Al contrario de lo que dice el Gobierno, el país va mal, la economía va mal y la política también va mal, porque la crisis se acentúa en todos los campos. Solo el presidente Santos, el ministro Cárdenas Santamaría y los áulicos oficialistas, creen que estamos en el país de las maravillas. Ahora nos quieren convencer que con el incremento del barril de petróleo a US$60 se elevarán las reservas y mejorarán las condiciones económicas y que en 2018 crecerá más rápido la economía.
Demagogia barata. Con el continuismo neoliberal, las políticas de ajuste fiscal, el estricto control al gasto social y el sometimiento a las políticas de los organismos internacionales que promueven el libre mercado, será difícil salir de la crisis. Menos aun con el tratamiento de orden público de los conflictos sociales y la negativa a cumplir los compromisos asumidos con las comunidades y en el Acuerdo de La Habana. Podrá crecer la economía pero como siempre esta favorecerá al gran capital y a las trasnacionales que hacen su agosto con las gabelas a la llamada confianza inversionista.
El país es un mar de conflictos.
El paro de los pilotos de Avianca lleva más de un mes, en el cual el Gobierno se pasó de la raya como quiera que toda su intervención es para favorecer a la empresa y a su propietario el señor Efromovich, quien decidió amenazar a los pilotos en forma grosera y descarada. ¡La pagarán, con toda seguridad la pagarán! les dijo por los generosos micrófonos de la gran prensa. En el país y en el exterior aumentan las voces de solidaridad con los pilotos, mientras el Gobierno respalda la intransigencia de los directivos de Avianca, al igual que lo hacen los grandes medios, en solidaridad de clase, solidaridad burguesa.
El paro nacional agrario cubre una buena parte del país y obedece a los incumplimientos del Gobierno nacional con la Cumbre Agraria, porque después de casi tres años es muy poco lo que implementó del acuerdo que le puso fin al paro nacional pasado. Es una protesta campesina que involucra a los cultivadores de hoja de coca, marihuana y amapola, que no son delincuentes como lo aseguran los voceros gubernamentales y el despistado Fiscal General de la Nación. Es la protesta del campesinado que sufre las consecuencias de una nefasta política agraria del poder dominante en favor de ganaderos, latifundistas, narcotraficantes y despojadores de tierras y en desmedro de los que tienen poca tierra o carecen de ella. No es un “paro cocalero” como lo califican los ministros con el coro de la “gran prensa”, porque no se reduce a ese tema. Tiene que ver con las demandas sociales globales de los campesinos, que encuentran soluciones en el primer y cuarto punto del Acuerdo de La Habana, que no se ha podido implementar por el saboteo de los enemigos de la paz y la vacilación del gobierno de Santos. Este es pusilánime con la obligación de cumplir el compromiso con la paz.
El lunes 30 de octubre también comenzó la Minga Indígena que afecta a varios territorios de la llamada Colombia profunda.
Los asesinatos continúan en la más completa impunidad y con la indolencia gubernamental. El presidente Juan Manuel Santos en el colmo del cinismo, dijo al comenzar esta semana, que la mayoría de los líderes sociales asesinados fueron por causas personales. ¡Qué tal! Son bandas paramilitares que amenazan, intimidan y asesinan a dirigentes y activistas de las organizaciones populares, incluyendo de la izquierda y exguerrilleros de las FARC; bandas que actúan en complicidad con militares y policías, políticos nacionales y regionales, latifundistas y ganaderos, como ha sido siempre.
Por eso estallan los conflictos sociales y las movilizaciones populares. La incuria del Estado para atender las demandas de las comunidades está alimentando el paro nacional de protesta. No queda otro camino. Ante el despotismo del poder la respuesta es la resistencia y la lucha popular.
Hay que cantarle la tabla al Gobierno Nacional y al mandatario que duerme en los laureles del Premio Nobel de Paz. Nada se saca con silenciar la realidad, con el falso argumento que es respaldar a la extrema derecha y a los enemigos de la paz. La actitud vacilante y la debilidad en la Casa de Nariño es el principal caldo de cultivo de uribistas y de los enemigos del Acuerdo de La Habana y de los diálogos de Quito. ¡No cabe la menor duda!