
Desde hace más de treinta años, el neoliberalismo ha sido la doctrina económica dominante en casi todo el mundo. La caída del contrapeso que representaban la Unión Soviética y los otros países que conformaban el llamado socialismo real, facilitó que ese pensamiento se impusiera
Carlos Fernández
Nota: terminando de escribir esta nota, se conoció la noticia de que el Gobierno retiraba el proyecto de reforma tributaria y, después, la de la renuncia del ministro y el viceministro de Hacienda. Considero que ambos hechos no le quitan actualidad al contenido de la misma. El lector juzgará.
El maestro Calarcá me ha hecho llegar una inquietud respecto a mi última nota publicada en VOZ (véase la edición 3072, del 14 de abril del presente año). Pregunta el maestro: «¿Por qué, hoy, en nuestras notas sobre las reformas tributarias, ya no se denuncia que quien exige las reformas económicas a los gobiernos es el FMI, con el fin de que estos gobiernos garanticen el pago de los intereses por sus préstamos?».
Con mi agradecimiento por su acuciosidad, le respondo: efectivamente, una de las motivaciones más importantes para lanzar, en estos momentos, un proyecto de reforma tributaria como el presentado por Duque es garantizar al FMI, al Banco Mundial, pero sobre todo, a los otros prestamistas públicos y privados que ejercen dominio económico imperial o neo-colonial sobre países como Colombia que el Gobierno nacional disponga de los recursos necesarios para pagar la deuda que el país tiene con ellos. Esa presión viene mediada por las denominadas calificadoras de riesgo, que son quienes determinan qué país es confiable para que los grandes prestamistas internacionales puedan seguir otorgándole créditos. Pero este asunto tiene varias facetas.
¿En qué consiste la dominación?
El dominio de unos países sobre otros ha pasado por diferentes fases que van desde el dominio directo del territorio hasta la imposición de medidas que favorezcan los capitales de los centros imperialistas sin necesidad de un dominio territorial. Por eso, el cambio revolucionario de Colombia requiere, todavía hoy, un elemento anti-imperialista que implique que el pueblo colombiano tome en sus manos la dirección de sus asuntos económicos, políticos y sociales. Eso pasa no sólo por establecer, soberanamente, relaciones económicas con el capital extranjero que favorezcan los intereses nacionales, sino quitarles el poder a quienes, siendo colombianos, actúan a favor del capital extranjero porque han ligado a él sus intereses económicos y porque (lo que es más vergonzoso) han adoptado la ideología de la dominación como propia.
Que la burguesía colombiana ligue su destino al del capital transnacional no es sino la manifestación de que el dominio imperialista requiere de áulicos en el territorio dominado. Pero para eso se necesita algo más. Requiere de ideólogos nativos de la dominación.
El neoliberalismo ha sido, desde hace más de treinta años, la doctrina económica dominante en casi todo el mundo. La caída del contrapeso que representaban la Unión Soviética y los otros países que conformaban el llamado socialismo real fue la patente de corso para que el pensamiento neoliberal terminara de imponerse como doctrina en la academia y en la política pública. Hoy en día, las facultades de Economía de las universidades más importantes del mundo y del país (incluida la de la Nacional) predican con mayor o menor intensidad el credo neoliberal y sus alumnos más ilustres entran a hacer parte del gobierno y se convierten en los autores de las políticas económicas que favorecen al gran capital.
Más papistas que el Papa
Pero llegó la pandemia. Y, claro, había que hacerle frente. Y vino la tímida política de Duque para enfrentarla, para lo cual tomó las medidas que ya en VOZ han venido siendo objeto de diversos análisis y comentarios. Pero, como la estructura económica, financiera y fiscal del país es tan endeble, debido a la falta de interés de la burguesía dominante en que se desarrolle, la timidez de las medidas no evitó una elevación importante del déficit fiscal y del saldo de la deuda pública.
En todo momento, desde el punto de vista macroeconómico, fue preocupación del Gobierno no salirse de los cánones de la doctrina neoliberal que, como jaculatoria, repite: el déficit fiscal no debe pasar de tal límite, la deuda pública no puede ser mayor a determinado porcentaje del PIB, el Gobierno no debe endeudarse con el Banco de la República y, lo que es más importante, no hay que perder el grado de inversión que otorgan las calificadoras de riesgo porque, si se obtienen nuevos créditos, su costo será mayor y, además, los inversionistas extranjeros no traerán sus capitales al país. Por eso, además, hay que ser cumplidos en el pago de la deuda con los acreedores nacionales y extranjeros.
Entonces, con el pretexto de que hay que financiar la continuidad de los programas sociales existentes antes de la pandemia o creados a raíz de su advenimiento, y, ante la disminución de los ingresos fiscales por la crisis económica, dice el Gobierno que los recursos adicionales requeridos sólo podrán obtenerse si se lleva a cabo una reforma tributaria que incremente los recaudos fiscales. De ella ya se hablaba antes de la pandemia pero el incremento del déficit y de la deuda fueron los argumentos aducidos para presentarla en plena pandemia.
Financiando el déficit
Pero mientras el proyecto de reforma tributaria se rige por la ortodoxia fiscal neoliberal, según la cual hay que cuidar a toda costa el nivel del déficit fiscal y presupuestal y cumplir sin chistar los compromisos crediticios asumidos con la banca y los inversionistas internacionales, en los centros de poder imperialistas y, en particular, en los Estados Unidos, otra cosa sucede. Ya, desde el año pasado, la Unión Europea destinó una ingente cantidad de recursos a la financiación de las necesidades de gasto provocadas por la pandemia (750 mil millones de euros).
Por su parte, en los Estados Unidos, todavía en la era de Trump, se decretaron gastos cuantiosos para atender la pandemia, situación que Biden ha complementado con recursos adicionales jugosos (en total, se vienen apropiando unos 5 billones de dólares para sufragar los gastos relacionados con este suceso).
Incluso, Biden anunció que la financiación de estos nuevos gastos saldrá de las empresas más poderosas y de las personas más ricas del país. En esto último, podemos suponer que se está cumpliendo algún compromiso asumido por Biden con Bernie Sanders cuando éste se retiró de la carrera por la nominación demócrata a la presidencia del país. Pero tampoco con Biden hay muchas garantías de que busque y logre la financiación de su déficit entre los más poderosos de su país, pues debe manejarse en un entorno heredado de Trump. Habrá que verlo.
Ensillaron antes de traer las bestias
El apego de los funcionarios oficiales, incluido el presidente, a la doctrina neoliberal que, en otros ámbitos, como vimos, empiezan a echar para atrás, apelando a un renovado keynesianismo que favorece la intervención del Estado en la economía, hizo que, ante el incremento de la deuda que el gobierno estaba asumiendo para atender la pandemia y, sobre todo, ante el temor de que no hubiera recursos suficientes para financiar las tímidas medidas anunciadas, el gobierno buscara financiación adicional con el FMI, a través de su línea de crédito flexible (LCF).
¿En qué consiste esta «jugadita»? La LCF es un «instrumento del FMI al cual únicamente acceden países con marcos sólidos de política monetaria, fiscal y financiera, así como un historial favorable de desempeño económico». Es un instrumento diseñado para proveer un financiamiento flexible, anticipado y no condicionado en su utilización para financiar las necesidades de la balanza de pagos.
Mecanismo de préstamos
Pero sí hay condiciones previas para acceder a él, entre las cuales cabe destacar: a) Que el país beneficiario tenga una posición externa sostenible y, clave para entender los mecanismos de dominación imperial, b) que la cuenta de capitales del país en cuestión debe estar financiada, mayoritariamente, por flujos privados de crédito. Es decir, utilizar este mecanismo no puede significar competencia para los enormes flujos de capital internacional privado que sobrevuelan sobre el conjunto de la economía mundial.
Desde su creación en 2009, Colombia hace parte de este mecanismo. Hoy, hacen parte de él, México, Chile y Perú. Polonia hizo parte pero ya se retiró del mismo. Sólo Colombia ha recibido un desembolso mediante este mecanismo por 5.370 millones de dólares (unos 19 billones de pesos), de los cuales 3.900 millones los dejó el Gobierno en el exterior para incorporarlos en el flujo de caja de 2021. Pero el país debe pagar el 50% de esa deuda en 2024 y el otro 50% en 2025. Y hay que cumplir. Para eso, hay que buscar recursos como sea.
Por eso se presenta el ahora retirado proyecto de reforma tributaria que, en su esencia, dado el carácter de clase del Gobierno, la deberían pagar los menos pudientes. Mientras tanto, las calificadoras de riesgo, avanzada del capital internacional imperialista, van a seguir presionando para que el Gobierno disponga de los recursos para pagar lo que le adeuda a ese capital. Eso, maestro Calarcá, se sigue llamando imperialismo.