Pablo Arciniegas
Se están quedando sin ideas para distraernos de la desigualdad tan cruda en que vivimos. El hueco fiscal que supera los 100 billones de pesos, supuestamente invertidos en la pandemia, no lo tapa nada. Ni siquiera el intento de convertir el caso de la niña indígena violada por militares en Risaralda en una tragedia nacional, al estilo del feminicidio de Yuliana Samboni, en el que se transmitió hasta el agotamiento la desgracia de su familia y de su comunidad, pero poco quedaron resueltos los motivos del perpetrador y de los cómplices.
No. En esta ocasión, y gracias a las mismas organizaciones indígenas y a sectores de la opinión pública, a la víctima se le apartó de convertirse en foco de entretenimiento, y, más bien la jugadita mediática, les salió al revés porque las denuncias de abuso sexual por dentro y fuera del Ejército hicieron reacción en cadena y desplomaron la imagen favorable de las «gloriosas» fuerzas armadas a la mitad ―según Gallup―. Y eso debería preocupar a un régimen, como este, que se sostiene en el miedo, la inseguridad y la guerra.
A parecer, ese eje entre poder y medios todavía no ha dado con algo que supere la realidad de los hospitales que operan con las uñas, dejan morir a los pacientes en la calle y exponen a su personal al virus, ni la de las universidades que están mendigando para empezar semestre, ni la de las pymes, microempresarios e independientes a los que no les prestan para los créditos de nómina. Y qué decir de toda la informalidad, las poblaciones vulnerables y los que viven al margen; para ninguno hay garantía de sobrevivir la crisis sanitaria.
De todas formas, la respuesta del Gobierno ha sido: o burlarse de nosotros o burlarse de él mismo, en un último esfuerzo por desviar la atención del verdadero sitio en donde caen los recursos para combatir el coronavirus, es decir, las grandes corporaciones que pagan las campañas y a las que se les devuelve el doble del favor. ¿Y si no, qué nombre se le puede poner a la hora diaria del presidente en televisión? ¿Cómo se le puede llamar al berrinche que armó el fiscal Barbosa después de pasar el puente en San Andrés y a la respuesta que le dio la cónsul en Argentina a una estudiante que pedía un vuelo humanitario: ‘con estudiar no alcanza’? ¿Descaro? ¿Ridiculez? La brecha entre ambos espectáculos es muy delgada.
Definitivamente necesitamos mejores distracciones porque ninguna de las anteriores cumplen con su objetivo, no sacan de los reflectores a las clases privilegiadas, no nos hacen olvidar nuestra aburrida vida laboral, ni que ya no podemos gastar en conciertos, viajes u otra cosa que nos haga sentirnos por encima del montón, porque ante los más de 5.000 muertos por el Covid, que van aumentando cada semana, solo nos queda hacer preguntas incómodas, empezando por dónde está la plata para atender esta situación.
Mi sugerencia, entonces, es que de los 100 billones, inviertan en unos buenos libretistas y saquen al aire una serie sobre viajes en el tiempo, que son tendencia en estos días. Los protagonistas podrían reescribir la historia para que a Colombia nunca la hubieran eliminado de un Mundial y el Papa viniera cada año. Viviríamos enganchados, cada temporada, a ese país de noticias positivas, ese que sí sería el más feliz del mundo.
Epílogo
Tres derrotas jurídicas para no olvidar: dos del ‘invicto’ Abelardo de la Espriella, a quién no le prosperó ni la demanda contra Daniel Coronell, ni la tutela contra Daniel Mendoza, creador de Matarife, y una del senador Uribe que tuvo que rectificar su trino contra el abogado Manuel Garzón por llamarlo terrorista.