Otra fiesta por la identidad y la paz

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Matachines del sur del Tolima, originalmente de Natagaima y del Guamo. Representan la fauna de la región, desfi laron el pasado primero de julio. Foto Erika Prías.

Festival Folclórico Colombiano, en Ibagué. Las celebraciones populares son otras formas con las que regiones, municipios y comunidades se resisten a la imposición de la violencia

Juan Carlos Hurtado Fonseca
@Aurelianolatino 

Disfraces, danzas, comparsas, reinas y carrozas desfilaron por las principales calles de Ibagué, capital del departamento del Tolima, los pasados domingos 24 de junio y primero de julio, en el marco de la cuadragésima sexta versión del Festival Folclórico Colombiano.

Las avenidas de la capital musical del país lucieron coloridas y atiborradas de oriundos de esa región y visitantes nacionales y extranjeros, quienes se maravillaban con el paso de cada expresión folclórica de los municipios tolimenses y de otras regiones, que a su vez, con orgullo exhibieron sus acervos.

La programación, desarrollada entre el 19 de junio y el 2 de julio, contó con muestras folclóricas en centros comerciales y parques de la ciudad, feria equina, festivales gastronómicos, ferias artesanales y el reinado nacional e internacional del folclore, entre otras atracciones.

Identidad

Todas las funciones se planearon también con el objetivo de conservar determinadas tradiciones. Un ejemplo de ello lo dio a VOZ la secretaria de Cultura de Ibagué, Cristina Prada: “En esta versión hay alrededor de 80 actividades para ver, muy variadas, desde el folclore vivo con danzas, certámenes de belleza y eventos académicos como el encuentro nacional de festivales folclóricos. Hay que destacar que todas son gratuitas. Otra pequeña muestra son las exposiciones de nuestra gastronomía. Por eso, el 24, fiesta de San Juan, celebramos el día del tamal; y el 29, San Pedro, el día de la lechona”.

El Festival a diferencia de otros mantiene sus raíces: “Tenemos por ejemplo, una serenata sanjuanera en la que se interpretan nuestros aires culturales y folclóricos con melodías del territorio nacional. Asimismo, las delegaciones que vienen del país traen y muestran lo suyo. Pero además, este año nos acompañaron siete delegaciones internacionales que nos trajeron sus muestras”.

El origen

Pero, ¿cómo y por qué se origina esta celebración que ya se encuentra dentro de los grandes eventos folclóricos del país? El Festival tiene su origen en 1959 cuando el departamento estaba azotado por los coletazos de la violencia liberal-conservadora y el país se recuperaba de la dictadura de Rojas Pinilla. Un año antes, líderes comunitarios habían propuesto su realización y se desplazaron hasta Bogotá a buscar respaldo gubernamental y financiación.

Se contactaron con el líder liberal Darío Echandía a quien le expusieron la idea que contribuiría con la reconciliación y la paz en la región: “La festividad fue propuesta como un medio de calmar ánimos belicosos que por cuestiones políticas quedaban en varias comunidades. El maestro Echandía dijo que había que hacerlo para que los pescadores pudieran volver a pescar de noche”, explicó a VOZ el gestor cultural Fernando Duque, quien también es el coordinador del programa de danzas de la Dirección de Cultura Departamental del Tolima.

Unos de los retos más difíciles para sus organizadores a través de los años ha sido mantener la identidad de la región, aun así se han presentado significativas transformaciones. “Las características del vestido de las participantes eran totalmente diferentes a las que hay actualmente. Eso era porque se tenía muy poca información, había muy pocos trabajos de investigación, entonces ellas usaban lo que se creía era el traje típico regional; se vestían con falda negra con cintas de varios colores en la parte de abajo. Era mucho más autóctono”.

No solo el vestuario de las reinas se ha transformado. Las carrozas del primer año eran zorras tiradas por caballos, adornadas con matas de plátano y otras plantas. “Mi mamá me cuenta que una de las carrozas que en ese tiempo más le impactó fue que en una zorra pusieron de piso unas láminas como de zinc y sobre esas un fogón de tulpas e iban cocinando. Con eso mostraron un cuadro muy rústico de la región. Luego empezaron a llegar matachines de Natagaima, del Guamo y los famosos taitapuros. Poco a poco el festival fue creciendo y se convirtió en un evento de mucha importancia al punto que fue declarado patrimonio cultural y artístico de la nación”, puntualiza Fernando Duque.

Danza macheteros del departamento del Quindío, en el desfile nacional del folclor, el pasado primero de julio. Foto Erika Prías.

Tradición

Los cambios vistos desde el primer festival al actual son muchos. Anteriormente se contaba con una gran cantidad de comparsas de indígenas, de comunidades, de municipios como Natagaima, Ortega, Coyaima y San Luis. “Había muchísimos matachines. Casi que han desaparecido. Aunque fue una gran sorpresa ver el pasado domingo al municipio de Natagaima que trajo matachines auténticos y un grupo de indígenas, pero en general eso ha estado desapareciendo”, comenta el gestor cultural.

Los organizadores hacen esfuerzos para que las nuevas generaciones mantengan vivas ciertas tradiciones y que con el pasar del tiempo, no solo queden en la memoria. Por eso, desde la Secretaría de Cultura trabajan de manera permanente con los niños de los barrios, algunos corregimientos rurales y las comunas en la formación de semilleros en música, artes plásticas y danzas: “Tenemos una escuela de formación artística, cultural en donde hay a disposición de los jóvenes tres programas técnicos laborales, uno en música andina colombiana, otro en danza y otro en teatro”, explica Cristina Prada.

Los trabajos dirigidos y la terquedad de los tolimenses en mantener sus tradiciones han logrado que hoy día se puedan ver danzas como la de los carraplanes, los monos, las ofrendas y que aún se ejecute el sanjuanero con la coreografía que legó la investigadora Inés Rojas Luna.

No solo por su origen el Festival tiene relación con la paz; toda labor de un artista, toda labor de quienes están involucrados en actividades culturales es un compromiso con esta. Así lo resalta Fernando Duque: “Constantemente hemos estado haciendo esa invitación para que los espíritus se calmen, los espíritus se apacigüen y es el mayor mensaje que brinda el Festival Folclórico Colombiano. Es un llamado a la solidaridad, a la amistad, a la concordia que hace desde el artesano que elabora el sombrero, el que fabrica la mochila, el que hace la máscara del matachín; hasta el más encumbrado de los artistas que venga a este festival, siempre, siempre el mensaje será a la concordia y a la paz de los colombianos”.

Carroza con la reina de Saldaña al certamen departamental del folclor en desfi le del pasado 24 de junio. Foto J.C.H.