Es agridulce la historia de los intentos por construir en Colombia una convergencia ganadora de izquierda. La experiencia indica que en ese esfuerzo deben primar la generosidad y la coherencia
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Se empiezan a decantar las fuerzas que concurrirán a la disputa electoral de 2022. Mientras los representantes del más rancio país político se han reunido en El Ubérrimo para acordar a puerta cerrada la fórmula para la justa electoral y los del llamado “centro” se hacen la fotografía semanal con sonrisas y sin mensaje, la semana anterior los dirigentes de los sectores más representativos de la izquierda y la centroizquierda presentaron al país el Pacto Histórico. Esta iniciativa busca ser la confluencia de diversas fuerzas que conformarán listas unificadas a Senado y Cámara en todo el país buscando unas mayorías parlamentarias de 55 senadores y 86 representantes.
La proclama del Pacto Histórico, leída por la carismática Margarita Rosa de Francisco, comenzó por identificar que Colombia padece una grave crisis humanitaria, institucional y moral que nos está condenando a la perpetuación de la violencia. Advirtió que el país debe dar el paso hacia el reconocimiento de derechos, de los derechos más básicos de la persona como el derecho a tener derechos. Eso, en otras palabras, significa comenzar a construir un Estado moderno que respete a los ciudadanos. Por ello, la proclama invita a todas las fuerzas identificadas con la paz y con la justicia social a que se sumen a este proyecto.
Programa, programa, programa
Se reconoce que para transformar al país no es suficiente liderar el gobierno, es necesario tener mayorías en ambas cámaras del parlamento para que el gobierno de reconstrucción nacional pueda llevar a cabo su propuesta de transformación. Esa propuesta -que fue apenas esbozada en la proclama, pues aún debe construirse- defiende la urgencia de llevar a cabo una reforma estructural en Colombia que tenga, al menos, los siguientes componentes: reforma agraria, reforma laboral y pensional, reforma de la educación, reforma a la Ley 100 y al sistema de salud, reforma a la justicia, reforma política, desarrollo de políticas públicas que protejan la naturaleza y el establecimiento de una renta básica para los sectores sociales más vulnerables.
Las siete fuerzas que convocan el Pacto Histórico -Colombia Humana, Unión Patriótica, MAIS, Polo Democrático, Partido del Trabajo de Colombia, PTC, Todos Somos Colombia y Unidad Democrática, UD- invitaron a otros sectores democráticos a unirse a esta iniciativa. En particular, se mencionó la intención de continuar los acercamientos con dirigentes de la Alianza Verde y los “liberales socialdemócratas”, LSD, con quienes existe una importante sintonía programática. El senador Roy Barreras, interpelado en una entrevista televisiva, afirmó su intención de aceptar la invitación y sumarse a la confluencia y el dirigente de la Alianza Verde, Antonio Navarro, expresó su voluntad de continuar los acercamientos.
Historia agridulce
Con el referente del Frente Unido del Pueblo, liderado en 1965 por el entrañable Camilo Torres Restrepo, la historia de las confluencias democráticas en Colombia ha sido un recorrido con altibajos. Durante el decenio de 1970, se conformó la Unión Nacional de Oposición, UNO, con la alianza entre el Partido Comunista, el Movimiento Amplio Colombiano, MAC, liberales disidentes, anapistas disidentes, la Democracia Cristiana y el MOIR. Esta alianza obtuvo un éxito moderado, alcanzando una representación parlamentaria de siete congresistas y numerosos concejales y diputados en todo el país. Tras la escisión del MOIR, la Democracia Cristiana y el MAC, la UNO se alió con el movimiento Firmes y conformaron el Frente Democrático, FD, que postuló a la Presidencia de la República al maestro Gerardo Molina en 1982.
La Unión Patriótica fue una importante plataforma de unidad popular. Su éxito electoral de 1986 se tradujo en la más alta votación de la izquierda hasta ese momento y la elección de numerosos congresistas, alcaldes, concejales y diputados fue testimonio de su fuerza y de su compromiso con la transformación y la paz. Desafortunadamente, como se sabe, la experiencia de la UP fue segada por las balas del paramilitarismo y del terrorismo de Estado. Sus sobrevivientes hoy continúan en la brega por los mismos objetivos de hace treinta años: unidad, paz, justicia social y democracia.
La Alianza Democrática M-19 fue también una confluencia de sectores democráticos, conformada en 1990 alrededor de la propuesta del recién desmovilizado grupo guerrillero M-19. La AD M-19 tuvo un impactante comienzo, fue la segunda fuerza en las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente, logró varias curules en el Congreso de la República e incluso lideró el Ministerio de Salud en cabeza de Antonio Navarro y Camilo González Posso. Si bien la Alianza contó con el envidiable impulso que le dio la enorme simpatía que el “Eme” despertaba en el pueblo colombiano, esa efervescencia inicial se desvaneció rápidamente por la falta de democracia interna. El llamado “bolígrafo” o la odiada “dedocracia” fueron prácticas que llevaron a la AD a perder numerosos militantes y simpatizantes, a dividirse en varias corrientes y en últimas, a desperdiciar su inmenso capital político y desaparecer como alternativa electoral.
Durante el decenio de 1990, marcado por el proceso 8.000 y el recrudecimiento del conflicto armado interno, la unidad popular giró más en torno a la lucha por la paz que alrededor de las disputas electorales. Durante este periodo fueron importantes las experiencias de la Asamblea Permanente por la Paz, fundada en 1996, y el Mandato Ciudadano por la Paz de 1997. La Asamblea Permanente fue una amplia red de organizaciones y movimientos populares, políticos y sociales que insistían en la necesidad de poner fin a la guerra a través de una negociación política.
El Mandato fue una iniciativa similar a la “séptima papeleta”, donde la ciudadanía ordenaba a los actores del conflicto a través del voto -como en un plebiscito- el cese de las hostilidades y el comienzo inmediato de negociaciones de paz. La Registraduría avaló la consulta y contabilizó más de 10 millones de votos. Este hecho político fue importante porque otorgó legitimidad a las negociaciones que el gobierno de Andrés Pastrana inició con las Farc un año después.
Sin miedo
Con el fracaso del proceso de paz del Caguán y la llegada de Álvaro Uribe al poder en 2002, se recrudeció la persecución contra el movimiento popular, la izquierda y las fuerzas alternativas. En ese contexto de autoritarismo, intolerancia y revanchismo por parte de la ultraderecha, surgieron los movimientos Alternativa Democrática, AD, y el Polo Democrático Independiente, PDI, que recogían buena parte de las organizaciones de izquierda en el país. AD era una coalición de partidos y figuras de izquierda, donde confluían organizaciones como el Partido Comunista, el MOIR y Unidad Democrática, mientras el PDI fue fundado en 2002 por exmiembros de la AD M-19, la Anapo y el magisterio. En 2005, AD y PDI se unieron para formar el Polo Democrático Alternativo.
Ahora, que se ve posible un gobierno de transformación, el fascismo vuelve a asomar sus fauces. 2018 fue un campanazo de alerta para todos los sectores, los democráticos y los que representan el pasado. En aquel momento, la Colombia sin miedo estuvo muy cerca de conquistar el poder político. Ahora, las nuevas ciudadanías se aprestan a ocupar su lugar en la historia. Por ello, bienvenido el Pacto Histórico. Hay que construir la convergencia alternativa con generosidad, inteligencia, imaginación y vocación de poder.
Sin sectarismos pero sin ambigüedades.
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