“Nos han dado la tierra”

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Agotados por el trabajo, sueñan con una parcela propia.

Libardo Muñoz

Un escupitajo desaparece en una fracción de segundos sobre el polvo de una tierra reseca y agrietada, sedienta y árida, donde nada podrá germinar, pero es la parcela a donde llegan como fantasmas, unos campesinos burlados una vez más por el poder terrateniente.

Este cuadro de miseria y hambre, es narrado de manera magistral por el escritor mejicano Juan Rulfo, en el cuento “Nos han dado la tierra”. Rulfo es el autor que mejor dibuja con su lenguaje sencillo, la trama de mentiras con que durante siglos se ha mantenido al hombre del campo marginado de un bienestar mil veces negado, en un episodio muy parecido a lo que ocurre en Colombia.

Hombres desesperados, con sus mujeres y sus hijos, agotados por el trabajo interminable ordenado por hacendados ricos, burlados por una reforma agraria falsa y por una revolución traicionada, cruzan por las páginas de El Llano en llamas y otros cuentos, que luego en una obra de conjunto titulada Pedro Páramo, aparecen unidos en una fotografía de cuerpo entero.

Estas páginas de Rulfo irrumpieron con fuerza entrada la década de los 60 y de entrada nos pusieron a pensar en los pobres campesinos colombianos, a quienes ni siquiera se les ha dado esa tierra reseca y árida de uno de los cuentos del escritor mejicano.

En Colombia, el poder semifeudal de una oligarquía intransigente y sin escrúpulos se niega históricamente con una revisión del injusto sistema de acumulación de tierras, identificado como el origen de un conflicto armado que suma cientos de muertes, entre hijos de una misma patria.

El poder de los terratenientes, fortalecido ahora con el narcoparamilitarismo, es parte de una forma de gobierno.

Los testaferros de ese sistema, alcaldes, gobernadores, concejales, diputados, abogados, ocupan curules en la estructura política y administrativa de Colombia, cuentan con el apoyo de una red de medios de información ligados a los grandes intereses del sistema de acumulación de riquezas e hicieron desaparecer el concepto de reforma agraria.

En el lapso de un poco más de medio siglo, se introdujo en Colombia el terrorismo de Estado, con unos 300 mil campesinos asesinados en veredas y pueblos, sólo para no darles la tierra, ni siquiera la tierra sedienta del cuento de Juan Rulfo.

Hoy, se requiere la verdad, la justicia y la reparación en el debate social de Colombia, antes de que seamos un país inviable, para que el campesino reciba una tierra fértil que conduzca a la verdadera soberanía alimentaria.