida personal, nos cuenta que tal y como añoraba dos años atrás, hoy está estudiando Administración Pública en la ESAP gracias a una beca lograda a pulso. “Trabajo político, trabajo con la comunidad y estudio. Le toca a una rendir su tiempo al máximo”, sonríe, mientras confiesa que la vida política legal es más difícil que la vida en armas clandestina.
Ante la pregunta sobre si han cambiado las convicciones, responde con vehemencia. “Estoy en cuerpo, alma y corazón dedicada a este proceso. Entregué mi juventud y aquí estoy, no me arrepiento. Estoy convencida que esto algún día tiene que mejorar. Si todos nos unimos, se pueden generar cambios sociales positivos para todos y para todas”.
Finaliza la charla, pero la grabadora sigue capturando el audio. Nos despedimos con un abrazo. “Colombia es muy linda, muy hermosa. Por eso hay que darlo todo por el todo, para que los sueños salgan adelante. No hay que echarse pa’ atrás”.