Mujeres contra la guerra

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Movilización de mujeres por la paz. Foto Sophia Martínez.

Conmemorar el 8 de marzo significa, no solo homenajear a las trabajadoras que perecieron ante un modelo económico, sino a reflexionar y analizar el actuar de estas por el derecho a la paz

Deisy Aparicio
@DeiAparicio

La acción política de las mujeres contra la guerra, es desde una perspectiva de justicia de género, un proceso que debe reconocerlas como sujetas deliberantes y políticas; siendo esta múltiple y diversa, y que históricamente ha abarcado manifestaciones, debates e hitos centrales en el trasegar de la lucha a favor de la paz y contra el militarismo.

La disputa es también por la solución política para dar fin al conflicto armado, de enfrentar sus implicaciones logrando deslegitimar la lógica guerrerista que pone en juego la vida de los seres humanos para perseguir intereses materiales, ideológicos o de poder. Asimismo, la lucha se mantiene con acciones desde lo cotidiano, enmarcadas en visibilizar y construir propuestas de apoyo entre redes de mujeres para denunciar en todo ámbito las continuas violaciones a los derechos humanos hoy ejemplificada en la violencia patriarcal que entrañan los feminicidios, la feminización de la pobreza y los impactos diferenciales en la vida y cuerpos de las mujeres que producen los conflictos armados.

Clara Zetkin y el Congreso de Basilea

Ahora bien, pensar esta conmemoración nos recuerda que han pasado más de 100 años del hecho en que cientos de mujeres de más de 17 países se reunieron en Copenhague durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, con el liderazgo de Clara Zetkin, para conmemorar el Día Internacional de las Mujeres bajo demandas como el derecho a la educación , mejores condiciones laborales ante un sistema que entraña el yugo y explotación de las trabajadoras, y asimismo, un aspecto central como la lucha contra la guerra.

Fue en ese periodo cuando Clara Zetkin lideró la lucha antimilitarista y pronunciaría en el Congreso de Basilea de 1912 un discurso, que a la luz de hoy tiene total vigencia, pues abarca lo que ha sido a lo largo de la historia la vinculación de las mujeres a la lucha por la paz. Bien aludía ella a la libertad, convocando a las socialistas a combatir la guerra:

“La guerra moderna significa destrucción masiva y matanza masiva. Pero la guerra solo es la extensión de la matanza masiva que el capitalismo desata cada hora de cada día contra los proletarios. Año tras año, cientos de miles de víctimas caen en el campo de batalla laboral de las naciones capitalistas desarrolladas, muchas más que en cualquier guerra. Entre esas víctimas, las mujeres son un número cada vez mayor. La guerra es sólo la explotación masiva más alocada por medio del capitalismo. Son los hijos de los proletarios quienes deben enfrentarse, matarse entre sí. Las mujeres y las madres deploran ese crimen, no sólo porque mutila los cuerpos de sus propios familiares, sino también porque destruye las almas. La lucha contra la guerra, y la lucha por la libertad, no pueden librarse sin las mujeres”.

Ante todo, estas palabras llaman a volcar esfuerzos en la lucha por la paz, siendo que en toda guerra quienes se ven afectadas de forma diferencial son las mujeres, en tanto viven niveles de precariedad, explotación y pobreza por los estragos que las guerras, como estrategia de acumulación del capital que generan.

Por tanto, la lucha de las mujeres por radicalizar la democracia y alcanzar la paz es imperioso, y cuenta con un largo proceder, e desde el momento en que estas asumen, critican y trabajan por cambiar su situación de subordinación y deciden vivir en desacato a la sociedad establecida, a la división social y sexual del trabajo, que impone el patriarcado, han sido y son defensoras de la paz y batalladoras ante la guerra y contra quienes profundizan el machismo, el sexismo y la misoginia.

Trabajo por la paz: una elección

A lo anterior le sumamos los análisis de Carmen Magallon en función de afirmar que el trabajo por la paz de las mujeres no es algo natural, es una elección, una elección política y de vida, que deviene, no de la naturaleza o de una perspectiva esencialista de ser “pacíficas”, sino de condiciones sobre el poder y sobre los espacios de decisión. Las decisiones sobre la guerra siempre han estado en las manos de los hombres y en especial de la burguesía.

La tradición que excluye a las mujeres es la misma tradición que excluye a la paz, en la medida en que se habla del derecho a la guerra, condición esencialista que también desconoce el papel de estas en las guerras, como combatientes, o en las redes de apoyo de la estructura militar.

Esto conduce a naturalizar la paz en voz y cuerpo de las mujeres y dicha naturalización es en sí misma un método de legitimización de la desigualdad, pues actúa como pretexto para contrarrestar la libertad y el cambio social. Podemos afirmar a partir de ello que esas mujeres, las que han trabajado por la paz en la sociedad patriarcal imperante, pertenecen a otra sociedad, a una sociedad de las extrañas, como lo diría Virginia Woolf, unas extrañas al orden social establecido.

Es por ello, que en vísperas de la conmemoración del 8 de marzo, reivindicar las extrañas, las que se han puesto en la discusión y que son la fuerza por la paz en un mundo que se debate a diario ante las amenazas del ascenso y retoma del fascismo, ante las agendas bélicas que atacan la soberanía de los pueblos y ante las guerras que degradan sus cuerpos y sus vidas, es ante todo, un imperativo ético.

Por la implementación del Acuerdo

Estamos hablando de cómo la conmemoración, que año tras año se realiza, debe irradiar un campo de lucha mayor, por la paz y en nuestro caso, la defensa de la implementación del Acuerdo de Paz ante la perfidia de un Estado que se niega a ampliar la democracia, reformar las condiciones de la ruralidad, apelar a la justicia, reparación, verdad y no repetición y a asumir en sí mismo, la discusión sobre la memoria.

La paz para las mujeres parte también de combatir la guerra contra las mujeres, esa guerra que lideran el patriarcado y el capitalismo y sus formas modernas de explotación y apropiación dispuestas por el modelo neoliberal, dado que las instituciones patriarcales son desencadenantes de la muerte y la destrucción, y su objetivo es acumular, adueñarse de la vida, de los recursos y de mercantilizarlos.

Nuestro objetivo como luchadoras por la paz es la defensa de la vida, la libertad y por supuesto, de la inacabada revolución feminista, de la creación de un nuevo orden social, apelando a romper la brecha entre lo personal y lo político, a hacer de la paz, no solo el silenciamiento de las bombas, sino una perspectiva emancipatoria que permita entrever la relación entre justicia social y democracia radical, donde necesariamente la paz y la política van con las mujeres.

* Integrante del Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia.