Alfonso Conde C.
No se ha posesionado aún el nuevo protector de los huevitos del presidente eterno cuando ya se saturan las noticias con las ejecutorias de su banda de áulicos: peligra en el Senado la Justicia Especial para la Paz. La manada de congresistas lagartos, antes aparente defensora de los acuerdos de paz y ahora circulando en la órbita del uribismo, se sumaron a la postura de “hacer trizas los acuerdos”, a pesar del discurso de la última vuelta de la campaña electoral del ahora presidente electo, Iván Duque.
El oficialismo liberal, los conservadores, el partido de la U, Cambio Radical y otros que siempre se han caracterizado por la repartija del botín de los recursos de todos los colombianos, ahora, en una clara alianza de clase de los poderosos, junto al Centro Democrático, gran impulsor de la violencia, se enfrentan al avance necesario de la implementación de lo acordado por la paz. A esa postura se unen las nuevas amenazas y asesinatos de dirigentes populares de la Colombia Humana.
Pero la arremetida de la ultraderecha no encontrará el espacio libre para el desarrollo de sus intenciones. Tal vez por vez primera en nuestra historia, esa que hemos vivido, el debate electoral enfrentó a la casta política de siempre, otra vez unificada, contra quienes de los sectores democráticos y populares se mostraron también unidos por una nueva sociedad. No estuvieron todos: algunos timoratos no quisieron tomar partido para “preservar su independencia”, sin enterarse de que frente a los problemas nacionales nadie tiene el derecho a adoptar posiciones que consientan sus posturas individuales para satisfacer sus propios egos. Allá ellos. Otros fueron arrastrados o confundidos para actuar en contra de sus intereses de clase o se marginaron de toda decisión. Pero los que si privilegiamos el futuro de la nación, los ocho millones que nos declaramos en oposición a las castas dominantes, estamos prestos a la movilización y a la protesta masiva para frenar la barbarie y construir una Colombia que privilegie al ser humano por encima de los intereses mezquinos de quienes han ejercido el poder para su beneficio.
La lucha continúa. Como legado del proceso de paz se evidenció en las urnas la mayor confluencia de voluntades por la transformación nacional. Ese acumulado tiene que ser consolidado para servir como punto de partida de la nueva etapa que ya ha comenzado. En algunos se notan signos de desesperanza que tienen que ser erradicados. Por el contrario la gran alianza que crece entre los colombianos es el síntoma de la nueva esperanza de construcción de las nuevas mayorías que, más pronto que tarde, le arrebatarán a los bárbaros el gobierno de este país.